Vergüenza

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 un idiota que no tiene remedio.

—Basta Andy.

Su pecho vibra con sus carcajadas y tira de mis codos, me abraza para inmovilizarme y evitar que le pegue, ya me conoce, sabe que esas son cien porciento mis intenciones.

—No puedo creer que te tenga para mí.

Su comentario me incomoda un poco, es algo que tendría que poder decir Esteban, no él. Pero no me imagino a Esteban haciendo esto ni loco, creo que le daría asco y nunca me daría su cárdigan para que me limpie semen de la cara.

—Yo tampoco.

Digo rendida.

—Dame un beso.

—Pero... recién...

Me levanta tomándome la barbilla y se sienta en el centro de los asientos, acomodando mis muslos a los lados de los suyos.

—Eso no importa.

Y cuando me deja a centímetros de sus labios lo beso. Es un asqueroso sin remedio y yo también. Su mano dibuja espirales sobre mi espalda desnuda y recorre con su mano mi cintura, mi muslo y llega encima de mi cola, apretujándola.

—Tenés un culo increíble.

Susurra contra mis labios. Cuando vuelve a intentar desabrocharme el cinto lo detengo.

—¿Qué pasa? ¿No querés tu parte? Mereces tener mi cabeza entre tus piernas por una hora seguida.

Por más de que la idea es tentadora y su ofrecimiento me hace retorcerme de expectativa, tengo que rechazarlo.

—No, gracias.

—¿Qué pasa?

Se revuelve en asiento preocupado y aprovecho para volver a ponerme la ropa, pasándome el corpiño por los brazos rápidamente.

—Nada.

Me pellizca la mejilla y me quito de su rango para deslizarme la remera por el torso.

—Me la chupaste y no querés que te devuelva el favor. ¿Vos? ¿Qué me usas como máquina expendedora de orgasmos?

Me río con su comparación, es bastante acertada.

—Estoy bien, Andy.

—Vení acá.

Me toma de la cintura y me arroja de espaldas al cuero roto.

—Andy, no...—Detengo su mano cuando está a punto de tocarme. —No puedo.

Me pongo violeta del pudor. Él se sostiene con sus brazos encima de mí, buscando la respuesta en mi rostro, cuando desvío la mirada y capta enseguida lo que está pasando.

—¿Me estás diciendo en serio?—Evito enfrentarlo, no esperaba que reaccionara así, como enojado. —¿No podés decirme que te vino sin ponerte roja de la vergüenza? ¿A mí?

Bueno, no esperaba que ese fuera el motivo de su decepción. Obvio que me da vergüenza, es hombre.

—Me da vergüenza decírselo a cualquiera.

—Entiendo que no se lo quieras decir a tu vecino, pero ya te vi en bolas, te la chupe, me la chupaste ¿Todavía tenés vergüenza conmigo? Sos una idiota sin remedio.

Me cruzo de brazos, no puedo creer que esté teniendo esta conversación.

—Son cosas de chicas.

Revolea los ojos y me separa de su cuerpo para sacar los cigarrillos que quedaron aplastados por estar en el bolsillo de atrás de su pantalón, se queja cuando ve que un cigarro está partido al medio y lo deja caer en el suelo de forma despreocupada.

VirgenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora