Capítulo IV

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Aunque Verónica le había pedido a la herbolaria que escuchara a Gianna y ella había accedido, lo cierto es que lo había hecho de  muy mala gana, se le notaba mucho más que incómoda. Zanetti llamó al mozo una vez más y pidió un café para ella también, aunque realmente ella no había aceptado nada.

-¿Es tu único trabajo?—le preguntó.

-Si, señorita—dijo ella.
-Gianna—dijo.—Gianna Zanetti.
-Soy Amaraí Ferro y no entiendo para qué me quiere—respondió.
-Tranquila—dijo Jamie.—Escucha a Gianna y luego decide.
-Tengo un barco—soltó Gianna,—Morrigan.

Amaraí miró hacia el muelle con un dejo nostálgico como si algo la llevara a recuerdos más buenos, a cosas menos duras que las que vivía en el puerto y que no le contaba a nadie.

-¿Y?—preguntó ella medio molesta.
-Viajaré a Europa—agregó la otra.—Necesito tripulación; la paga no es mucha pero la experiencia, si que lo es.
-¿Qué tiene que ver eso conmigo?—preguntó Amaraí.

-Estoy ofreciéndote trabajo—contestó sin gran entonación la noble.

-Trabajo en alta mar—recalcó ella.

La notaba molesta y no podía evitar sentirse incómoda con eso, después de todo, no a todo el mundo tenía por qué gustarle viajar en un barco y encontrar en ello la mayor aventura de su vida.

-Mira, Amaraí, entiendo si no quieres venir con nosotras porque te parezca que estamos haciendo una locura. No te ofrezco garantías y si muchos contratiempos y quizá muchos más de los que yo misma pudiera llegar a imaginar, también muchos peligros también—confesó Gianna como última advertencia.—Eres libre de irte. Gracias por tu tiempo,que no es poca cosa.

Amaraí se levantó sin más y se alejó a paso seguro de aquellas tres que parecían peligrosas o al menos eso se decía para estar segura de la decisión que había tomado.

-Bien, no lo he conseguido—se maldijo internamente sin más que hacer.—Espero que Nasheli venga.

Amaraí caminó, alejándose de ellas tan rápido como su esbelta figura y cortas piernas le permitían. Aún así, la herbolaria pensaba en las posibilidades; después de todo, ella no le temía a la aventura, vivía sola, su madre había muerto mucho tiempo atrás de una penosa enfermedad o al menos eso le habían dicho a ella porque no recordaba mucho de aquella época. No tenía a nadie. Se internó en un pequeño y sucio callejón, en él, había habitaciones de lado y lado, una ratonera de esas en las que vivían los que no podían pagarse nada mejor, fue hasta el final y abrió la puerta que correspondía a su casa. Dentro había muchas mesas viejas, algunas deformadas por el uso y sobre ellas, montones de botellitas con esencias y remedios que ella misma preparaba.

Se tiró en la cama y cerró los ojos.

-Esa mujer puede serme de utilidad—pensó.— ¿Por qué no ir con ella? Ya he hecho viajes de este tipo antes. Además, me parece tan familiar que casi podría confiar en ella...

Se acomodó sobre su costado derecho y se encontró una hoja de papel, doblada a la mitad, la tomó y la abrió; reconoció la letra de Matías enseguida. Amaraí no podía creer lo que decía, aunque se lo esperaba desde hacía algún tiempo, mucho tiempo si es que podía ser honesta con ella misma. La carta decía así:

"Querida Amaraí:

He decidido volver a casa de mis padres; sé que lo entenderás y hasta es muy probable que me lo agradezcas. No tengo explicaciones que dar, sólo que creo que hace mucho, ni siquiera me miras con amor y me temo mucho que dicho sentimiento, se ha terminado. Espero que cumplas tus sueños; te habría ayudado pero últimamente, era más una carga para ti que una ayuda. Hasta ésta mañana, tuve la intención de luchar por lo nuestro, conseguir un trabajo y así ayudarte pero nada sucedió como había planeado estos últimos días; decidí que lo mejor era dejarte. Después de todo, ya no hay brillo en tus ojos y lo entiendo, no supe mantenerlo. Quiero que sepas que siempre serás mi amor.

Las joyas del abueloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora