Un ojo solitario:

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Un titánico casco de guerra cayó al suelo con gran estruendo mientras el ciclópeo monstruo que antes lo portaba se ponía en pie una vez más, comprimiendo su enorme fuerza en un cuerpo de menores proporciones, efectivamente otorgándole una potencia desmesurada a cada uno de sus movimientos.

—Ya decía yo que pasaba algo raro—sonrió Litierses.

Tyson escupió un chorro de sangre, llevándose una mano a la adolorida cabeza.

—De acuerdo... eres fuerte—reconoció—. Supongo que eso significa que ya puedo dejar de ser amable contigo.

El joven cíclope se irguió recto, con una estatura menor a la de su tamaño máximo, pero más que respetable entre los combatientes reunidos en los cielos para aquella competición.

—Parece que su tamaño no es lo único que ha cambiado sobre él—comentó Meg.

—Su centro de gravedad se ha vuelto incluso más estable—notó Reyna—. Eso es algo considerable.

Litierses le guiñó a su oponente.

—Cuales quiera que sean las circunstancias, la presión que he estado sintiendo todo este tiempo se ha liberado. Así que finalmente has revelado tu verdadera fuerza.

El enorme ojo del gigante se fijó sobre el legendario espadachín.

—Chico espada, eres alguien increíble, ¿verdad? No te haré esperar por más tiempo entonces. Mucha gente me está viendo y no quiero decepcionarlos, así que voy a tener que matarte, ¿está bien?

El hijo de Deméter alzó una ceja.

—¿Oh? Te ves prometedor—rió afable—. Ya iba siendo hora.

Percy se llevó una mano al bolsillo, aferrándose a Contracorriente por mero instinto. Su mente viajaba dispersa al pasado, a uno de los últimos episodios que había vivido al lado de su hermano de un ojo.







"Los cíclopes jóvenes crecen solos en las calles, por eso aprenden a hacer cosas con chatarra, aprenden a sobrevivir. Hace que apreciemos más cualquier bendición, y que no seamos glotones, mezquinos y gordos cómo Polifemo".


Percy se cruzó de brazos mientras se recargaba contra la pared de un edificio. No sentía simpatía alguna por el monstruo al que veía arrastrarse por el suelo en busca de ayuda, pero tampoco buscaba de presenciar violencia sin sentido, lo que le había llevado a ese lugar era una misión concreta.

La Esfinge que habitaba en la calle Setenta y dos lanzó zarpazos con sus garras, se revolvió y rugió impotente, atrapada bajo el férreo puño de un gigante de diez metros.

—Yo digo que la mandes al Tártaro y nos dejemos de problemas—propuso Percy—. Te apuesto a que una visita al foso le dará tiempo para reflexionar.

Tyson presionó un poco más con sus manos, arrancándole un chillido al monstruo que sostenía. Ya no luchaba, sólo gemía lastimeramente mientras imploraba por piedad.

—¡Por favor...!—pedía—. ¡Te lo ruego! ¡Me iré de aquí! ¡No volverás a saber de mí!

El joven cíclope le miró muy fijamente con su enorme ojo marrón.

—Hace años, cuando yo no era más que un niño, enterraste tus garras en mi espalda, una y otra y otra vez—le recordó—. Aún tengo las cicatrices en mi piel, aún tengo pesadillas con tu rostro en ellas. Pero ahora que te veo, enfrentándote a un cíclope de tamaño completo, no pareces la gran cosa. Ya no me das miedo, sólo repulsión...

Siete Años Después: (Percy Jackson)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora