Pelea de cuchillos:

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TRES DÍAS ANTES:


—Es difícil de creer que ya son siete años desde que no estás con nosotros. La vida me ha tratado bien desde entonces, pero simplemente no es lo mismo. Siempre fuiste el mejor, como novio, como líder, como persona y cómo amigo. Aún sigo lamentando todos los días que nuestros últimos momentos juntos hayan estado tan llenos de hostilidad y enfado. No lo merecías. Sé que intentabas protegerme, y sé que entiendes que hiciste mal. Pero mi respuesta fue exagerada. Volveremos a vernos, quizá más pronto de lo que anticipé.

Piper se puso de pie. No había nadie más en su habitación además de ella y las fotografías del pequeño santuario que tenía en un rincón. Había tenido la esperanza de que, rezando como hacían los romanos, su viejo amigo pudiese manifestarse como uno de los dioses lares o penates de su familia. No había tenido suerte. Quizá el espíritu de Jason jamás había sido deificado, o quizá no le escuchaba al no ser ella romana. Fuera lo que fuese, el silencio, aunque no inesperado, le resultó descorazonador.

Miró la hoja de su daga Katoptris en busca de consejo, sólo encontrándose con la misma visión que le había atormentado durante tres meses ya: aquel barco maldito, el Julia Drusila XII, y un ser oscuro, envuelto en nubes de tormenta y relámpagos, cerniéndose sobre la figura de un derrotado y agonizante emperador Calígula. Piper imaginaba que aquel monstruo no era otra cosa que el alma atormentada de Jason, bramando furiosa en deseos de venganza.

No sabía muy bien por qué, pero la hija de Afrodita podía sentir que su viejo amigo necesitaba ayuda, que estaba sintiendo mucho dolor. Ella quería verlo una vez más, darle la paz y el sosiego que tanto necesitaba. Le mataba la idea de que Jason hubiese estado sufriendo de semejante manera durante siete años, pero algo le decía que no era el caso. Algo había cambiado en el inframundo, y Jason era la principal víctima.

—Ganaré este torneo, Jason, lo prometo—murmuró al altar—. No me importa si tengo que arreglármelas para derrotar a Reyna, Annabeth o Percy. Ganaré y desearé salvar tu espíritu. Y tal vez... tal vez incluso te pueda ver resucitar. Sólo el tiempo lo dirá.

Intentó tranquilizar su respiración. Sentía el impulso de llorar. Decidió no reprimirlo. Había visto morir a Hazel hacía muy poco en su batalla. Una imagen demoledora. Si su amiga había perdido, ¿qué oportunidad real tenía ella?

Se regañó por pensar de aquel modo. El pesimismo no la llevaría a nada. Ya había vencido a brujas, diosas y gigantes. Ganaría aquel torneo. Por Jason.







—¡LA DÉCIMO-CUARTA BATALLA DE LA PRIMERA RONDA DA COMIENZO! ¡¡QUÉ EMPIECE EL COMBATE!!

Ambas oponentes se tomaron un breve instante para mirarse a los ojos. Estaban listas, determinadas a ganar.

Esa no era una batalla de dioses o hechiceros, sólo dos semidiosa matándose la una a la otra.

En un abrir y cerrar de ojos, las guerreras echaron a correr de frente mientras desenvainaban sus armas. La mirada de Mallory era feroz, su cabello hondeaba al viento como el mismísimo fuego del Muspelheim, en sus manos blandía sus armas gemelas: dos dagas con hojas en forma de triángulo isósceles, largas y oscuras, con grabados de runas y nudos celtas, y mangos envueltos en cuero gastado. Eran sorprendentemente ligeras; tanto que resultaba problemático. De ser manejadas como una daga normal y eran empuñadas con más fuerza de la necesaria, eran la clase de cuchillos que podían escapar de la mano y acabar cortando a su portador.

Siete Años Después: (Percy Jackson)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora