25 ⌘ Russakaya Ruletka

761 115 224
                                    

El calor que le proveía el cuerpo de Ecko estaba siendo suficiente para que Tai dejara de temblar. Se hizo un ovillo en su cama, y como si Ecko entendiera que necesitaba que la protegieran del mundo exterior, se acostó alrededor de ella, dejando que Tai recostara su cabeza en su lomo. Se entretuvo jugando con el collar de su perro, con tal de tener su mente ocupada y no pensar en el encuentro que acababa de tener en el centro comercial, ni tampoco por la culpa que sentía por haber cancelado de nueva cuenta una cita con Nikita.

Ni siquiera recordaba haber viajado de vuelta a la mansión. Solo recordaba escuchar a Dmitri dar indicaciones en ruso, rumano, inglés o francés. No estaba muy claro.

Después de que Ted la revisó, dio la indicación de que la dejaran descansar por la noche. Tai no se enteró si Niki había dicho algo, o si quiera si había estado presente en todo el proceso. Para cuando recobró la conciencia, Ecko estaba echado en su cama, durmiendo a su lado.

Hedeon de seguro iba a hacer una rabieta por haber permitido que el perro entrara a la mansión, pero Tai agradecía a quien quiera que hubiera pensado que necesitaba de la tranquilidad de estar acompañada sin necesidad de hacer preguntas.

No sabía qué hora era, ni quien se había encargado de cambiarla de ropa para estar en pijama.

Por ahora, Ecko había suspirado pesadamente, con la cabeza recargada sobre sus patas delanteras, y Tai estaba contenta con acariciar a su perro en la oscuridad de su cuarto, inventando números al azar para imaginarse cuantos pelos había en su cuerpo.

Ecko levantó la cabeza, mirando en dirección de la ventana de su habitación.

Tai lo ignoró, porque Ecko siempre hacía eso cuando escuchaba a la seguridad patrullar. Tampoco le prestó atención al pequeño temblor que retumbó en el pecho del perro cuando gruñó, pero sí la descolocó cuando Ecko se levantó, la rodeó, y se bajó de la cama.

Fueron los pequeños golpes contra el cristal los que hicieron que Tai mirara por sobre su hombro, extrañada porque Ecko tuviera la delicadeza de hacerlo dos veces seguidas.

Pensó que estaba soñando, porque de ninguna manera, Alek iba a estar parado en la ventana de su balcón, mirando hacia el interior y haciéndole señas a Ecko para que no ladrara.

Ecko se removió en su lugar, moviendo inquieto las patas y mirando por el cristal. Se giró hacia Tai, gimiendo bajo para llamar su atención y pedirle que abriera la ventana, como si se muriera de ganas por saludar a Alek. Cuando vio que tenía la atención de su dueña, volvió a gemir, y se sentó junto a la ventana, sacando la lengua y jadeando.

La droga que Ted le había dado para tranquilizarla debía ser muy buena, así que Tai decidió seguirle el juego a su alucinación. Tampoco era como que fuera a lastimar a alguien. Lo más que podría pasar era que la escuchara hablando sola y creyeran que al fin se había vuelto loca.

Tai se levantó de la cama, caminando descalza hasta la ventana y abrió la puerta para dejar pasar el aire frío de la noche.

—Hey.

Tai no respondió. Solo inspiró el aire impregnado con la loción de Alek.

Y cerrando los ojos, dejó caer su cabeza hacia el frente, sin importarle que fuera a caer al suelo por intentar recargarse en algo que no existía.

Pero escuchar a Alek soltar un suave quejido cuando la frente de Tai chocó contra su pecho, y sentir los latidos de un corazón retumbar entre las costillas, hicieron que Tai abriera los ojos, más despierta que antes, y se congelara en su lugar.

Después de lo que sintió que era una eternidad, Tai volvió a erguirse, mirando a Alek a los ojos.

—Me dijeron que podrías necesitar algo para animarte —Alek alzó uno de sus brazos, donde sostenía una bolsa con el logotipo de IL Vicinato—. Los chicos te envían esto.

Ruleta Rusa [Libro #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora