Capítulo II

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II

Antes que entraran en la cabina, Jim le susurró que le había prometido a Andrea una buena paga por realizar aquel viaje pero no era todo, durante la cena pondría sus condiciones. Aceptó porque aunque no lo admitiría frente a Andrea, su abuelo siempre hablaba de él con mucha admiración y a ella le intrigaba saber más de él, conocer más de su vida. Zarparon apenas el mediodía despuntó, ella estaba en la popa mientras Andrea y Jim se repartían el timón y las maquinas. Les esperaba un viaje de casi un día y a lo lejos, en la colina, veía como su hogar se desvanecía como un sueño al que no volvería hasta mucho tiempo y muchas cosas después. Estuvo husmeando por ahí, sobre todo la parte de los camarotes y cómo no, eligió el más grande y con mejor posición, el que en vida siempre había pertenecido a su querido abuelo. Más tarde se adentró en el salón de reuniones o el comedor como lo llamaba Jim porque servía para ambas cosas, era un barco grande pero no se desperdiciaba ningún rincón; sin darse cuenta la hora de la cena había llegado y así se lo comunicó el viejo. Andrea estaba al timón pero Jim lo reemplazaría de inmediato, él ya había cenado para que ellos pudieran hablar sin problema y sin interrupciones. Tenían un bonito salón comedor, el abuelo no había escatimado en lujos y se había esmerado en el arreglo del barco durante años. La Zanetti hubiera preferido que Jim cenara con ellos pero alguien tenía que hacerse cargo del timón si no querían detenerse y perder más tiempo. Andrea se presentó casi de inmediato por suerte para ella y un guiso humeante y de muy buen olor estaba servido para los dos, el viejo Jim se ocupó de poner los lugares uno enfrente del otro. Andrea hizo una reverencia que a ella más bien le pareció una burla y luego se sentó.

-Al grano—le dijo.—Puede ser que me vea como una niña rica, mimada y excéntrica, señor Mielle, más le aseguro que no lo soy; procure tratarme con respeto y no tendremos ningún problema.
-¡Wow! Tranquilícese señorita o ¿debo decirle capitán?—
preguntó en el mismo tono sarcástico de siempre.

Lo miró de soslayo y empezó a comer porque en verdad se sentía hambrienta.

-Bien—dijo él cogiendo la comida con las manos.—Éstas son mis condiciones, señorita.

Odiaba que remarcara señorita de ese modo pero se dio cuenta que entre más se lo dijera, peor sería su actitud.

-Tengo entendido que quiere ir a Europa—dijo mirándola a los ojos, lo cual sin motivo alguno la puso nerviosa.—También sé que necesita un capitán algo mas joven que Jim y, que además la instruya, señorita.

Asintió de mala gana, sólo para ver si dejaba de llamarla así.

-Le enseñaré parte de lo que sé, mas no todo..., no me convendría de ninguna manera—dijo Andrea con una media sonrisa que parecía más bien una mueca.—No recibiré órdenes de nadie, si acaso, sugerencias y sólo de usted, señorita. Me pagará cincuenta monedas de oro por todo el viaje.
-Eso es mucho dinero—
dijo sin mucha entonación.
-Podría ganar mucho más y en menos tiempo—dijo él.—Esto lo hago por Danielle, señorita
-¿¡Viajaste con mi abuelo!?—
preguntó emocionada, olvidándose del protocolo que ella misma había querido imponer.
-¡Ah, ah, ah!—dijo moviendo la cabeza negativamente.—No olvidemos eso del respeto, señorita.
-Claro que conocí a Danielle y por eso le hago esta oferta. ¡Ah! Una cosa más—
dijo señalándola con su dedo índice.—La tripulación la elijo yo llegando al puerto.
-¡Eso si que no, señor Mielle! ¡La tripulación la elegiré yo!—
dijo exaltada.

Él la desafiaba con los ojos y parecía divertirle mucho lo que estaba haciendo.

-¡Capitán Mielle!—la corrigió él.—Seremos diez y Jim—dijo.—Usted elige la mitad y yo elijo la otra mitad.

Las joyas del abueloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora