Parte sin título 17

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Abrió los ojos muy temprano pero durmió tan mal que tuvo la impresión de que aún faltaba algo de tiempo para amanecer, se desperezó pasando sus puños por sus ojos hasta conseguir estar despierta del todo. Entonces descubrió una sensación que no había experimentado nunca antes de empezar ese viaje: estaba aterrada porque había tratado mal a una amiga; había maltratado a Nasheli y no sabía cómo iba a arreglar aquello, de pronto reconocía que había sido injusta, quizá no sólo con Nash, sino con Andrea también pero con su amiga sería más sencillo hablar que con el capitán.

 Puso su rostro entre sus manos y echó a llorar sintiéndose por un momento —de nuevo— aquella niña desvalida a la que papá solía cuidar mientras se columpiaba en el jardín trasero. Intentó recomponerse lo más pronto que pudo, secó sus lágrimas y se puso de pie porque a los problemas siempre había que darles la cara o al menos eso le había enseñado su abuelo. Aunque por un momento había dejado de llover las nubes seguían firmes en sus puestos amenazando con volver a soltar toda su furia si alguien osaba proferir alguna palabra contra ellas. Gianna se vistió y salió aprisa hacia la cocina, allí se encontró con Jim que apenas la saludó con evidente molestia aún, lo que al parecer iba para largo.

-¿Están todos en cubierta?—preguntó ella.
-Si, señorita—contestó Jim.—Hace unos cinco minutos que zarpamos pero Andrea ordenó que le dejáramos descansar y así se hizo.

Hizo un gesto que le dejaba claro a Jim que así había estado bien, que de hecho no habría querido levantarse antes. Bebió un poco de agua, estaba sedienta y el calor empezaba a apretar. El viejo le ofreció algo de desayunar pero ella no se encontraba de ánimos para eso. Le pidió que le dijera a Nasheli que necesitaba hablar con ella cuando tuviera unos minutos y se fue cuando él le aseguró que le daría a su amiga aquel mensaje. Gianna enfiló hacia la biblioteca sólo para encontrarse con la herbolaria que se encontraba revisando algunos libros de Danielle, aquello no le gustó nada porque sintió que era una intromisión de parte de Amaraí y en realidad lo era por más que ella le buscara la parte amable, cualquier cosa que tuviera que ver con ella ya le ponía los pelos de punta.

-¿Qué haces aquí?—preguntó quitándole los libros de la mano a la herbolaria.
-No creí que estuviera prohibido entrar aquí—dijo ella con una sonrisa burlona.
-No lo está—dijo Zanetti.—Pero éstos libros son de mi abuelo y no me gusta que nadie los toque.
-¿Tienes miedo que los robe?—
preguntó Amaraí sarcástica.—No soy una ladrona, soy muchas cosas a las cuales puedes temer pero no soy una ladrona.

Gianna se quedó pensando en qué habría querido decir con aquello de que era muchas cosas y por un momento, volvió a recordar el rostro de su abuelo en el de la herbolaria y le entró un frío que apenas fue capaz de sostenerse en pie. Nasheli entró sin llamar a la puerta y eso sacó a Gianna de aquel mal estado provocando que la Zanetti se volviera a la recién llegada y cuando volvió a buscar a la herbolaria, ésta no estuviera por ningún lado.

-E—Ella...—dijo titubeante.— ¿La viste salir?

Nasheli se encogió de hombros, no sabía a qué se refería y la otra no quiso indagar más porque sentía que se estaba volviendo loca, se dirigió al estante donde ella sabía que iban esos libros y los acomodó con calma, luego hizo que su amiga se sentara en la gran silla de su abuelo y ella se sentó frente a ella sobre el escritorio. No sabía cómo iniciar aquella charla porque pocas veces había estado en esa situación, la miró allí pequeña en ese enorme sillón, quizás estaba más nerviosa que ella. Respiró profundamente pues su garganta estaba seca, cerrada, se negaba. Dios, ¡cuánto trabajo le costaba pedir disculpas!

Nasheli, yo...—comenzó Gianna.—Nasheli, lamento mucho lo de anoche, he estado muy nerviosa y me desquité contigo.
-Gianna, quizá yo debí haber cerrado mi bocota—
reconoció Nasheli.
-Si, quizá pero tampoco era para tanto. Tarde o temprano todos se iban a dar cuenta de lo que estaba sucediendo entre Andrea y yo—aceptó ella.—Ya éramos demasiado obvios y me la tomé contra ti porque eras la única que estaba cerca. De cualquier forma quiero pedirte una disculpa porque no eres culpable de nada. Yo te traje aquí y te acepto tal y como eres; es hora de que me acepte a mí misma. Además, lo de Andrea y yo..., no va más. Esto no funcionaría ni en mil años.

Las joyas del abueloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora