Capítulo XVI

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Cuando Gianna abrió los ojos, Andrea ya no estaba. Afuera podía escucharse el canto de las gaviotas por lo cual se podía deducir que la tormenta era cosa del pasado y que finalmente había amanecido; se puso de pie maldiciendo a Andrea por no haberla despertado pero se dio cuenta que debía estar muy cansada porque ni siquiera lo había sentido levantarse. Se vistió con lo primero que encontró para salir de inmediato, hacia la cocina primero pues necesitaba lavarse la cara. Allí se topó con Verónica y Santiago que lavaban los platos, sonrió porque, extrañamente, a ellos siempre los encontraba en esos menesteres, incluso parecía que lo disfrutaban, aunque lo que realmente adoraban era pasar tiempo juntos haciendo lo que fuera, eran siempre materia dispuesta.

-Buenos días—saludó sonriendo como si fuera otra.— ¿Hace mucho que zarpamos?

Verónica respondió al saludo y luego le pegó un codazo a Santiago para que se apresurara a contestar.

-Pues si, hará unas cuatro horas aproximadamente, el capitán nos ordenó no despertarla. Dijo que usted se sentía mal y que lo mejor era dejar que durmiera—respondió presto Santiago.
-Pero se ve que estás mucho mejor—dijo Verónica secando un tarro con ahínco.— ¿Y el capitán que tal durmió?

Gianna casi se atragantó con la manzana que había tomado de la mesa cuando Verónica preguntó eso, sintió que la sangre se iba directamente a sus redondas mejillas, que los ojos se le encendían; no es que la apenara pero quería saber cómo era que aquellos dos se habían enterado que Andrea había dormido en con ella si había llegado después que todos se fueran a dormir y se había levantado antes que todo el mundo además, según Andrea, nadie lo sabría excepto Jim y Nasheli.

-N—No sé a qué te refieres, Vero—contestó Gianna con cierto nerviosismo.
-Vamos, Gianna, lo sabemos todo—dijo Verónica con su aire de restarle importancia a las cosas.—No hay uno de nosotros que no lo sepa ya.
-¿Quién se los ha dicho?—preguntó limpiando su boca.
-Bueno... Yo...—Verónica no sabía bien qué decir.

Por suerte para ella en ese momento entró Jim y Gianna tuvo que dejar la plática por el momento, más adelante investigaría a fondo cómo era que todo el mundo sabía lo que estaba sucediendo con ellos. Aunque si ya todos estaban enterados, realmente no tenía ningún sentido indagar.

-Buenos días, Gianna—dijo Jim.— ¿Cómo se siente hoy?
-Ya mejor, gracias por preguntar—respondió aliviada de que pudieran hablar de otra cosa y no de su romance con Andrea— ¿Dónde están los demás?
-En cubierta, por supuesto—respondió Santiago.
-Comeremos en una hora, si quiere salir a tomar el sol, será mejor que lo haga ahora que está el cielo completamente despejado—dijo el viejo.

Para Gianna lo mejor en ese momento era hacer caso porque aparentemente lo que menos quería Jim, era que la joven estuviera donde él pudiera decirle algo. Caminó despacio hacia la borda y en efecto, allí estaban casi todos: Damián y Oscar eran los únicos que faltaban pero Nasheli le dijo que estaban en la bodega. Ella y Jamie terminaban con las velas y Andrea y Alessandro charlaban en la sala del timón; antes de dirigirse hacia allí, tomó a Nasheli del brazo y le dijo que más tarde quería hablar con ella, a lo que la otra asintió con una risa nerviosa mientras Gianna se alejaba; entró en el cuarto del timón y Alessandro al verla sonrió cómplice, Andrea siguió mirando al horizonte y luego exclamó:

-¡Encontré los mapas de tu abuelo, Gianna! Nos serán de mucha ayuda, pero mas tarde debemos hablar acerca de ellos.
-Por mí no se detengan—dijo Alessandro,—tengo algo que hacer afuera.

Alessandro se dirigió a donde estaban las dos chicas, acto seguido, sin decir una sola palabra, Nasheli se despidió sin ningún pretexto tonto porque no quería interrumpir y Jamie y Alessandro se quedaron solos.

-¿Cómo estás?—preguntó Alessandro tomando la mano de Jamie.
-Bien—dijo ella sonrojada.
-Me alegro, sé lo qué pasó con Amaraí, no le hagas caso, ella es... Ella es rara. Mírala ahora, durmiendo como si fuera la dueña del barco y no hay quien le diga nada—dijo Alessandro medio molesto, luego cambió el tono.—Quiero que me contestes lo que no contestaste ayer.
-¿Qué cosa?—preguntó Jamie nerviosa.
-Lo sabes bien, pero si quieres que lo repita, lo haré con gusto—dijo Alessandro.
-Es que me has sorprendido, yo pensé que tu y Ama...—dijo Jamie pero no pudo terminar.
-Amaraí y yo no tenemos nada—respondió él.—Si te has enterado de algo, no ha sido más que algo que se me salió de las manos; no siento nada por ella. Sé que no estuvo bien y que con arrepentirme no basta pero hasta ahora es todo lo que puedo hacer. Jamie, no ha pasado mucho desde que te vi por primera vez, si acaso una semana pero no puedo dejar de pensar en tu sonrisa, tan limpia, tan inocente, en tus ojos que se me rebelan cada mañana; pienso siempre en ti, estás metida en mis sueños, en mis realidades... No sé cómo decirlo, pero te necesito, más de lo que podrías imaginar. Jamie, quiero..., quiero que seas mi novia y ahora tendrás que contesta porque nadie nos va a interrumpir.

Las joyas del abueloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora