Capítulo LII

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La joven del cumpleaños despertó con más vigor que nunca pues no tuvo ese sueño tan desagradable esta vez; se había prometido disfrutar de aquella fiesta como si fuera la última, se olvidaría de todos los problemas y disfrutaría de la buena suerte que por el momento la acompañaba, por supuesto que retozar con Nicolàs también influía. Se puso un vestido, el tercero de los únicos que llevaba, color amarillo con escote como se solían usar en tierra pero no a bordo, aunque de cualquier manera no se vería mucho pues tendría que permanecer abrigada pero al menos en el camarote lo luciría. Estaba claro que le apetecía ser el centro de atención en su cumpleaños, especialmente de su querido chico francés. Nicolás entró y se quedó boquiabierto al verla, la verdad es que le gustaba casi tanto vestida como desnuda.

—¿Qué?—preguntó ella con cierto nerviosismo.

—¡Estás hermosa!—dijo él.—Pero no saldrás así, vas a tener que cubrirte ya mismo si no quieres que yo te quite...

Gianna echó a reír, los gestos que hacía Nicolás la divertían mucho.

—Vamos—dijo poniéndose el abrigo.—Estoy segura que ya nos esperan.

Nicolás extendió su brazo pero cuando la tuvo cerca la atrajo hacia sí y le dio un apasionado beso, una vez terminado se fueron sonriendo pero antes de entrar en el comedor, él se detuvo y le dijo:

—Ten tu regalo.

Lo miró incrédula, ¿de dónde podía haber sacado Nicolás un regalo? Tomó la pequeña caja y dudó un poco en abrirla.

—¡Vamos!—incitó él.—No es nada que muerda, para eso te tengo a ti...

Ella por fin abrió la pequeña caja y se quedó sorprendida, sin palabras por un largo rato. Dentro estaba un anillo que ella sabía que él jamás se quitaba, una pieza masculina pero muy bonita y elegante.

—¡No lo puedo aceptar!—dijo.— ¡No te lo quitas jamás!
—Es sólo un anillo que no desearía que nadie más tuviera; no te quedará en ningún dedo pero puedes colgarlo al lado de mi nombre en tu cuello y no aceptaré que lo devuelvas—
dijo él.
—Está bien. La verdad es que me encanta—dijo sabiendo que él decía la verdad.—Muchas gracias, cariño.

Entonces se besaron dulcemente dejando de lado esos arrebatos apasionados que venían teniendo desde que se probaron.

—Vamos, tus amigos te esperan—apuró él.

Terminó de colgarse el anillo en la cadena junto al dije que él mismo le había regalado días atrás y entraron en el salón. Un olor delicioso inundaba el comedor, era evidente que Jim que se había esmerado para que todo estuviera y supiera perfecto. Había caras de distintos tipos, unos contentos, otros indiferentes pero él de Amaraí le decía que algo iba a pasar esa noche, algo realmente importante pero no pasó mucho tiempo antes que Gianna se olvidara de todo ello y ya estaba brindando con Jamie, aunque esta no bebía por obvias razones; Nicolás, Jim, Damián y los demás también brindaban pero cada quien por su lado, sin embargo eso era lo de menos. Gianna invitó a Alexia a unirse a ella y la muchacha después de un par de tarros de ron finalmente se unió. El ron siguió corriendo en tarros rebosantes que los convertía a todos en amigos, incluso Jamie había perdonado a Alexia o al menos eso parecía para desagrado de la herbolaria.

—¡Es hora de bailar!—gritó Jim.

Andrea fue directo a Gianna y haciendo una sorpresiva y ridícula reverencia frente a Nicolás, dijo:

—Caballero, ¿me permite esta pieza con su dama?

Nicolás y Gianna sonrieron por la ocurrencia del capitán pero para la sorpresa de ella, él aceptó y como ella ya estaba un poco mareada no se opuso. Nicolás invitó a bailar a Jamie, mientras Alessandro y Amaraí también se unían al baile. Alexia aplaudía alegremente los acordes de Jim que le encantaban y Damián los observaba a todos desde un rincón, como siempre, como si no estuviera ahí, como si fuera el abuelo de todos cuidando que nadie hiciera alguna tontería. Andrea tomaba a Gianna de la cintura con fuerza y sonreía.

Las joyas del abueloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora