Capítulo XLV

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La cena no tuvo variación, fue normal y aburrida y Gianna trataba de disimular lo emocionada que estaba pero como no podía, mejor se retiró antes de terminar sus alimentos. Fue a la sala del timón, miró hacia el amplio horizonte que se extendía eterno ante sus ojos. La verdad es que pensaba en Nicolás, en cómo la estaría pasando y si ya habría olvidado su tonta idea de estar con ella, en verdad quería a Nicolás y estaba segura que de no existir Andrea, habría sido inmensamente feliz con él pero esos no eran los caminos de su destino porque en ellos ya antes se había cruzado Andrea por suerte o por desgracia. Un relámpago se dejó ver y oír, la tormenta se encontraba aún muy lejos pero los alcanzaría por la mañana tal vez. El trueno que acompañaba aquel relámpago la hizo salir de sus pensamientos, encendió la pipa y se recargó de la repisa.

—Lamento interrumpir este placentero momento—dijo Andrea saliendo de entre las sombras.

Ella hizo como si no pasara nada y él no hubiera aparecido de la nada.

—¿Qué diablos quieres?—preguntó altanera.
—Hablarte—respondió él meciéndose sobre un pie y sobre el otro nerviosamente.
—Habrá tormenta—dijo.—Nos alcanzará por la mañana.
—O antes—
murmuró él.
—¿Qué?—preguntó ella.

Andrea siguió mirando al horizonte.

—Nada, que aprendes rápido sobre el clima—dijo él.— ¿Gianna, podemos hablar?
—Es lo que estamos haciendo—respondió.
—No aquí—dijo él.—Ven, vayamos a mi camarote, allí nadie nos molestará.
—No he dicho que si—
dijo secamente.
—Pero lo harás—sonrió él.—Vamos o no te diré las noticias que había en la taberna para ti.

La heredera se encendió de inmediato, si había alguna noticia y Andrea se lo había ocultado, lo mataría y no lo perdonaría, bueno, al revés. Su tonta cabeza no le hizo pensar que aquello era una trampa de Andrea pues si hubiera habido un recado para ella, Jim habría ido directamente a decírselo. Sin embargo lo siguió como una tonta, pensando y ansiando esas noticias.

—Siéntate—dijo Andrea.—Es serio lo que sucede.

Se sentó sobre la cama y él se sentó a su lado.

—Hay un hombre interesado en ti, te reclama, eres su chica y no sé si estarás dispuesta a aceptarlo—dijo él.
—No entiendo—dijo.—No creo que te preocupe mi vida sentimental y ¿de quién hablas? Pues Valirio no es y Moreau... Bueno, Moreau no es, lo sé.

Andrea la miró a los ojos.

—Gianna, no quiero estar más sin ti—dijo él lentamente.
—No entiendo...—respondió pensativa.
—Es sencillo, yo y Amaraí...—dejó que Andrea continuara, no quería estropear lo que él creía una sorpresa.

Entonces el capitán le contó de cómo había inventado la relación con Amaraí para alejarla de él. A pesar de que lo sabía todo, sus ojos estaban llenos de lágrimas.

—Gianna, no, no llores más—pidió Andrea acercándose un poco más a ella.

Lo miró a los ojos también, fijamente.

—¿Cómo sé que lo que dices es verdad?—pregunto.
—Mírame y date cuenta—respondió él.
—¿Me amas?—quiso saber ella.
—Gianna, no puedo responderte eso ahora...

Ella quería creer en Andrea, necesitaba hacerlo y no exigió que le diera una respuesta a esa última pregunta aunque eso hubiera sido lo lógico porque ya había pasado demasiadas cosas con él.

—¿Qué dices? ¿Podemos intentarlo? —preguntó él.—Y no lo hagas tan complicado, sabes que no soy bueno con este tipo de..., cosas.
—Si, Andrea—
respondió y lo abrazó.

Las joyas del abueloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora