Capítulo 5: Tío y sobrino.

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El Vellocino de Oro la cabra que acompañaba a Shasta tras su travesía para encontrar a los titanes de gea había perdido completamente su brillo.

Antes le había servido como guía a Jason y los Argonautas para poder derrotar a aquellos seres que cimientaban los pilares de la realidad los cuales habían sido usados para poder llevar a Jason a su universo de vuelta.

El Vellocino de Oro ahora solo es un simple animal común y corriente sin su brillo característico y Shasta lo sabía. Tras toda la aventura vivida ya no le quedaba ningún lugar al que ir. Solo vagar.

Y así lo hizo.

Vago durante unos meses en los cuales nada pasó y nada sucedió hasta que finalmente el Vellocino de Oro se iluminó brevemente marcando una dirección. ¿Acaso Jason había vuelto? No era posible que haya regresado. No debía volver. ¿Pero y si había vuelto? Shasta tenía que comprobar que El Embaucador había regresado.

Así que agarró al Vellocino de Oro y comenzó a correr en la dirección en la que se había iluminado. Como era un ser excepcional su velocidad era enorme. Recorrió kilómetros de distancia en apenas minutos hasta que finalmente se encontró en frente de un castillo completamente simétrico solo que él vio una de las entradas.

El viaje de Ryu y Sanda fue meramente algo aburrido. Si. Ryu era alguien fuerte pero no era nada que pudiese impresionar a Sanda y solo lo seguía para ver si había alguna posibilidad de que pudiese volver a su mundo tras enterarse por medio del pelirrojo que había más mundos y este no era el planeta Ury.

Finalmente tras el arduo camino llegaron al castillo completamente simétrico. La última parada a la que Ryu quería ir. Sabía que allí estaba Illya Von Tempus. La última Regis que quedaba en su lista. La última regis que le arrebató aquello que más quería y le llevó al camino de la venganza.

Los Regis no podían morir con espadas matadioses. Los Regis no podían morir en general ¿Como había logrado hacer tal hazaña un simple descendiente de alguien que no era ni un regilith? Era simple: La verdadera razón por la que los Regis temían a los Regilith era porque tenían el poder de matarlos. No era por otra cosa. Los Regilith tenían el poder de matar a un Regis. Por eso les prohibieron a los dioses engendrar vástagos. Por eso cazaban a los Regilith a no ser que se sometieran a ellos.

Ryu no era un regilith. Era un ser excepcional, pero no era un regilith pese a que su ancestro fue alguien que sobrepasó el poder de todos. Alguien que supo trazar el camino que quiso.

—Bueno ¿Y si entramos al castillo este?— dijo Ryu mientras ponía las manos en las puertas y las abría rápidamente.

—Si al final haces siempre lo que te da la gana— Soltó una leve sonrisa.

El interior del castillo era lo que esperarías de cualquier entrada. Un gran espejo con una alfombra roja, candelabros en las paredes y una gran escalera que subía a la estancia principal.

Sanda examinó la sala mientras se acercaba al enorme espejo. Pese a que le hacía especial gracia como era al poco tiempo vio como Shasta se asomaba al otro lado del espejo.

Sanda soltó un leve grito y se cayó al suelo. Era una imagen que no podía creer. Su hermano había aparecido al otro lado del espejo. Era exactamente igual a como estaba guardado en sus recuerdos. Ni un leve cambio, su mismo cabello rubio, sus mismos ojos... La misma edad.

Nada había cambiado como si se hubiese quedado atrapado en el tiempo. Bueno en algo sí que había cambiado. Pese a tener los mismos ojos jóvenes su mirada estaba cansada. Agotada. Como si hubiese pasado auténticas penurias para llegar a donde está. Como si hubiese ganado algo pero a la vez se hubiese perdido.

La saga de los Guerreros de Fuego.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora