Incompatibilidad

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Me acomodo la falda y me siento lo más tirada a la ventanilla que puedo, su auto es viejo y es de esos que tienen un solo asiento largo en vez de dos separados por la palanca de cambio. Odio el color marrón viejo del cuero y me causa desconfianza que la palanca tenga una mini bola ocho de billar en la punta.

—Le dije a mis amigas que era verdad lo que dijiste.

Me mira con expresión extrañada.

—¿Qué?

—¡No empieces!

No pienso decir las palabras que él quiere escuchar.

—Ok, seguí... te la dejo pasar.

Se tira el pelo hacia el costado y acomoda el espejo retrovisor como si esto fuera lo más emocionante del mundo.

—Y les dije que me vas a ayudar con un servicio comunitario de los que hace mi papá.

Recuesta la cabeza sobre el respaldo y comienza a manejar con los brazos relajados sobre las rodillas mientras maniobra el volante con solo sus dedos. Me pone histérica, se supone que se debe manejar con ambas manos en el volante, no con solo tres dedos.

—¿Tengo pinta de hacer trabajo comunitario?

Retuerce esa sonrisa de costado y me relojea de arriba a abajo. Desconozco porqué esa mirada me da un cosquilleo en las plantas de los pies, no me está amenazando, solo mirándome. Como yo lo miro a él.

—Vos sos... el trabajo comunitario. Es decir, tu familia.

Espero que se enoje, pero no lo hace, sigue tranquilo, manejando a poca velocidad como si estuviéramos en piloto automático. Es bueno que no haya nadie en la calle por la hora porque si no estaríamos aturdidos de tantos bocinazos.

—Tiene más sentido. Me intriga saber... ¿Dónde te garché?

Saco los ojos de sus dedos y la destreza que tiene para manejar en esa posición y palidezco, odio su vocabulario.

—No lo decidí todavía, no entré en detalles.

Deja de mirar al frente y se me queda mirando serio.

—¿Qué vas a contar?

—No sé.

Carcajea y su risa aterciopelada me penetra una parte del alma.

—¿Sabés cómo se hace por lo menos?

—No.

Se revuelve en el asiento y se pone una pierna sobre la rodilla presionando con la otra solo el acelerador. Eso y que maneje con los dedos me dan ganas de saltar del auto.

—Cuando mamá y papá se quieren mucho...

Empieza su explicación mirando sus dedos y los une como si estuvieran besándose, mientras sostiene el volante con el codo. Revoleo los ojos y cruzó los brazos.

—¡Eso ya lo sé! ¡Sentáte bien, vamos a chocar!

Palmea mi rodilla dos veces y vuelve a su posición anterior. Deja sus brazos relajados. Por el desgaste que tiene la parte inferior del volante, me doy cuenta de que siempre maneja así.

—No tan mal como creí.—Se acomoda mejor en el asiento y su sonrisa parece brillar en la oscuridad de la noche. —¿Qué no sabés entonces?

—Qué se hace, qué se siente en esas situaciones.

Frena el auto en un semáforo en rojo y entiendo que estamos paseando por el centro de la ciudad. ¿Y si alguien me ve? Dios, estoy con este punk en su auto de hojalata.

VirgenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora