Danza de las cenizas:

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TRES DÍAS ATRÁS


En el campo de batalla Walt Stone y Hazel Levesque se movían a toda velocidad intercambiando sendos golpes y cuchilladas mientras sus armas se entrechocaban una y otra vez en una mortal danza en la que ninguno de los dos se veía dispuesto a ceder.

Zia lo contemplaba todo en silencio desde una habitación de espera, con una extraña sensación carcomiéndole en el interior. Algo simplemente no estaba bien, algo no era lo correcto. Hacía tres meses, a través de un sueño, el viejo Ra le había contactado tras tantos años de no verse. La joven maga le tenía gran aprecio al dios del que tanto había cuidado cuando éste se encontraba senil y fuera de sí mismo, por lo que no se molestó cuando este le pidió que le sirviese como campeona para una gran misión.

No obstante, ahora que el día había llegado y se revelaba el verdadero propósito de aquel llamado, la escriba del Per Ankh sentía decepción, miedo, incluso asco.

"No estás obligada a aceptar"—le había dicho Ra en reiteradas ocasiones—. "Eres libre de retirarte en el momento que lo desees, pero has de saber que hay en juego más de lo que piensas. Yo estaré allí, a tu lado, siempre que lo necesites. Mi fuerza es tuya para que la uses, pero la voluntad de actuar sólo puede venir de ti".

Zia se sabía poderosa, pero aquella voluntad de la que el viejo Ra hablaba parecía no estar por ninguna parte. ¿Dónde estaba su motivo para luchar en aquella contienda?

La maga conocía bien la historia de los hermanos Kane, cuya tragedia personal podría empujarlos a hacerse con la victoria. También se hacía una idea de lo que Walt podría querer, una cura para su maldición, sin duda alguna. Incluso Amos tenía demonios internos de los cuales librarse. ¿Qué pasaba con ella?

Sabía muerta a su familia, y de la peor forma posible, pero lo que sentía por aquella perdida no era dolor, sino vacío. No tenía recuerdos de lo que perdió, no podía extrañarlos si no los conocía, era triste, pero esa era su existencia.

¿Iskandar? El viejo mago había sido la única persona a la que Zia realmente podría llamar padre, pero había muerto a causa de su avanzada edad, hecho humilde con los años y ascendido a un plano superior en el que servía como guardan Ba del inframundo.

Sí, habían muchas cosas que Zia deseaba, pero nada a un nivel tan personal, tan íntimo, como aquellas causas que movían a sus compañeros en sus motivaciones. ¿Por qué habría ella de salir al escenario, luchar y matar ante miles de personas? ¿Por el mero entretenimiento de los dioses?

—No quiero hacerlo—se sorprendió diciendo, casi como un susurro—. No quiero salir a morir como gladiador arrojado a las bestias...

Sólo una persona le escuchó en sus momentos de duda, y le respondió con gran calma desde la cima de su trono:

—¿Qué es lo que te hace dudar ahora?—cuestionó Carter Kane, aún con la mirada fija en el intercambio que se daba entre el dios de la muerte y la hija de Plutón.

Zia se volvió para mirar a su pareja, dándose un momento para pensar en lo mucho que éste había cambiado desde que lo viese por primera vez hacía tantos años ante las ruinas de la Piedra Roseta en Londres. Un chico recién huérfano, asustado y desconocedor de las artes antiguas, ahora convertido en el supremo gobernante de todo el Egipto Faraónico.

—Sabes bien que fiereza en el campo de batalla nunca me ha faltado—se explicó la maga—. No dudo de poder salir al combate y ganar ante quien sea que se me oponga. Pero no encuentro en mi ser el ánimo de hacerlo. En este torneo, tarde o temprano, habré de luchar contra ti u otro de los nuestros. E incluso si no, todos los héroes reunidos lucharán hasta el fin con tal de ver cumplidos sus anhelos... ¿por que habría de interponerme yo entre ellos y los dones divinos si no hay nada en dichos obsequios que sea tan importante para mí como sí lo serían para los otros, tú incluido?

Siete Años Después: (Percy Jackson)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora