Capítulo XIX

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Gianna buscó a Andrea en su camarote, llamó y él abrió enseguida sin preguntar quién era porque sabía que sólo podía ser una persona, la hizo pasar con una voz apenas audible.

—Te esperaba—dijo solemne.—Siéntate.

Mientras tanto Jamie interrogaba a su esposo.

—Dime Alessandro, ¿Jeannette es la mujer que Andrea amó tanto?—preguntó Jamie ansiosa.
—Si, Jay pero Amaraí debió cerrar la boca—dijo Alessandro.
—¿Amaraí viajaba con ellos entonces? Lo pregunto por que no se me ocurre otra manera de que lo sepa, a menos que Andrea se lo hubiera contado pero no creo...
—Basta de conjeturas. Sí, Amaraí estaba en ese viaje. El capitán me lo contó hace poco—
respondió Alessandro.—Vayamos a terminar nuestras obligaciones.

Andrea y ella no hablaron durante un largo rato pero al cabo de un amargo silencio, Gianna se decidió a hacerlo.

—¿Por qué me esperabas?—preguntó.
—Por que eres obstinada y curiosa—respondió él.—Sé que tienes más preguntas.
—Si, las tengo—
aceptó.
—Entonces hazlas de una vez—ordenó.
—No tienes que contestar si no lo deseas, Andrea—dijo.
—Eso lo tengo claro, aún si no me lo dijeras—dijo él.

Gianna asintió.

—¿Quién es Jeannette?—preguntó sin más.

Andrea se sentó frente a ella después de trabar la puerta, dijo que la tormenta no les permitiría escuchar si alguien venía y que ese alguien podía abrir y escuchar cosas que él no quería que se supieran o al menos que no se supieran por el momento.

—Empezaste con la peor pregunta pero te lo diré. J—Jeannette es..., era...—Andrea no podía hablar, sus ojos se llenaron de lágrimas.—Jeannette era..., era el amor de mi vida.

A la Zanetti se le hizo un hueco en el estómago, jamás esperó que Andrea tuviera eso que él mismo llamaba cursi. No podía creer que su Andrea no fuera suyo sino el de otra.

—¿Te decepciono?—preguntó él.
—No tengo por qué decepcionarme, Andrea—mintió con un nudo en la garganta.— ¿Tuvo ella la culpa de que perdieras a ese hombre?
—Aún no lo sé, o tal vez no lo quiero aceptar—
dijo él titubeando.—Es probable, Jeannette era una mujer hermosa, con clase, tenía unos ojos que enamoraban, una figura perfecta, era una rosa... Una hermosa rosa de mayo.

Supo en ese momento que Andrea aún recordaba a aquella mujer, peor aún que pensaba en ella en todo momento.

—Ese marino se enamoró locamente de ella; aquel día hacía un frío horrible que te congelaba el alma, la cubierta estaba casi congelada también y Jeannette conversaba conmigo en la cocina. De pronto empezó a sonreír maliciosamente le pregunté la razón..., me dijo que había enviado a Joseph a barrer la cubierta y que este había caído al mar, a ella le causaba mucha gracia—Andrea tragó saliva.—Le recriminé que lo hubiera hecho y le pedí una explicación. Ella respondió que no era su culpa, que Joseph se había atrevido a decirle que la amaba y ella valiéndose de eso le pidió que se lo demostrara siendo temerario y limpiando la cubierta con tan mal tiempo... Yo estaba muy enojado con ella pero ella era mi debilidad y sabía cómo calmar mis enojos. No sé si lo tiró o si él sólo cayó...
—¿Le dejaste?—
preguntó Gianna temiendo a la respuesta.

Andrea sonrió amargamente.

—No lo habría hecho ni por algo peor que eso—confesó él.

El capitán sólo conseguía desilusionarla con cada detalle de su historia.

—¿Tienes alguna pregunta más, Zanetti?—preguntó al ver que me quedaba callada.
—Sólo una, Andrea, ¿aún la amas?—preguntó.
—Tanto como el primer día—respondió él.

Las joyas del abueloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora