Capítulo XXII

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Gianna jamás se sintió tan aliviada como cuando por fin pudo descender de Morrigan, a pesar que Andrea les había dejado muy claro que no quería que nadie se separara y que todos irían al mismo lugar; ella sabía no quería creer que eso aplicara para ella aunque tampoco pensaba separarse de ellos pero no era precisamente por obediencia. Como siempre, se sentía dueña de sus propias decisiones más allá del capitán. Cuando Andrea les informó que su destino era una taberna en el pueblo, Verónica y Nasheli se miraron sorprendidas e incrédulas porque si bien su gran amiga había trabajado en una, ellas nunca habían asistido a ese lugar.  Amaraí y Gianna no lo estaban, quizá porque conocían a Andrea y eso les daba una mayor tranquilidad o simplemente porque no les importaba en verdad.

"No se preocupen, el dueño es mi amigo y nadie se atreverá a molestarlas si están conmigo".

Había dicho el capitán de manera engreída pero todos sabían que si decía aquello era porque en verdad era así. Descendieron cuando los últimos rayos de sol empezaban a fundirse con el horizonte; Alessandro y Jamie permanecieron a bordo, más tarde los alcanzarían. Gianna aún no había podido contarle a la nueva esposa lo que había hablado con el capitán después que Alessandro se había ido pero ya habría tiempo para eso. Andrea chasqueó los dedos frente ella llamando su atención pues se había quedado distraída pensando en todo aquello.

—¡Vamos, señorita Zanetti! No tenemos toda la noche—dijo y le dedicó una espléndida sonrisa.
—Ya, ya—masculló ella y se colgó del hombro de Jim que pasaba por allí.
—Niña, usted y Andrea...—empezó a decir Jim...—Será mejor que me calle, no es asunto de mi incumbencia.
—Jim, sabes que puedes hablar conmigo de lo que sea—dijo,—pero no ésta noche. Esta noche sólo quiero divertirme y olvidarme del capitán por un buen rato.

Jim asintió de mala gana porque realmente quería aclarar ese punto la Zanetti pero no tuvo más opción que quedarse callado. Gianna no puso mucha atención al muelle pero era como todos en aquella época, sin duda una de las embarcaciones que mas llamaban la atención era Morrigan y pudo comprobarlo al ver las miradas que los marineros y demás que allí se encontraban, le echaban ojo tanto al barco como a tan singular tripulación que dejaba el muelle en ese momento. Algunos de esos hombres saludaban a Jim y otros a Andrea. Por un momento Gianna se sintió en una especie de desfile de fin de año donde las estrellas principales eran ellos dos sin embargo no prestó más atención a ello y se liberó del brazo del viejo para buscar en la cinta de su vestido el frasquito que le había dado la herbolaria. Con dedos temblorosos lo encontró, bebió un sorbo de éste y antes de terminar, Amaraí que venía unos pasos atrás de ella, dijo:

—Cuidado con eso, señorita Zanetti. Es bueno... En pequeñas cantidades.

Se sonrió burlonamente y continúo su camino ajena a la mirada que por unos segundos le dedicó Gianna para luego retomar la marcha aun recapacitando en aquellas palabras de Amaraí. ¿Por qué creía en sus remedios? ¿Cómo podía confiar en ella después de lo que había visto en el cuarto de máquinas? No lo sabía pero algo le hacía sentir la necesidad de creer en ella, de beber sus "cosas raras" como alguna vez las había llamado Andrea. Sin darse cuenta se retrasó más de lo deseado, el capitán volvió para  buscarla y ella odiaba que se tomara esas atribuciones y que la cuidara como a una niña pero pronto se dio cuenta que él parecía leer su mente.

—Es mi obligación cuidar de mis..., "hombres"—dijo con una mueca que rallaba la soberbia y algo más—además, a usted me la "encargaron" especialmente así que no ponga esa cara y apresúrese, ya le dije que no tenemos toda la noche. A menos, claro, que usted, prefiera volver al barco a cuidar de los amantes, lo cual no creo que resulte tan agradable
—¡Maldición!—
dijo ella.—No necesito que me cuide...
—Jamás dije que usted lo necesitara—
retrucó él.
—En cualquier caso, le estoy avisando que no necesito que me cuide, Mielle—dijo.

Las joyas del abueloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora