29 ⌘ Fría Realidad

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Alek siempre había sido una persona madrugadora. Solía despertar antes que su madre, incluso antes que Volk. Tenía que levantarse temprano si quería que su día rindiera. En la universidad, solía despertarse antes que su compañero de cuarto para correr una milla, regresar a ducharse y estar listo para iniciar clases.

Nunca había apreciado lo bueno que era levantarse temprano, hasta que despertó en la cama de Tai.

Al principio se sentía desubicado, como si estuviera molesto porque había despertado de un sueño demasiado bueno.

Después se preguntó por qué la cama de su dormitorio estaba tan suave, y porque había un fondo con tela rosa en el techo. Pero la memoria de la noche anterior lo golpeó de repente, sacando el aire de sus pulmones.

Con miedo a que todo fuera una farsa de su mente, Alek se giró hacia el otro lado de la cama.

Ahí, Tai se encontraba acostada boca abajo, cubierta por la sábana, pero su rostro daba hacia el otro lado, por lo que solo podía ver su cabello rojizo regado por su espalda y la almohada.

Alek pudo respirar con normalidad, sonriendo mientras dejaba caer la cabeza contra la almohada.

Después del balbuceo de Tai medio dormida, Alek destendió la cama para que la chica pudiera dormir sin pasar frío. Ella solo suspiró cuando Alek besó su frente, acomodándose en la cama.

Y Alek cumplió su promesa que había hecho en la playa de Malibú antes de que Tai cayera dormida. No era como si Alek fuera a salir corriendo de ahí después de haber estado con Tai como nunca antes lo había soñado.

Se recargó sobre su codo, poniendo una mano bajo su cabeza para verla desde lejos.

La luz en la ventana se colaba por no haber cerrado las cortinas, y le indicó a Alek que no era tan temprano como él creía. Notaba el subir y bajar de la espalda de Tai, gracias a su respiración tranquila y pausada.

Las pequeñas pecas formaban miles de constelaciones sobre los hombros, y Alek se propuso un día trazarlas con sus dedos. Por ahora, quería dejarla dormir un poco más.

La noche anterior había sido una locura. Ver a Tai en un vestido de noche siempre había sido una fantasía para Alek desde aquella vez que había visto sus vestidos en Moscú. Y nada se comparaba a lo hermosa que se había visto en medio de la sala, con ese vestido negro que delineaba su figura.

Seguramente Alek había parecido un imbécil cuando la saludó. Pero Dios. Tai iba a matarlo un día de esos. Y Alek moriría feliz. De eso no cabía duda.

Alek no había dicho mentiras: Anya le había enviado un mensaje preguntándole si no había posibilidad de que faltara los últimos días para acompañarla a la cena. Pero era solo eso. Solo había sido un mensaje preguntando por la posibilidad. Para la primera semana, Alek ya había hablado con el entrenador Duncan para decirle que había un asunto de suma importancia el último sábado por la noche y que tendría que irse antes.

Al principio, Duncan dijo que lo pensaría, pero Alek se esforzó para mejorar sus tiempos durante la primera semana, y al final, lo dejó irse el sábado por la tarde.

Y agradecía el haber tomado la oportunidad. Hubiera sido una desgracia el perderse ver a Tailime tan preciosa como esa noche.

Tai suspiró profundo, y Alek se preguntó qué estaría soñando.

Recordaba que en el campamento de la escuela, mucho antes de admitir que sentía algo por ella, se imaginó cómo se sentiría la textura de su cabello entre sus dedos.

Entendiendo que no había nada ahora que le impidiera hacerlo, Alek alzó su mano y tomó uno de los rizos que se habían formado por el peinado que había llevado la noche anterior.

Ruleta Rusa [Libro #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora