33 ⌘ Cambio de Guardia

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Tai tenía un proceso lento para despertarse. Su subconsciente era el primero en ponerse alerta, preparándose para recibir de lleno la realidad.

Comenzaba a ser consciente de su tacto: el colchón era un poco duro, pero no incómodo. Las sábanas eran suaves y se sentía calientita envuelta en ellas. Pero lo que le gustó de esa mañana, fue aspirar el aroma de la almohada en la que estaba recostada. Sonrió inconsciente, enterrando la nariz para llenarse de la loción característica de su novio.

Soltó el aire de a poco, moviéndose en la cama cuando sintió el calor de otro cuerpo cerca de ella.

Con pereza, Tai abrió los ojos, tratando de enfocar su alrededor. La luz de la ventana era opacada por unas cortinas de tela oscura, evitando que pasara la luz del sol, pero sin dejar el cuarto en penumbras.

El techo era blanco y liso. La cama donde estaba acostada estaba pegada a la pared, por lo que Tai distinguió el collage de fotografías ancladas sobre ella.

Había fotografías de Anya y Yura; de Arizona, Anna, Serge, Luka y Kai. Fotografías que contaban historias, y también que formaban parte de la línea del tiempo de la vida de Alek. Tai no debió de haberse sorprendido de verse enmarcada en unas cuantas, sobre todo fotografías de cuando aún estaban en la preparatoria. Después de todo, ella misma tenía la fotografía donde llevaba puesta la chamarra de Alek en el buró de su recámara.

Colocándose de costado, Tai se acomodó con las sábanas hasta el cuello, mirando a Alek acostado a su lado.

Se encontraba boca arriba, con un brazo tras la cabeza y el otro sobre su vientre, la sábana cubriéndolo por encima de la cintura. Su respiración era acompasada, clara muestra de que seguía dormido, y Tai no pudo evitar sonreír cuando descubrió que Alek mantenía la boca ligeramente abierta, soltando unos pequeños ronquidos casi imperceptibles.

Absorta, Tai se dedicó a analizar su perfil. Parecía un disco rayado confirmando lo bello que siempre creyó que era, incluso desde que eran niños.

Y no era para menos. Tai podía confirmar que Alek se parecía más a Yura que a Anya. Y si algo le decían las fotografías de la pared, era que Yura también era atractivo. Tai no culpaba a Anya por haber aceptado casarse con él después de su primera cita.

Tai sintió el hormigueo en la punta de sus dedos como cuando moría por tomar un lápiz y papel, y capturar la esencia de Alek descansando, trazar los músculos flexionados de su brazo. Recordó la manera en la que Alek la había maniobrado la noche anterior por la cama, como si Tai no pesara ni un gramo, y el hormigueo pasó hacia su vientre.

Se sentía afortunada de poder compartir momentos como esos con Alek. No solo lo que había pasado en el dormitorio, sino disfrutar de una fiesta universitaria como se supone debería disfrutarlo a su edad.

También se sentía agradecida, porque a pesar de que el camino para llegar a ese punto había sido rocoso y accidentado, pasaría por lo mismo si eso significaba que volvería a encontrarse en la cama de Alek, envuelta en sus sábanas.

Las ganas de transferirse, aunque solo fuera una temporada a estudiar en Davis, se volvieron más fuertes que el día anterior.

Podía imaginarse rentando un departamento cerca de la facultad. Podía imaginarse pidiéndole a Alek que se mudara con ella. Podía imaginarse haciendo cosas tan absurdas y mundanas como esperarlo por la noche después de que terminara su entrenamiento, para cenar juntos y ver una película. Tuvo que morderse los labios para no soltar una risita ante la imagen tan hogareña que su mente le regaló.

Podía verse perfectamente en la pequeña burbuja de felicidad que compartir su día a día con Alek significaría, con un tono mucho más serio en su relación.

Ruleta Rusa [Libro #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora