Capítulo LIV

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Mientras el tiempo pasaba lento en su pequeña y húmeda prisión, pensaba que posiblemente aquello era lo último que vería. Sentía un odio enorme contra Demon, también tenía miedo de no volver a ver a sus amigos, pero sobre todo tenía miedo de encararlo a él. Luego de un rato se olvidó un poco del capitán asesino y pensó en su padre, su abuelo y su ahora media hermana; sin importar lo que Nicolás y Andrea dijeran, ella no podía perdonar a Alonso y a Danielle. Los juzgaba, si, los juzgaba por que ambos la habían llevado de la mano por el camino de la honestidad y demás cosas que hacen de un ser humano una persona decente y ellos, ellos no eran nada de lo que predicaban. Gianna no odiaba a la herbolaria, en algún punto la entendía, sin embargo tampoco podía decirse que la quería, al menos no en ese momento pero ella no tenía la culpa de lo que les habían hecho. Es mas, entendía que odiara todo lo que ella representaba y lo que significaba para ella; pensando en ello tuvo la certeza de que Amaraí la había entregado a Demon sin ponerse la mano en el corazón. Unos pasos acercándose al lugar la pusieron en alerta, se abrió lentamente la puerta y pudo ver al hombre que llevaba una bandeja con comida y una diminuta vela que alumbró enseguida el lugar. Se alejó hacia una esquina del cuartillo como un reflejo y él sonrió satisfecho del miedo que provocaba en ella.

No temas, lindura—dijo él.
—No sabía que los capitanes se encargaran de traer comida a los prisioneros—dijo Gianna.
—No seas tan hosca—replicó el hombre.—Pórtate bien y te irá mejor que a tus padres.

El simple hecho de que mencionara a sus padres la hizo sentir como si algo la quemara por dentro pero contuvo las lágrimas con estoicismo.

—¿Por qué?—quiso saber Gianna.— ¿Qué te hicieron mis padres si no tenían nada que ver con Andrea?

Demon puso la bandeja en el suelo y dijo:

—¿De verdad quieres saber, Zanetti?

Gianna sólo atinó a asentir pues tenía la garganta cerrada y no podía hablar.

—Te lo diré por que mereces saberlo antes de morir. Tu padre, Alonso Zanetti y tu madre, lograron que la única hija que tuve de mi primer matrimonio, muriera sola y alejada de nosotros... Mi esposa murió al enterarse que mi hija se había quitado la vida, su corazón no lo soportó. La busqué pero no pude encontrarla donde la había dejado, tu padre la cambió de residencia, entonces me enteré de su suicidio pero tampoco pude encontrar a mi nieta—ella escuchaba a Demon y su corazón latía con fuerza, entonces comprendió que la buscaba a ella y que no había asesinado a sus padres por Andrea pero no dijo nada al respecto porque él lo sabía mejor que ella.—Me hice a la mar para ver si podía encontrar a mi nieta en alguno de los puertos cercanos a Arallanes pero no tuve éxito. Entonces conocí a Jeannette sólo para que Andrea lo echara todo a perder. A tus padres les di la oportunidad de hablar pero se negaron...
—¡Mi madre no!—
dijo Gianna llorando.— ¡Ella no sabía nada de su hija y su nieta!
—Qué ternura que lo creas—
dijo él.—Pero tu madre fue la que convenció a Alonso de llevar a Liz, mi hija, a algún lugar apartado a tener a su hija. Y tu abuelo..., él les secundó en todo. Lamentablemente de él no pude vengarme porque la muerte me lo arrebató.
—Entonces tu apellido es Ferrer—
dijo atando cabos.
—¿Lo recuerdas? ¡Tú eras una niña entonces, no creí que pudieras reconocerme!—dijo él.

—No te reconocí—aceptó con una sonrisa amarga.—Sólo has completado la historia que tenía a medias.
—¿Qué quieres decir?—
preguntó Demon poniéndose cerca de ella.

La obligó a ponerse de pie tomándola de un brazo con fuerza y la sacudió violentamente exigiéndole que hablara.

—¡No voy a decirte nada!—le gritó con todo el valor que sacó de alguna parte muy recóndita en su ser.—¡Me llevarás a Morrigan primero!
—¡No estás en condiciones de exigir nada!—
gritó él con una tosca sonrisa.
—¡Lo estoy, maldita basura! ¡Mis padres no mataron a tu hija, lo hizo ella sola! Quizá no soportó ser una cualquiera...

Las joyas del abueloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora