Capítulo XLIII

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Nicolás quiso ir tras ella pero en ese instante Amy lo abrazó y se lo impidió, él estaba tan enojado que ya ni siquiera escuchaba a su joven hermana repetirle que la mujer que se había marchado era una furcia cualquiera. Gianna bajó aprisa las escaleras, abrió la puerta para salir y sintió el frío helado pero ya era demasiado tarde para regresar por su abrigo que estaba en la habitación de Nicolás. Cerró tras ella sin hacer ruido y se encaminó hacia el muelle, la calle estaba obscura, solitaria y helada; llovía torrencialmente y le costaba mucho trabajo caminar. Trató de correr pues temía que Moreau viniera tras de ella aunque en el fondo era lo que deseaba pero al doblar la esquina que daba del parque al muelle tropezó con una piedra y cayó cuan larga era, entonces se lastimó una rodilla y finalmente echó a llorar sin poderse contener. Estaba furiosa, le dolía el alma, odiaba su vida, no podía imaginar mirarse en un espejo sin sentir repulsión por la imagen que le devolvería éste; se sentía fracasada, inservible, incapaz de lograr algo en la vida. Lloró, lloró tanto como pudo, sin atreverse a enjugar las lágrimas que se confundían con las gotas de lluvia y sin atreverse a ponerse de pie porque sabía que eso dolería. Deseaba morir en aquel instante, desaparecer para siempre, llevarse consigo todo lo malo y dejarles a las personas que la conocían y que la querían, sólo lo bueno, los buenos recuerdos. De pronto recordó que en su bota derecha llevaba siempre con ella una navaja. La tomó y la posó en su muñeca izquierda dispuesta a usarla, estaba a punto de acabar con todo aquello y que Dios, su abuelo y sus padres la perdonaran por ello. Ya no tenía a nadie, sin su familia y habiendo sido lastimada -por su propia culpa- por el hombre que amaba, sólo encontraba una salida.

—¡Señorita Zanetti, no lo haga!—gritó el hombre tomando aquellas manos temblorosas y retirando la navaja justo a tiempo.
—Damián—murmuró ella sin parar de llorar.
—No sé que le haya sucedido, pero nada es tan grave que no pueda solucionarse en esta vida—dijo él y lo creía de verdad.

Damián volvía de la taberna del pueblo donde había bebido y retozado con más de una moza cuando la encontró tirada en el medio de la calle y con la daga sobre las venas de su muñeca derecha. Intentó ayudarla a ponerse en pie pero la rodilla de la joven estaba bastante lastimaba y no facilitaba las cosas pues a nada que la movía le dolía mucho y la hacía gritar.

—No tenemos otra alternativa, la llevaré en brazos hasta el barco—dijo él poniéndose en acción.

Damián llevó hasta Morrigan a Gianna sin decir nada en el camino, una vez allí la introdujo en el camarote de Danielle. No se cruzaron con nadie pues gracias a la tormenta, Jim y Alexia se habían quedado en casa de Valirio a buen resguardo. Damián la dejó un momento a solas para que se cambiara de ropa y volvió minutos después con una taza de humeante café.

—Beba esto mientras curo su rodilla—ordenó él.

La verdad es que la tenía sorprendida, tanto por su destreza para curarla como por el hecho que siempre había pensado que él la odiaba tanto como Amaraí, pero aquella noche pudo comprender que en realidad no era así y que lo había juzgado sin darle oportunidad.

—¡Ay!—dijo cuando tocó su rodilla en un lugar que dolía de verdad.
—Lo siento, señorita, pero hay que limpiarla bien si no queremos que esto se infecte y se ponga peor—dijo él.

Mientras ella asentía, Damián no podía ignorar aquellos ojos obscuros llenos de lágrimas. Por fin terminó de limpiarle la herida, le envolvió la rodilla en un pedazo de tela limpia y se dispuso a salir pero ella lo tomó de la mano y le dijo:

—Gracias.
—No es nada—
respondió él con una mueca que intentó ser una sonrisa.
—Si lo es, usted salvó mi vida—murmuró ella sabiendo que ambos habían estado evitando hablar de ello.
—Mire, señorita, no sé qué le haya pasado pero creo que usted es de casta valiente y nada, ni nadie debería amedrentarla. Tal vez usted no lo vea así pero no es cualquier persona, es una muy especial por lo que yo sé y por lo que he visto. Trate de descansar—dijo seriamente.

Las joyas del abueloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora