Capítulo XLVIII

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Jim preparó unos frijoles con tomate y cebolla que olían delicioso, hizo pescado frito con trocitos de ajo. Como Jay y Gianna querían un postre, prepararon bajo la supervisión del viejo, unas rebanadas de manzana con caramelo; si bien Jamie estaba acostumbrada a la cocina para Giannella Zanetti aquello era totalmente novedoso y se divertía haciendo cosas que nunca en su vida hizo. La verdad es que la cena había quedado exquisita, digna de un salón elegante de fiestas o quizá no tanto pero para ellos era así. Tardaron nada en comerla pero al menos las mujeres tuvieron la decencia de agradecerlo a Jim, a los hombres esas cosas no les eran familiares pero el viejo con el agradecimiento de sus muchachas, como él les decía, era suficiente. Cada cual se retiró a descansar, menos Nicolás y Gianna que se dirigieron a buscar su bolso para poder ir a buscar uno de los camastros en el camarote de los hombres.

—Ven—dijo ella.—Dormirás con Damián, Alessandro y Jim. Debe haber dos camas disponibles.

Ella colgada de su brazo se sentía feliz y así se dirigió con él sin más preámbulos al camarote de los hombres, para la sorpresa de ambos, Andrea estaba ocupando una de las camas libres y la otra estaba completamente empapada, tanto que chorreaba agua y se podía ver a simple vista sin necesidad de tocarla siquiera.

—Buenas noches, señores. Espero que puedan proporcionarle una cama al señor Moreau—dijo ella.
—Me temo que eso será imposible—dijo Alessandro.—La cama a tu derecha está ocupada por nuestro capitán y la otra se mojó accidentalmente y como hace tanto frío, tardará en secarse. A menos que el señor Moreau quiera enfermar, aquí no hay cama para él.
—No lo puedo creer de ti, Alessandro Paolli pero ya que Andrea está aquí, mi invitado puede usar el camarote del capitán—
se apresuró a decir ella.
—Gianna, no es necesario. Yo...
—Tú nada—
interrumpió a Nicolás antes que dijera más.—Dormirás en el camarote de Andrea.
—Mucho me temo que eso es imposible—
dijo Andrea saliendo de la litera,—lo cerré con llave y no recuerdo dónde la dejé. De cualquier manera ese sigue siendo mi camarote sólo quise pasar unos días con mis muchachos.

Gianna se encontraba de muy mal humor por lo que estaban haciendo y se daba cuenta por la actitud del capitán que sonreía mientras creía que ella no iba a poder resolver la encrucijada de no tener un sitio para el murciélago como lo llamaba despectivamente él.

—Bien—dijo Gianna resuelta.—Ya que no encontramos lugar aquí para ti, dormirás conmigo.

Tomó al boquiabierto Nicolás de la mano con fuerza para que no se escapara y antes de salir dijo:

—Buenas noches, señores y gracias por su no cooperación.

Damián sonrió aunque sin que Andrea lo viera pero Alessandro no disimuló en absoluto.

—Jajá jajá jajá, me parece que mandaste a Gianna directo a los brazos de ese hombre—dijo sin poder parar de reír.
—¿Tú eres mi amigo o mi enemigo?—preguntó Andrea furioso.

—¿No lo ves? Es divertido, lo siento Andrea pero entre todas las posibilidades que barajaste para que ella resolviera este problema, jamás pensaste que ella pudiera salir con algo así—dijo su amigo.
—Iré a dormir a mi camarote. ¡Maldición!—salió enojado Andrea.

Los tres que quedaron en el camarote echaron a reír apenas salió el capitán. No lo hacían por maldad, simplemente era algo que les parecía muy gracioso. Nicolás y ella se detuvieron en la puerta del camarote. Ambos sabían que aquello no era correcto pero Gianna confiaba en Nicolás, sabía que era auténtico caballero y que nada iba a suceder, aunque realmente ya no estaba muy segura de no desearlo; llegó a pensar que quizá hasta había agradecido al capitán no haberle dado opciones porque era un oportunidad pero no se atrevió a decírselo a él.

Las joyas del abueloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora