Nadie ponía en duda que Herojizad era un hombre profundamente trabajador y se esforzaba como nadie en su trabajo para lograr dotar a su familia de todas aquellas cosas, en su mayoría materiales, que requerían para "llevar una vida cómoda" y, a veces, hasta envidiada por terceros.
En su casa, el 95% de sus posesiones eran de lujo y de alta calidad. Pero una de sus propiedades, o la que más le elevaba por los aires su ego y orgullo, era su auto deportivo, de marca muy reconocida en el mercado mundial. Hablaba a sus familiares y amigos de manera obsesiva de las características de su "gran nave" como la llamaba él.
El día sábado por la tarde tenía un compromiso social con su esposa para reunirse con sus amigos en un reconocido club de la localidad donde vivían... Dejaron a sus hijos en casa bajo resguardo de una señora que contrataban para cuidarlos en ese tipo de ocasiones...
En la reunión que estuvieron en el club, sin duda en buenas compañías, comidas y bebidas exquisitas, pero ya adentrada la madrugada y un tanto pasados de tragos, decidieron despedirse y los abrazos, junto a las palabras de afecto, se unieron a los buenos deseos entre los participantes de aquel magnífico momento.
Llegaron los esposos a casa extenuados. Aparcaron el auto y la esposa notó que la caja de herramientas estaba abierta justo al lado donde se estaciona el auto. Ella le advirtió ponerle el candado y cerrarla debidamente. Él le dijo estar agotado y con sueño, describiendo que en la mañana pondría el candado en la caja y la guardaría en su lugar respectivo.
Su hijo de tres años se despertó antes del amanecer y, como los esposos dejaron la puerta semi - abierta, el niño salió. Se topó con la caja de herramientas; tomó el martillo e, imitando a su padre en cuanto al uso del mismo, comenzó a darle martillazos al auto y fueron tantos, que la pintura de las puertas y el baúl del mismo quedaron profundamente dañados.
El papá, al escuchar los ruidos, se levantó, semi despierto y casi aún ebrio. Vio lo que hizo el niño y sin pensarlo, para reprenderlo con el mismo martillo, le destrozó las manos a su hijo.
Al volver en sí y al llevarlo al hospital, destrozado por lo que había hecho, entró a la habitación en el hospital donde estaba su hijo. Y el niño, al verlo llorar... le dijo: ¡Papá, no te preocupes por mis manos, que de seguro vuelven a crecer!
El hombre, sin pensarlo... salió y se suicidó...
Moraleja: A veces damos más valor a cosas materiales que a nuestros seres amados y, cuando los dañamos y perdemos, no hay arrepentimiento que los reponga.
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LAS CURVAS DE MI ABUELA...
RandomEsta obra intenta ser, además de un anecdotario... ser también un pequeño "libro consejero" en la vida diaria de líderes, orientadores, directores, profesores, maestros, padres, madres y todas aquellas personas que fungen como guías hacia lo positiv...