Inseguridad

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—¿Estás segura?

Pregunta mi mejor amiga mientras revuelve un plato de papas fritas. Hace mucho que no come en buenas cantidades, sé que es por la fiesta de fin de año, está obsesionada con que no va a entrar en su vestido, siempre fue así, de fijarse en la estética.

—Sí, Berni, te juro que fue así.

Juro con los dedos cruzados, mintiendo para variar. Todavía no sé por qué me esfuerzo en encajar en mi grupo de amigas cuando somos tan diferentes, tal vez porque mi pueblo es chico o tal vez porque me da más miedo quedarme sola y marginada, que estar con ellas, aunque sean realmente las peores.

El nombre Bernarda significa mentira, por lo que, de las dos, ella es la que me causa más miedo. Puede que ahora que estamos en la misma sintonía, me descubra a mí y a mi patético intento de ser interesante, porque eso es algo que no puedo evitar en este punto de mi vida. Intentar ser interesante. O más interesante de lo que realmente soy, porque para las personas en general, no lo soy, para nada. Soy de esas personas que ven de reojo cuando siguen su camino.

—¡¿Quién iba a pensar que la hija del reverendo al fin dejó de ser la mojigata!?

Exclama Jimena mientras golpea la mesa como un ebrio que pide otro trago. Ella es la que supuestamente escucha, pero estoy segura de que su mamá se confundió en darle ese nombre. Igual, tiene razones para estar tan sorprendida, tengo diecisiete años y todavía sigo siendo virgen, en su mundo, eso es una gran aberración. En el mío, algo sumamente razonable. Pero intentar razonar con ellas o encontrar un punto medio siempre fue una tarea difícil, y mucho más, cuando soy la única que hace un esfuerzo.

—Chicas, no griten tanto.

Suplico. Mi novio está por llegar y no quiero que escuche los horrores que estoy diciendo, en realidad, no quiero que nadie en este lugar escuche lo que estoy diciendo. Como dicen "pueblo chico, infierno grande" y los rumores se esparcen como la octava plaga: las langostas.

—Y nosotras que suponíamos que Esteban era gay...

Berni no deja de tocar su pelo, haciendo pequeños círculos con el dedo para que mechones se enrosquen en él, diseccionandome lentamente, buscando en mi confesión la verdad. Aunque me enoja el comentario, lo dejo pasar, después de todo, estoy mintiendo descaradamente.

¿Por qué dije esta mentira, Dios? Ah, es verdad, no dejaban de hostigarme por ser virgen.

—Bien, contanos cómo fue todo.

Mis ojos se abren de par en par y siento como si la sangre se me drenara por los pies. ¿Qué puedo decir? No tengo idea de cómo son esas cosas, es decir, sé cómo se hace y la teoría básica que me dio la clase de educación sexual en el colegio, pero sigo sin entender por qué la gente lo considera algo tan importante. Hacerlo es algo que hace la gente casada para tener hijos, no lo puedo ver como ellas, como una simple actividad de fin de semana. La idea de mostrarle mi cuerpo a alguien que no es mi marido ¡Peor aún! A un desconocido me da... ¿Rechazo? ¿Asco? ¿Asco a mi cuerpo o al de la otra persona? Definitivamente al de la otra persona. O al mío, y a la grasa que se acumula en mis caderas, o las estrías de mis glúteos, o el sarpullido de mis piernas que aparece una vez que pasan unos días después de rasurarme.

—No, no quiero contarles...

¡Dios mío! ¡Salváme! ¿Por qué no digo que mentí en un momento de desesperación y termino con este cosquilleo inquieto que tengo en el pecho? ¿Por qué no les digo de una buena vez que es mentira? Tengo miedo, pánico de que ahora me molesten por virgen y encima mentirosa. La idea de quedarme una vez más sola, completamente sola en clases, es más horrible que la culpa que cargo. Me costó mucho que alguien me cobijara en su grupo social y aunque con ellas no comparto mucho, al fin y al cabo lo hicieron. Tal vez para que fuera el payaso que las mantiene entretenidas, o como el perro faldero que las sigue a todos lados sin poder decir "no", o la que las ayuda con las tareas, exámenes y apuntes.

VirgenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora