Cuando Andrea y Gianna llegaron con los demás, Alessandro y Jamie ya estaban ahí, la segunda se sentó al lado de su amiga y sin pensarlo se bebió su tarro de ron de un solo golpe como si no hubiera mañana, después de eso pidió otro.
—¡Tranquila!—dijo Jamie en voz baja.—No sé qué te pasó pero todos en la mesa se dieron cuenta de tu actitud y con ello, de que algo te sucede.
—Lo siento, si, algo sucedió—dijo tomando más lento, ahora de su tarro.
—Cuéntamelo y a ver si ayuda a que te tranquilices—dijo su amiga.
—Está bien, trataré de ser breve—dijo aunque estaba segura de que no serviría de nada hablar de ello.—Antes que tú y Alessandro se casaran, tu esposo me dejó a solas con Andrea pero supongo que eso ya lo sabes. Como es costumbre, discutimos y no llegamos a ningún lado, pero hicimos un trato: nunca más el uno buscaría al otro, a no ser que fuera estrictamente para asuntos de negocios y trabajo, sólo eso y lo había estado cumpliendo bastante bien pero ésta noche seguí a Andrea como una estúpida sin poder evitarlo—dijo y le contó todo hasta antes del apasionado beso,—entonces lo besé sin pensar en el trato que habíamos hecho en el barco, no pensé en nada más que en volver a tenerlo en mi vida de una manera más íntima.
—¿Y eso es tan malo?—preguntó Jamie sonriendo y restando importancia a todo lo demás.
—Andrea me recordó nuestro trato y me siento una imbécil—reconoció Gianna.
—Sucede que ninguno de los dos quiere reconocer lo que en realidad siente por el otro porque son un par de idiotas pero el sentimiento está ahí—aseguró la recién casada.
—No hay tal sentimiento es puramente sexo—dijo Gianna aún sabiendo que se escuchaba muy mal reconociendo aquello.
—Aunque no creo eso, no voy a discutirlo ahora contigo—dijo Jaime un poco ofendida por la manera en que su amiga le respondía.—Me parece que el capitán se dispone a sacarte a bailar.Por un momento lo creyó pero enseguida él extendió su mano hacia Amaraí que estaba cerca de Gianna y ésta encantada aceptó. Volvió la cara hacia su tarro y Jamie balbuceó cosas como para darle ánimo pero su esposo la llevó a bailar evitando así que dijera algo más a la Zanetti que parecía más interesada en ver el fondo de todos los tarros de aquella taberna. Todo el mundo se levantó a bailar, no es que fueran los grandes bailarines, era que el ron hacía lo suyo. Incluso Jim que bailoteaba solo a un costado de las parejas parecía tener cierta gracia para danzar y no paraba de hacer. Damián se acercó con cautela hasta donde estaba Zanetti, eran los únicos que se habían quedado en la mesa.
—Señorita Zanetti—dijo él.
—¡Oh no! Espero que no vengas a llevarme a bailar—dijo.
—No es mi intención—dijo,—pero si lo desea...
—En realidad no—aseguró ella.Se sentó a su lado y sonrió porque eso de bailar no era para él. Ella nunca había prestado atención pero Damián era un hombre realmente atractivo, sin embargo, algo en él no terminaba de gustarle, algo que no sólo le sucedía a ella pero en su caso seguramente tenía mucho que ver con el asunto de haberlo visto con la herbolaria aquella noche.
—Hable de una vez—dijo ella por fin con algo de seriedad.
—¿Sabía usted que Andrea y Amaraí se conocen de antes?—preguntó sin preámbulo alguno.Gianna casi se atragantó con lo que estaba bebiendo, se giró a mirar a la pareja y en ese mismo momento dos hombres mal encarados entraban en el lugar; más ella no les prestó atención realmente. Las palabras de Damián rebotaban en su cabeza haciéndole daño de una manera que ni siquiera podría explicar si alguien le preguntaba.
—Cierre la boca, señorita y considere tal información como un favor de mi parte—dijo él.
Aún debía confirmar aquella información pero lo pensaba de nuevo y Damián no ganaba nada con inventar aquello y si hubiera sabido que lo hacía no sólo por estar molesto con Amaraí que lo ignoraba sino por el cariño que sentía por su familia, lo habría creído de inmediato. Se sentía traicionada, furiosa, tenía ganas de enfrentarlos en ese mismo momento; lamentablemente todo aquel ron que había ingerido no le permitía ponerse de pie e ir hasta donde la pareja de traidores danzaba. Cuando Nasheli volvía del baño, uno de los hombres que habían entrado al final le dio una nalgada fuerte y sonora por lo que la chica dio un grito y se armó el gran revuelo. Las chicas se pusieron lo más lejos posible de las espadas que se desenvainaron al instante y Gianna que estaba mas lejos aún veía todo como si no estuviera allí, en realidad su mente estaba ahí, su cuerpo no. A pesar que todos estaban listos para pelear por el honor de Nasheli, Santiago la defendió como un héroe y el agresor salió huyendo, el otro hombre lanzó una maldición contra todos los que estaban allí y fue tras su amigo. Amaraí se acercó a Andrea y murmuró algo en su oído, ambos sonrieron con complicidad. Tras el altercado continuaron bebiendo y bailando lo que quedaba de la noche, olvidando el desafortunado incidente, Gianna hacía un tremendo esfuerzo por no reclamar y Damián parecía disfrutarlo pero en el fondo no era así.
—¿Qué le pasa a Gianna?—preguntó Verónica a Jamie.
—Lo de siempre supongo—contestó Jamie.
—¿Es que nunca se van a arreglar esos dos?—preguntó Verónica con cierto fastidio.
—Pues parece que no, amiga mía, por desgracia no todas las relaciones son como la tuya o la mía—dijo Jamie.
— Tienes mucha razón—dijo la otra.—Pero no negarás que hasta ahora, tú has sido la más afortunada de todas.Las amigas sonrieron y continuaron hablando de temas triviales, era lo mejor que podían hacer con ese tiempo que estaban libres de toda tarea. Gianna había decidido dejar de tomar para poder irse por sus propios medios una vez hubiera llegado el momento pues no quería ser una carga y que Andrea pudiera recriminarle por cualquier cosa. Tras disfrutar un poco más de su estancia en "El viajero" decidieron irse enseguida pero la mayoría de los alegres tripulantes de Morrigan pactaron seguir la fiesta a bordo. Cuando salieron, una violenta lluvia azotaba el lugar pero nadie se quejó por ello, al contrario, iban cantando y bailoteando bajo ésta. Rezagada de todos había quedado Zanetti y a nadie parecía molestarte excepto a él.
—Dese prisa—dijo tomándola del brazo con cierta violencia.
—¡Déjame en paz, no me toques!—dijo muy enojada.
—Le suplico sssea másss respetuosa conmigo, señorita Zanetti—dijo apretando con más fuerza aquel delicado brazo.
—¡He dicho que me sueltes, imbécil!—dijo.— ¡No te quiero cerca de mí! Eres una sucia rata, vil y mentirosa...!
—Hace un rato no parecía pensar eso de mí—dijo Andrea poniéndose frente a ella y tomándola de los dos brazos.
—Hace un rato es pasado. Y escúchame bien por una vez en tu maldita vida, Andrea Mielle: Nunca te me acerques de nuevo. Nunca me arrepentiré lo suficiente de haberme entregado a ti. Yo puedo ser la peor basura, una cualquiera si quieres llamarme así pero al menos no soy una cobarde, mentirosa y traicionera como tú. Jamás imaginé que tú podrías hacerme algo así. Mi abuelo, y me duele reconocerlo, no te conocía bien. Qué digo bien, no te conocía en lo absoluto. Ahora debe estar arrepintiéndose de haber creído en ti como lo he hecho yo. ¡Te odio! ¡Te odio con todas mis ganas!Cerró aquel discurso con lágrimas que se confundían con la fuerte lluvia por suerte para ella pues no quería que él la viera llorar. Andrea no dijo una sola palabra ante tal discurso, aunque no entendía del todo qué estaba sucediendo.
—Déjame sola—murmuró tratando de tranquilizarse cosa que no era para nada sencilla.
El capitán se alejó a paso lento y aunque ella siguió el mismo camino que él, guardó muy bien su distancia. No podía parar de llorar porque ella había depositado en Andrea toda su confianza, no esperaba que la hiciera conocedora de toda su vida pero algo tan importante como el que conocía a la herbolaria, esperaba que se lo hubiera dicho. Le dolía profundamente su silencio, como cuando pierdes algo que siempre estuvo contigo, como cuando la confianza se ve quebrantada por una estupidez que habría parecido poco importante de haberlo dicho. Ni siquiera intentaba secarse las lágrimas, ya toda ella era una sopa. Cuando llegó al muelle, ya no veía a Andrea y mucho menos a los demás, excepto por una silueta que en lugar de alejarse se acercaba. Era Alessandro, cuando se acercó a ella la abrazó fraternalmente ella se echó a llorar con más fuerza, necesitaba ese apoyo aunque no lo esperaba de él estaba bien, no tenía a nadie más realmente.
—Déjalo salir—dijo Alessandro mientras acariciaba su empapado cabello cual si fuera una pequeña niña.
—¿Te mandó él, verdad?—preguntó Gianna imaginándose que podía ser así.
—Está muy preocupado por ti...—contestó él con sinceridad.—Entonces vete, no necesito que él se preocupe por mí, Alessandro—dijo sin pensar casi.
—Espera, Gianna. No seas tan testaruda, por favor. Habría venido aún si Andrea no me lo hubiera pedido—dijo.—Eres la mejor amiga de mi esposa y aún si no lo fueras, habría venido porque eres mi amiga. Nos preocupas. ¿Quieres contarme qué sucedió con el otro cabeza dura?No parecía haber poder humano que la tranquilizara, no parecía tampoco que fuese sólo lo de Andrea lo que la hacía sentir tan triste y desconsolada, tenía que haber algo más pero él no sabía cómo hacer que ella se lo confiara porque estaba cerrada a todo y eso se notaba a simple vista.
—No, calma, calma. Si no deseas hacerlo no lo hagas. Ya habrá tiempo o quizá lo quieras hablar con Jamie—dijo Alessandro.—Ahora volvamos, debes tener frío y te enfermarás si sigues aquí con esta lluvia helada.
Asintió y tomada de su brazo fueron hasta Morrigan, allí la fiesta continuaba ajena a todo lo que le acontecía a la heredera y ella estaba ajena a todo lo que le acontecía a los demás. En el fondo, Gianna sabía que eso era lo mejor que podía hacer.
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Las joyas del abuelo
RomanceGianna emprende un viaje en barco tras el último día de 1699 sólo para encontrar los tesoros más preciados de su abuela. Una compañía pirata que le cambiará la vida para siempre.