Capítulo 57: Zero

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Cuadrante 36, en algún lugar del espacio.

Seis días después de la ofensiva en Malaxis.



Hambre – pensó Auber mientras se esforzaba por acallar el sonido de sus tripas -. De todas las muertes posibles, ¿por qué tengo que morir de inanición?

Llevaba cinco días recorriendo el cometa y, más allá de los cadáveres de las tres orugas que había eliminado para salvar a Zero, cuya carne le resultaba incomible, no había encontrado nada que mereciese la pena llevarse a la boca. Había tenido que conformase con llenarse el estómago con el agua que fundía de los carámbanos, el único sustento que podía proporcionarle el entorno. Los saiyans eran resistentes, capaces de pasar meses sin consumir alimento. Sin embargo, una cosa era ser capaz de hacer algo y otra soportarlo y la falta de comida era, en líneas generales, uno de los talones de Aquiles de su especie.

Vendería a toda mi raza por un plato de comida, hasta las raciones de combate de esos malvarianos me valdrían – fantaseó.

Un toque de Zero en su oreja lo devolvió a la realidad. Auber le masajeó la cabeza con cariño y emprendió el vuelo para seguir buscando suministros o alguna vía de escape. Desde su hombro, Zero observaba el entorno con atención y le avisaba si divisaba algo interesante. La criatura había demostrado tener muy buena vista.

- Eres como un rastreador viviente – le dijo mientras sobrevolaba, por décima vez, el cráter helado -. Aunque preferiría que fueses un buen filete de carne.

Zero le aguijoneó la mejilla con su cuerno para mostrar su indignación ante el comentario. Su relación con la oruga se había estrechado durante esos días, hasta el punto de que esta había tomado su hombro como hogar. Aunque sabía que no era propio de un saiyan encariñarse, en ese momento las convenciones de su raza se le antojaban absurdas. Auber agradecía su calidez y la presencia de otro ser con el que relacionarse. En los últimos tiempos se había sentido bastante solo, especialmente tras la muerte de Tich. En ese sentido, aunque Zero era incapaz de hablar, en sus ojos y acciones se percibía una inteligencia viva, mezclada con una alegría y curiosidad desbordante por el mundo que ha Auber le recordaba a la actitud despreocupada de su difunto amigo.

- Ya verás cuando salgamos de aquí – le dijo mientras aterrizaba en una loma para inspeccionar una grieta en el suelo -. Si esta bola de hielo te parece interesante te quedarás helado en cuanto veas un planeta decente.

Auber inspeccionó la grieta pero, como en el resto de ocasiones, se encontró con la nada más absoluta. Aunque no quería darse por vencido, estaba claro que aparte de él y la colonia de orugas, ningún otro ser había tenido la desgracia de pisar ese cometa.

- No me extraña que os acabaseis comiendo los unos a los otros – murmuró.

Al sentir el temblor de Zero se arrepintió de sus palabras. El colapso de la colonia de orugas debía de haber sido un suceso espeluznante y su amigo temblaba cuando hacía mención al hecho.

- Lo siento, tú no tuviste la culpa de lo que pasó. Solo te adaptaste a las circunstancias, así es como debe ser – le dijo acariciando de nuevo su cabeza -. Vamos a seguir buscando, tiene que haber algo útil en este condenado cometa.

Emprendió de nuevo el vuelo, si bien no tenía muchas esperanzas en su empresa. Sin embargo, mantener la mente ocupada se le antojaba la mejor de las opciones. Los días sin nada que hacer le habían sumergido en un proceso de introspección que no le hacía ningún bien. Acurrucado entre los restos de su nave junto a Zero, lo único que ocupaba su mente eran los recuerdos, y episodios de su infancia se sucedían cada noche, evocando imágenes que llevaban mucho tiempo enterradas.

Dragon Ball: una historia de los saiyansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora