34 ⌘ Los Perros Azules

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Cuando vivían en Moscú, Tai, Kai y Niki fueron al río Moscova, cerca de la mansión Nazarova, en búsqueda de una jauría de perros azules.

Había sido la novedad de la ciudad por unos cuantos días, y los noticieros pedían que, en caso de encontrarlos, llamaran a las autoridades para llevarlos a chequeo médico por los químicos en el pelaje que les provocaba la curiosa coloración.

Según la gente de la zona, habían visto a los perros merodear por las orillas del río. Y Tai, con un sentido de responsabilidad veterinaria, arrastró a su entonces amigo Niki y a su hermano hasta el río en búsqueda de los pobres animales.

La zona estaba cubierta por una gruesa capa de nieve, como siempre lo estaba en el crudo invierno de Rusia. Eso hacía que algunas partes del río se confundieran con tierra firme, y un paso en falso hizo que Tai resbalara y cayera de sentón en el agua fría del río.

Tai recordaba que sintió agujas por todo el cuerpo cuando el agua penetró su ropa de invierno, y sus dientes castañearon por horas hasta que recuperó la sensibilidad de los dedos de los pies.

Por eso supo que alguien le había arrojado agua helada para despertarla. La piel se le erizó por el choque de temperatura, y Tai tuvo miedo por un momento que sus dientes se rompieran de lo mucho que estaban castañeando por el frío.

Al principio se sintió desorientada, porque lo último que recordaba era haber cruzado la calle cerca de la casa de Mia, después esconderse entre los árboles para entrar por la puerta trasera sin ser vista por sus guardaespaldas. Pero ahora estaba sentada en una silla dura y metálica, inmovilizada de los brazos y piernas.

Con un poco de dificultad, Tai intentó ver a su alrededor. Tuvo que forzar la vista porque a pesar de no estar tan iluminado, le dolía la cabeza incluso para parpadear. Lo primero que notó, fue el agua en el piso de cemento; aunque eso podía justificarse con la cubeta cerca de ella y su ropa empapada. Había escombros esparcidos por todas partes, como si el lugar en donde se encontraba hubiera estado abandonado por un largo tiempo. La gruesa capa de polvo, tierra en distintos puntos y el olor a podrido se lo confirmaron.

Sintiendo una punzada en la sien, Tai siseó un poco levantando la cabeza. Viendo borroso al principio, logró distinguir las siluetas de tres hombres parados, y uno más en cuclillas junto a ella.

—¡Eh! —el hombre en cuclillas palmeó a Tai en la mejilla—. Despierta.

—¿Lleno otra cubeta?

El hombre no respondió, pero tomó un puñado del cabello de Tai y tiró de él, aumentando las punzadas en el cuero cabelludo de la chica cuando ejerció más fuerza.

—Despierta, bella durmiente.

Tai apretó los ojos, antes de intentar abrirlos para que vieran que estaba despierta. No quería que volvieran a empaparla con agua helada.

El hombre que le sostenía el cabello tenía las cejas pobladas y barba recortada, el cabello despeinado, seguramente por el estrés de la situación. Siendo la situación: un secuestro.

Tai no tenía que indagar mucho para descubrir qué era lo que estaba pasando. Era bastante obvio, para ser honesta. Solo había tardado un poco en ordenar sus ideas para entender que alguien había llegado por detrás de ella cuando se había perdido en la maleza detrás de las casas. Eso explicaba el dolor punzante en la cabeza. El golpe la había dejado inconsciente, y sus secuestradores habían podido trasladarla sin problema a donde sea que estaban.

Se sorprendió de lo tranquila que se sentía a pesar de la situación, aunque lo atribuía al shock y la contusión por el golpe que había recibido.

Su columna vertebral tronó cuando Tai se movió lo poco que podía en la silla, haciendo que volviera a gruñir por el dolor.

Ruleta Rusa [Libro #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora