Dicha

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Busco los bóxers de Andy y no puedo creer que esté aceptando a hacer esto, pero prefiero a Andy en bóxer que a los tres con sus cosas al aire persiguiéndome por el borde de una laguna abandonada. Dudo un segundo antes de sacarme el vestido, me intimida un poco estar tan expuesta, me siento la única carne femenina entre hombres hambrientos, porque son así, pervertidos los tres.

Me acerco al auto y me quito el vestido, como esperaba escucho a Teo que silba y después se ahoga bajo las manos de Andy. Dejo mis ojotas de lado y camino con dificultad, hay césped, pero también hay piedras.

Veo que los tres me esperan como tarados, como si fuera que soy un bebé dando sus primeros pasos y me sonrojo, no puedo evitarlo. Cuando Andy nada hacia la orilla lo detengo revoleándole su bóxer a la cara.

—¡Ponete eso primero!

Andy me hace caso suspirando, se cambia debajo del agua y después extiende las manos para que me acerque a él.

—No te preocupes, tengo a la fiera controlada por un poderoso e indestructible pedazo de tela.

Me río y cuando el agua me llega a la cintura me sujeta de las caderas para llegar más profundo. Esta vez me aferro a Andy, no porque tengo miedo de ahogarme, sino porque sus amigos siguen desnudos y me aterra pensar que se me pueden acercar. No sé qué me pueden hacer, en realidad nada, no me van a atacar, pero me da asco saber que debajo del agua no tienen nada.

—¿Ves? No es tan trágico.

Andy me coloca sobre su pecho y nada de espaldas mientras se relaja. A metros nuestro Ian y Teo están luchando. Ian va ganando, obviamente.

—Te queda bien ese bikini.

Me miro, es normal y rosa, no tiene nada del otro mundo, además del estampado cuadrillé rojo con blanco. Y es grande, bastante grande como para hacerme sentir cómoda.

—Lástima que siempre lleves alambres.

Andy toma un invisible de mi cabeza y lo revolea al centro de la laguna donde se pierde para siempre, toma otro y por más de que intento detenerlo no puedo porque no quiero soltarme de él, y continúa sacándome invisibles con las dos manos riendo como un loco maniático.

—Soltate las trenzas... ya no tenés más invisibles.

Cansada veo cómo tira todos los invisibles al centro de la laguna y me suelto el pelo. Ya no tiene caso.

—¿Ves? Mucho mejor.

—Me queda mal.

—Vos no sabés qué te queda mal y qué no, yo sí.

Tiro la cabeza para atrás tomada de sus hombros y me empapo el pelo para que no me moleste con su frizz sobre mi cara.

—No me llamo Coraline...

Le digo en casi un susurro inaudible, que de alguna forma, Andy, que parece tener algún superpoder con cosas relacionadas conmigo, escucha.

—¿Qué?

—Antes... me dijiste Coraline, no me llamo Coraline.

Repito, esta vez recuperando un poco la confianza.

—Lo sé, pero me molesta que tu nombre sea corto cuando estoy enojado. —Arrugo la nariz y no espera a que pregunte para explicarme. —Es como la gente que se llama Antonia de la Paula Ludovica del Carmen, les decís Ana, Pau o Ludo en el día a día, pero si estás enojado podés decirle Antonia de la Paula para enfatizar tu enojo y si estás muy, muy enojado usas Antonia de la Paula Ludovica, entero. Con tu nombre no puedo hacer eso, sos Cora siempre... y Coraline me gusta para cuando estoy enojado.

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