Capítulo 58: Un rescate inesperado

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Cuadrante 36, en algún lugar del espacio.

Siete días después de la ofensiva en Malaxis.


Los destellos de luz del brasero de cristales de exel iluminaban la explanada helada en la que se encontraban provocando pequeños fulgores que se reflejaban en el pelo rojizo de su insólita acompañante. Tirando del hilo de su memoria, esta no era la primera vez que ella aparecía de la nada pero, sin lugar a dudas, si era la más sorprendente. Anan, su compañera de la academia desde que tenía uso de razón, lo observaba devorar las raciones de comida con gesto inescrutable y, por más que le daba vueltas, Auber era incapaz de encontrar una respuesta razonable a su presencia.

Quizás la soledad me ha vuelto loco – había pensado cuando la vio descender de su nave esa mañana.

La saiyan le había saludado con su habitual tono indiferente, explicándole brevemente que se encontraba en una misión especial como escolta y que, por casualidad, los sensores de su nave habían detectado el vuelo errático de una cápsula. Tras esto, ella y su acompañante habían decidido variar su ruta para comprobar el motivo de esta anomalía, hasta llegar al cometa. Era una historia con bastantes lagunas pero, ante lo desesperado de su situación, Auber decidió guardar silencio. Sin embargo, si la presencia de Anan resultaba todo un misterio, la identidad de su acompañante le quitaba el sueño. Anan lo había presentado como Malik y le había explicado muy por encima que su misión consistía en trasladarlo a su hogar. El tal Malik, cubierto con una larga túnica, guantes negros y una capucha con máscara de tela que ocultaba totalmente su rostro, le había saludado con tono afable, interesándose por su situación.

-¡¿Seis días sin comer?! ¡Voy a prepararte algo de inmediato! - había exclamado con genuina preocupación. Luego, se había internado en su nave y había comenzado a cocinar con premura.

Poco podía intuirse de su silueta tras la gruesa túnica, si bien Auber estaba convencido de que no era un saiyan y que, por su andar pausado, debía de encontrarse en su vejez o arrastrar una grave lesión. En cuanto a Anan, la saiyan se había dedicado a examinar concienzudamente su nave, frunciendo el ceño al detectar la gravedad de los daños.

- No te preocupes, yo me ocupo – dijo poniéndose manos a la obra.

Habían pasado el resto del día arreglando la nave juntos mientras Zero los observaba con curiosidad. Auber había llevado el peso de la conversación. Tras seis días sin hablar con otro ser aparte de Zero las palabras brotaban como un torrente de su boca. Le contó sobre su misión en Tarsex, sobre los peligros que había afrontado, los compañeros que había perdido, la muerte de Tich... Incluso le habló de su encuentro con el rathasha y el desastre que lo había dejado varado por el espacio. Lo único que se guardó fue la inusual transformación de Umber. Le debía la vida a su compañero y no quería que se descubriese su rara mutación y acabase diseccionado en un laboratorio. Anan lo escuchó con atención mientras se ocupaba de la cápsula. Para su sorpresa, la saiyan era una apasionada de la mecánica y, gracias a los repuestos que llevaba en su nave, consiguió repararla en tiempo récord.

- Creo que es la primera vez que te veo sonreír – dijo Auber contemplando la genuina felicidad que embargaba a la joven mientras instalaba la compuerta de la cápsula. El carácter de Anan parecía algo diferente a como lo recordaba, más liviano, como si se hubiese quitado lastre de encima.

- En el planeta Vegeta no hay muchas situaciones que inciten a la felicidad – respondió la saiyan.

- Tampoco es que tú seas la alegría de la fiesta – la picó Auber.

Dragon Ball: una historia de los saiyansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora