Capítulo VIII

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Mientras Nasheli y Gianna se divertían con el ron del capitán, Amaraí que la había visto en la cubierta hablando con Alessandro, esperaba pacientemente para cometer la fechoría de turno. Andrea apareció de repente, fumaba una pipa y miraba hacia el sur por donde debían partir. La herbolaria se le acercó sigilosamente.

-¿Capitán?—dijo Amaraí.— ¿Puedo hablarle?
-Sea breve, Ferro—dijo Andrea sin mirar a la chica y suponiendo que alguien pudiera verlos.
-Bueno, sé que usted es el capitán y por lo tanto, debo decirle algo: vi a la señorita Zanetti, robando ron de su barril—dijo Amaraí pensando seriamente en lo que hacía.

Parecía que a Andrea no le importara aquella revelación pero entonces ella agregó:

-Paolli estaba con ella, los vi besándose.

Andrea se giró quedando de frente a Amaraí, mirándola como intentando encontrar las palabras correctas, aunque realmente para alguien como él, las palabras eran siempre palabras y estaban correctas.

-Lo que está diciendo, Ferro, es muy... ¿cómo decirlo? Una especie de traición para con la persona que la empleó y a la cual debería tenerle un poco de fidelida—dijo Andrea como si no le importara lo que le había dicho y si la acción de ella.—Buenas noches.

Amaraí no podía creer la reacción de la famosa leyenda de los mares que no se inmutaba porque una niña rica le robara su ron, convenciendo a su mejor amigo con aquella excusa barata de un beso y encima la llamaba traicionera a ella que había sido tan correcta de informarle de tal acto ruin de parte de Gianna pero ya habría tiempo de que esas cosas cayeran por su propio peso, lo sembrado, sembrado estaba. Se encaminó hacia el camarote que compartía con las otras chicas, sin saber que allí, le esperaba una sorpresa. Andrea por su parte, no estaba pensando con la cabeza en frío así que fue directo al camarote de Gianna y entró sin llamar. Nasheli y Gianna se sorprendieron pero el más sorprendido fue él al ver como las dos muchachas se llevaban los tarros a la boca y sonreían alegremente pues algo de efecto ya había en ambas.

-¡Salga de aquí, Carter!—ordenó Andrea.

Como estaban anonadadas, Nasheli obedeció sin chistar y Gianna no atinó a decir nada tampoco para intentar detenerla. Los efectos del alcohol hacían que ella se sintiera intimidada por el gran Andrea Mielle o algo así, realmente no sabría cómo explicarlo.

-Así que las señoritas de la alta sociedad de Arallanes, ¿van por ahí robando el ron de sus capitanes?—preguntó Andrea, oliendo la jarra donde antes había estado su ron y ahora sólo quedaban algunas gotas.

Gianna echó a reír y Andrea se acercó a ella con paso amenazante pero terminó sentándose en la cama de la joven.

-Lo que se me hace más difícil de entender, es que no haya esperado hasta Europa para besar a otro y ése otro, tenía que ser Alessandro precisamente—dijo él con ironía y bastante molestia, aunque hacía un esfuerzo enorme por disimular.

La joven se quedó de una pieza, aunque aún con una sonrisa estúpida en su cara que delataba la cantidad de ron robado que había bebido. No acababa de entender cómo Alessandro había sido tan encantador con ella y luego le había ido con todas esas mentiras a Andrea, bueno, excepto por lo del ron. Iba a sacar a Andrea de su error pero le dio lo mismo pues sentía no tenía por qué darle explicaciones, ni decirle a quién besaba o dejaba de besar.

-¿No me dice nada? El que calla otorga, señorita—dijo él.
-Pagaré su ron—dijo arrastrando las palabras.
-Claro que lo hará, pero no de la manera que usted piensa, aprenderá que no todo en esta vida es dinero, señorita—dijo Andrea y salió azotando la puerta tras él.

Ella estaba tan enojada con él y con Alessandro que todo el vocabulario que no debía decir una señorita venía a su mente. Nasheli entró en el camarote pero ella ya se disponía a salir, el enojo había conseguido que se le bajara un poco la borrachera.

-¿Adónde vas, Gianna?—preguntó la otra preocupada.
-Ve a dormir, tengo algo que hacer—respondió secamente.

Las joyas del abueloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora