47.

113 6 3
                                        



Las luces de Las Vegas brillaban como estrellas caídas en la tierra, llenando la ciudad con una energía eléctrica que era imposible ignorar. Los neones parpadeaban con fuerza, las máquinas tragamonedas resonaban en cada esquina, y el bullicio de las calles llenas de turistas y locales creaba una vibración inconfundible. Era el tipo de noche que te hacía sentir vivo, como si todo fuera posible. Y nosotros, los bailarines de Justin y yo, estábamos listos para aprovecharlo.

—¡Chicas! —dijo Mía, la bailarina más extrovertida del grupo, mientras se acomodaba el cabello frente al espejo del vestidor del hotel—. Esta es nuestra oportunidad para desmadrarnos. ¿Quién está lista para un buen rato?

Las otras chicas, Ashley y Rhea, asintieron emocionadas. Yo, por mi parte, no podía evitar sentir que algo más estaba en el aire. Después del concierto, la noche parecía un escape necesario, una forma de relajarnos antes de que Justin volviera a su mundo de entrevistas y grabaciones. Pero en el fondo, algo en mí sabía que esta noche no iba a ser tan tranquila como pensaba.

—¿Qué tal si vamos a un casino? —sugirió Ashley con una sonrisa pícara—. Escuché que hay una fiesta privada en el Bellagio.

De acuerdo, pensé. Tenía que evadirme de las miles de notificaciones que llegaban a mi móvil después de aquella foto. No necesitaba más para aceptar. Las luces del casino, el bullicio, las apuestas... todo eso sonaba mejor que quedarme en el hotel, mirando las paredes.


El casino estaba lleno de vida. El sonido de las fichas chocando con la mesa, el bullicio de las conversaciones animadas y las risas de los que estaban celebrando sus victorias llenaban el aire. Nos dirigimos hacia el bar, donde las luces de colores proyectaban sombras sobre las mesas de juego. Justin nos siguió, sin dar demasiada importancia a la dirección del grupo. Estaba en su propio mundo, pero también atento, vigilando todo lo que sucedía a su alrededor.

—¿Un trago, Kels? —preguntó Mía, ofreciendo una copa con un líquido rojo brillante.

Asentí con una sonrisa. No sabía si era lo que realmente quería, pero necesitaba desconectar de todo, especialmente de los pensamientos sobre Justin. Estaba demasiado complicado todo últimamente. Pero lo que no esperaba era ver a Luke.

De repente, lo vi. Luke. El chico con el que estuve en Manchester. Mi exnovio.

Él estaba de pie cerca de una de las mesas de blackjack, jugando con un par de fichas, pero no tardó en notar nuestra presencia. Sus ojos se encontraron con los míos, y una sonrisa traviesa apareció en su rostro.

—Mira quién está aquí —dijo en voz baja, acercándose. Su tono era suave, pero cargado de algo que inmediatamente me hizo sentir incómoda. Sabía lo que iba a hacer.

—Luke, ¿qué haces aquí? —respondí, soñando fría . La verdad es que no tenía ganas de hablar con él, pero algo en su presencia me mantenía intrigada. Después de todo, él fue uno de los pocos que estuvo para mí cuando Justin me dio la espalda.

—¿No me invitaste? —respondió con una risa, mirando a Justin antes de regresar su atención a mí—. Siempre he tenido un ojo para las chicas que brillan, Kelsey.

Por supuesto lo había dicho con doble sentido.

Justin nos observaba desde donde estaba, y pude ver cómo su mandíbula se apretaba. No podía evitarlo. Había algo en la forma en que Luke me miraba que desataba una chispa en Justin. No podía ser bueno.

Luke se acercó aún más a mí, tomando mi mano con suavidad, y me sentí incómoda.

—Vamos a jugar una mano, Kelsey. Dime que no te gustaría ver si todavía tengo la suerte que te conquistó en Manchester. —dijo, lanzando una mirada burlona hacia Justin.

La tensión entre ellos era palpable, y yo podía sentir cómo la atmósfera comenzaba a cargar de electricidad. Justin, que se mantenía al margen, no pudo resistir más.

—¡¿Qué diablos te pasa?! —gritó Justin, avanzando hacia nosotros.

Luke se giró hacia él, sin perder su sonrisa.

—Nada, solo estoy recordando viejos tiempos. ¿No te molesta que tu chica esté tan cerca de alguien como yo no?

Eso fue suficiente. En un segundo, Justin y Luke ya estaban frente a frente, empujándose y lanzando palabras de provocación. Los bailarines, sorprendidos por el giro de los acontecimientos, retrocedieron.

—¡Cállate, maldito idiota! —gritó Justin, empujando a Luke con fuerza. Luke no se quedó atrás, devolviendo el empujón con más violencia.

La pelea rápidamente se intensificó, y los guardias de seguridad del casino se apresuraron a intervenir. En un abrir y cerrar de ojos, los separaron con fuerza.

—¡Vamos, aléjate de el! —gritó uno de los guardias mientras sujetaba a Luke por los brazos.

Luke, aún sonriendo con una mueca de desdén, fue arrastrado hacia la puerta del casino, mientras Justin, furioso y respirando pesadamente, fue apartado hacia otro lado.

La seguí a paso firme y nos encontramos en el estacionamiento del casino, separados del bullicio. El aire cálido de la noche envolvía nuestras palabras, pero no podía dejar de sentir que la pelea de antes no se trataba solo de Luke. Todo estaba demasiado cargado.

—¿Por qué hiciste eso? —pregunté, mi voz casi inaudible, pero con una furia contenida que no podía esconder.

Justin me miró, su respiración aún agitada, y se pasó una mano por el cabello, claramente molesto.

—Porque no podía quedarme ahí viéndolo. ¡No podía! —respondió, dando un paso hacia mí—. Tú... tú eres mía, Kelsey. Y él no tiene ningún derecho a tocarte, a mirarte como si fuera suyo. ¡No puedo dejar que eso pase!

—¿Mía? —me reí sin humor, dando un paso atrás—. Justin, no soy de nadie. Y tú... tú no eres quien para hacerme sentir así. ¿En qué estabas pensando? ¿Qué esperabas que hiciera?

La rabia en mis palabras se hacía más fuerte. No sabía por qué, pero necesitaba descargar todo lo que había estado guardando. La confusión, la frustración, la decepción. Todo estaba acumulado en mi pecho, y ya no podía mantenerlo dentro.

Justin no dijo nada por unos segundos, pero la mirada en sus ojos decía todo lo que no podía expresar. Pero cuando finalmente habló, su tono ya no estaba cargado de ira. Era más bien de indiferencia, como si se hubiera cansado de todo.

—Lo que sea, Kelsey. Si eso es lo que quieres, bien. Ya no sé ni qué hacer contigo —respondió, mirando al suelo, casi sin ganas de mirar hacia mí.

Fue como una daga en el corazón. La frustración que sentía se transformó en decepción. ¿Qué estábamos haciendo? ¿Hasta cuándo íbamos a seguir en este ciclo sin fin?

—Genial —dije, mi voz vacía, casi sin emoción—. Si crees que esta es la forma de arreglarlo, entonces no lo sé. Quizás no hay nada que arreglar.

Y con esas palabras, sin esperar a que Justin respondiera, saqué mi teléfono y llamé al jet privado para regresar a Los Ángeles. No podía soportar más esta situación. No podía seguir siendo parte de un drama que parecía no tener fin.

El sonido del motor del jet me acompañó en mi vuelo de regreso, pero mi mente estaba en otro lugar. Pensaba en todo lo que había sucedido, en lo que no habíamos dicho, en lo que ya no podía cambiar.

Damn Jenner (Justin Bieber)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora