Invasión

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La puerta del lugar tiene un cartel luminoso colgado que dice "Tattoos". No sé cómo la gente lo ve, es diminuto y está colgado en una puerta misteriosa entre dos locales, uno de ropa bastante llamativo y el otro de cosas militares. Pasé miles de veces por esta puerta negra, pero nunca me detuve a mirarla dos veces.

Andy la abre y empieza a subir las escaleras angostas que están entre dos paredes llenas de graffitis y escucho arriba la música que le tanto le gusta a él. Tomo su remera para no tropezar, las escaleras son bastante oscuras y están iluminadas solo por una lámpara roja, también porque tengo un poco de miedo. El sitio parece salido de una película de terror.

—Llegás tarde.

Dice una chica teñida de violeta, tatuada hasta la cara, que tiene un top y un short de jean, sentada en un escritorio principal en el primer piso. Observo el lugar, no es como pensé que iba a ser, está bien iluminado. El escritorio pintado de negro, tiene el dibujo de una calavera. A la izquierda un espejo que ocupa toda la pared y a la derecha una rockola antigua con un mueble con cascos retro pintados se posicionan frente a una de las paredes, casi todas están llenas de dibujos encuadrados. Noto que no hay ninguna ventana, por lo menos no visible y el olor me inunda la nariz. Es el olor de los cigarros de droga de Teo.

—Sí, perdón, tuve que buscar a una amiga.

Señala con su pulgar a su espalda y yo salgo por el costado de Andy para saludar a la chica enojada que me intimida hasta la nuca. Ella echa un vistazo rápido y vuelve a dirigirse a Andy. No se molesta en preguntar, ni en saludar, ni siquiera en hacer un gesto.

—El chico del bosque se fue, lo pasé para mañana. Tenés que dejar de venir tarde.

Está hecha una furia, Andy se ríe y después de dos zancadas de sus piernas largas, salta por encima del escritorio y le da un beso en la mejilla evitando el piercing que le aprisiona el cachete como los botones de los almohadones del viejo sillón de mi abuela. Ella se limpia el beso con el dorso y vuelve a cruzar los brazos sobre su top de vinilo negro que tiene un arnés con caderas encima.

—Perdón, bebé.

La chica hace un gesto de enojo y me quedo como tonta viendo su pelo batido, inmenso y desordenado, de color violenta. Vuelve a bajar la mirada para hacer algo en la computadora. Noto detrás de mí y dando un pequeño salto a un hombre que está sentado en el sillón que da a la pared que está empapelada con fotos de tatuajes terminados y me extraña verlo en un lugar así, tiene pinta de abogado o doctor. El hombre se para y aparto la mirada.

Andy nota su presencia y sonríe.

—¿Cómo está? ¿Espera hace mucho?

¿Andy dirigiéndose a una persona formalmente? No me lo creo. Me corro para que estrechen sus manos.

—No, recién llego. —El hombre me mira, está tan sorprendido de que yo esté acá como yo, de que él esté acá. Andy pone su mano en mi cabeza y el hombre vuelve a mirarlo a él. —Ya arreglé todo con la señorita.

Señala a la chica del escritorio que sigue ignorándonos porque está echando humo por las orejas.

—Perfecto, veamos donde nos quedamos.—Andy corre dos puertas corredizas y abre el espacio a otra habitación que tiene dos enormes sillones individuales y negros, detrás hay una mesada llena de aparatos y cosas extrañas. —¿Le molesta si dejo abierto? Hace calor.

—No, para nada.

Dice el hombre quitándose el saco y dejándolo en el perchero que hay en la nueva habitación.

—Genial, Tania ¿Podés mirar a Cora por mí?

Tania, dulce princesa. De princesa no tiene nada.

VirgenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora