Capítulo VII

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Con pasos sin ritmo y un poco cansados, Jim entró al comedor apenas unos segundos después de que Andrea hubiera salido.

-La cena está lista, Gianna—dijo Jim.— ¿Sirvo para todos?
-No, Jim. Dile a las chicas que te ayuden—dijo ella.—Andrea y su tripulación se van.

El viejo la miró con asombro y ella supo enseguida que él no se guardaría lo que pensaba porque se conocían, él más a ella que viceversa.

-¡Ah! Bien lo decía tu abuelo, iba a ser muy difícil, si no imposible que ustedes dos se llevaran bien—dijo Jim.—Pero lo peor es que lo necesitamos, yo puedo enseñarte pero ya estoy viejo.
-¿A qué te refieres con eso de lo que decía mi abuelo?—preguntó con curiosidad.
-Nada, nada. Iré a servir la cena para nosotros seis—dijo Jim alejándose tan rápido como podía para que ella no pudiera seguir preguntando.

Gianna miró hacia la estantería de libros de su abuelo; a pesar de lo que le había dicho su padre antes de salir de casa, no había buscado las cosas que podrían servirle de su abuelo y ese era un buen momento para hacerlo. Se levantó y fue hasta sus libros, tocó uno de ellos y luego por increíble que pudiera parecer, la joven escuchó a su abuelo.

-Gianna, Gianna, Giannita, querida mía, no lo dejes ir. Andrea te será de gran ayuda y no sólo en este viaje—dijo la voz de su abuelo.

La joven se giró sobre sus talones y lo vio sentado en su silla favorita, la misma donde había estado sentada ella minutos antes. Le parecía algo imposible y si se lo decía a alguien, dirían que estaba loca, ella misma pensaba que estaba volviéndose loca y sin embargo le respondió.

-Pero abuelo, él no ha querido...—dijo como si no fuera anormal ver al difunto allí.
-Cariño, no tiene que querer todo lo que tu quieres, además has ido demasiado lejos, aunque aplauda tu osadía, has ido lejos esta vez. Por favor no dejes que se vaya, quise a Andrea como a un hijo y estoy seguro que estarán bien juntos. Mas adelante, te diré dónde buscar—dijo la imagen de su abuelo a modo de despedida.

Empezó a ver como la imagen que antes tenía clara ante ella, ahora se desvanecía y corrió hasta la silla pero no consiguió tocarlo. Enseguida, escuchó como Jim y las chicas se acercaban así que se puso de pie de inmediato e intentó tranquilizarse, no quería que la vieran así.

-¿Y esa cara? Parece que hubieras visto un fantasma—dijo Amaraí.
-¿Estás bien, Gianna?—preguntó Jamie al ver que la muchacha no respondía.
-Muy bien—dijo por fin.—Jim, ¿se fueron Mielle y sus marineros?
-El capitán está en la borda y sus marineros preparan sus bolsos en el camarote—contestó Jim.

La joven se enfiló de súbito hacia la puerta.

-Trae a esos muchachos aquí, Jim—dijo poco antes de salir.—Yo traeré a Andrea.

Nasheli la alcanzó antes de salir y hablando muy bajo, le preguntó:

-¿Quieres que te acompañe?
-No, linda, estaré bien—respondió agradecida.
-Pero, ¿pasó algo?—preguntó ella.
-Te lo contaré todo más tarde—aseguró.—Después de la cena en mi camarote.

Nasheli se quedó contenta con eso y dejó a Gianna salir a grandes pasos, bordeó la sala del timón hasta que llegó a dónde estaba Andrea. Este empujaba con fuerza su barril pero apenas lograba moverlo bajo la lluvia que caía pesadamente sobre ambos.

-¡Señor Mielle!—gritó Zanetti.

Él ni siquiera se inmutó ante los gritos de Gianna porque no la había escuchado llegar por el ruido de la lluvia al caer en el mar, lo único que escuchaba era su cabeza elucubrando maldiciones para la nieta de Danielle y para sus hombres que aunque no fueran a viajar con él, se suponía que lo eran. Sin embargo, no estaban muy de acuerdo con no viajar sólo porque el resto de la tripulación era femenina.

-¡Señor Mielle!—volvió a gritar mientras él seguía tratando de empujar su ron.— ¡A—n—d—r—e—a!

Las joyas del abueloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora