Capítulo XIII

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Jim se quedó sin habla, en realidad el viejo ya no tenía mucho que decir y mucho menos estaba en las condiciones de hacerlo; se dio media vuelta y pasó cerca de Amaraí y de Damián que conversaban muy de cerca luego viró y tratando de enfocar su vista vio como Nasheli se desaparecía rumbo a la cocina con Oscar, a Jim no le agradó mucho pero en ese momento el ron y sueño lo vencía, sólo se encogió de hombros resignado de algún modo y se sentó al lado de Verónica, Santiago, Jamie y Alessandro que eran los únicos que, aunque despacio, continuaban bebiendo ron y hablando de diversas tonterías mientras reían y se conocían un poco más. Mientras tanto, Nasheli y Oscar se besaban apasionadamente en la cocina sin poder controlar lo que sentían, era como si el ron les hubiera dado el valor de ir a por lo que deseaban desde que se habían visto por primera vez.

-¿Estás segura de esto?—preguntó Oscar quitando un cabello imaginario del rostro de Nasheli.

Ella no contestó pero con una sonrisa le hizo saber que lo único que deseaba en ese momento, era ser suya más allá de lo que pudiera pensar nadie más. Él se quitó la camisa y la deslizó en el suelo de la cocina y luego sacó la ropa de ella con la delicadeza de un príncipe, como si estuvieran en la mejor de las alcobas descubriendo el cuerpo de la mujer que tanto le gustaba. Las mejillas de Nasheli estaban pintadas de rosa pero sus labios estaban ansiosos de más besos apasionados que no tardarían en aparecer. Las manos de Oscar resbalaron por la cintura de Nasheli y ella posó las suyas en el torso desnudo de él. Pronto, tirados en el suelo sobre la camisa de él, fueron uno y se entregaron sin más preámbulo que aquellos besos que no habían podido contener porque ambos estaban más que seguros de aquello.

Gianna continuaba tomada de la mano de Andrea, sonriendo sin saber el por qué hasta que se decidió a preguntar aún a sabiendas que posiblemente no obtendría una respuesta inmediata o al menos una respuesta que la dejara tranquila porque sí que sabía qué era lo que iban a hacer, podía ser una chica de familia pero su cuerpo ansiaba ser una mujer al lado de él.

-¿A dónde me llevas, Andrea?—preguntó arrastrando las palabras.

Y tal como ella lo esperaba, él sólo sonrió sin responder porque no hacía falta sencillamente, al menos para el pensar del capitán que tenía más ansias de encontrarse realmente a solas con la Zanetti que de cualquier otra cosa en el mundo. Pronto, a pesar del ron, descubrió que estaban yendo al camarote principal, el de Danielle, el de ella ahora. Se detuvieron en la puerta, se miraron y entonces la besó, pero no era como la otra vez, ésta vez Andrea pasó sus manos por la cintura de Gianna y ella puso las suyas en el cuello de él, las bocas se juntaron sin dejar pasar aire siquiera, las lenguas jugaban a encontrarse un nuevo sabor distinto al ron, distinto al odio, distinto a cualquier cosa que no fuera sólo ellos. Su aliento estaba tibio como lo estaba el de ella que poco a poco se apartó para abrir la puerta y cruzar el umbral porque ya no quería estar a la vista de todos o bueno, de casi todos porque el pequeño mundo de aquella nave estaba sumergido en sus asuntos.

-¿Entrarás o te quedarás allí?—preguntó Gianna con toda la seriedad de la que era capaz.

Andrea entró antes de que ella se diera cuenta de lo que estaban haciendo y se arrepintiera de tal invitación. No perdió tiempo y ya estaba sacando la estorbosa ropa de Gianna desesperadamente; ella hacía lo mismo con los lazos de su camisa, aunque no era tarea sencilla pues sólo una vela los iluminaba. Andrea la tomó de la cintura y la llevó hasta la cama depositándola allí sin mucha delicadeza, Gianna se veía reflejada en sus ojos y no sentía ningún remordimiento de estar haciendo aquello. La ropa de ambos desapareció por completo, no hubo promesas, no hubo te amos, nada que los atara, sólo el deseo, acompañado de la pasión que los desbordaba en aquel momento. Ni todo el ron del mundo habría cambiado la sensación de ella cuando fue de Andrea por completo y él, cerrando sus ojos, musitó su nombre con un dulzura indescriptible, una dulzura que no creyó volver a usar nunca. Cuando transpirados y exhaustos, pudieron relajarse, Andrea la abrazó con fuerza, Gianna no estaba muy segura pero casi podría jurar que vio lágrimas en sus ojos o al menos demasiada emoción.

-No quiero lastimarte, Gianna—dijo él tras un buen rato en una frase que parecía no tener sentido para ella.
-¿Por qué habrías de hacerlo, Andrea?—preguntó tomando la pipa de su abuelo y dándosela a él para que la encendiera con la vela.
-Son muchas cosas, no me lo preguntes por favor—dijo él.—Pero no esperes de mí más que esto.
-No espero nada de ti, Andrea Mielle y aunque lo hiciera, no te pediría nada... Ni ahora, ni nunca—dijo medio molesta.
-No me entiendes—replicó él.—Hay cosas que me superan que...
-Mira, si lo que me quieres decir es que no volverá a suceder, está bien, lo acepto. No tienes porque andar con tantos rodeos—dijo ella intentando ponerse de pie.

Las joyas del abueloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora