Una noche basto para que la perfecta vida de Asia se convierta en un completo infierno. Ahora, ¿cómo seguir tras perder todo?, solo queda aguantar.
Entre medio de tanto caos su relación con Patricio, busca resurgir como una flor marchita, intentand...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Buenos Aires, jueves 4 de junio del 2009
Patricio
Ayer regresamos a la Argentina, luego de un viaje agridulce. Por un lado, la tristeza de que Asia, no pudo probar el tratamiento, pero por el otro, la emoción de que pude cumplir un sueño que ella tenía.
Desde que regresamos, Asia se pasó tumbada en la cama, la alegría le duro solo un día. Está muy desilusionada, desesperanzada, siente que ya no vale la pena vivir, y yo no sé qué hacer contra eso. Trato un montón de ayudarla, pero a veces no doy más, ya no se me ocurren inventos para que esté mejor.
—Acaba de llamar tu abuela —anunció trayendo el almuerzo a la cama.
—¿Qué quería? —pregunta desganada.
—Dijo que viene esta tarde a la hora del té. Quiere hablar con vos, y saber lo de tu viaje.
—¿Quiere saber que el viaje fue una mierda? —dice sarcástica.
Me limito a no decir nada y solo acomodo las cosas para que podamos almorzar. No tuve más opción que traer la comida acá, es imposible lograr hoy que se levante de la cama.
—No tengo hambre... —comenta Asia que está acostada de lado.
—Ayer no comiste al mediodía, tampoco en la tarde, no cenaste, hoy no desayunaste y ahora no querés almorzar. No podés pasar tanto tiempo sin comer.
—Que me importa Pato, capaz, así me muero más rápido —suspira triste.
—¿Te estás dando por vencida? —pregunto confundido.
—Ya te dije Pato, solo pienso existir. Y no voy a hacer nada que impida mi muerte —sentencia seria sin mirarme.
Está a espaldas mías, no voltea a mirarme por nada. Se nota que no tiene fuerzas para nada y eso me duele en el alma, no quiero verla como se va consumiendo de a poco. Esto no es lo que imagine para nosotros, desde que le pedí ser mi novia imaginé que sin importar cuanto dure, cada momento sería de felicidad, pero eso no está pasando. Cada día la veo marchitarse, morirse de a poco.
Traté un largo rato de convencer a Asia de que coma, pero fue inútil. Al final me resigné a comer solo, luego de eso, lave todos los platos para después dormir una siesta. Puse una alarma para las cuatro, ya que a la cinco llegaría Margaritte.
—¡Voy a hacer una merienda para recibir a tu abuela! —le anuncio a Asia que ni siquiera me mira—. ¿Vas a seguir durmiendo?
—Ay, Pato, déjame en paz. Tampoco es tan grave que me duerma.
—Pero ya te tomaste dos clonas hoy —digo serio y ella voltea a verme.
—No dije que iba a meterme otra pastilla. Cuando venga mi abuela me levanto —menciona enojada y voltea para seguir dándome la espalda.