Al llegar la noche se celebró el sepelio de Verónica, Andrea dijo algunas palabras por la perdida de la vida de Verónica y las muchachas —todas— excepto Amaraí, derramaron algunas lágrimas por la amiga que perdían. Gianna recordó entonces que no había tenido la oportunidad de dar cristiana sepultura a sus padres y no pudo evitar sentirse mal por ello, incluso físicamente con mareos y náuseas, así que se despidió y tomó la decisión de no cenar con los demás aquella noche. Se encerró en la biblioteca del abuelo y allí, sentada en su viejo sillón, fumando de su pipa, tomó los mapas de Danielle y empezó a repasarlos; los mapas de su abuelo eran muy exactos y Andrea tenía razón: a buen paso estarían en Francia en unos sesenta días, sesenta largos días si lo pensaba bien. Luego, sin poder evitarlo, levantó la vista sobre los papeles y la vio: la isla que Andrea y ella habían descubierto en aquel acertijo que su abuelo le confiara. Tomó una pluma y dibujó un mapa en un papel nuevo, según entendía estaban a medio camino, cuando estuvieran en Francia tendrían casi tres cuartos del camino recorrido pero antes de ilusionarse, debía preguntar a Andrea pues no era ella quien decidía la ruta. Según le había dicho el capitán, estarían en la isla a finales de año, según sus cálculos sería un mes antes. Cerró los ojos exhausta, le ardían demasiado pero ya había hecho más de tres dibujos y no se escuchaba ruido alguno en el barco, seguro que todos se habían ido a dormir. Volvió a encender la pipa porque se le había apagado y le dio un jalón al tabaco; apenas perceptibles, Gianna escuchó unos pasos que si hubiera estado haciendo los mapas no los habría escuchado, para su buena suerte ya no estaba en ello y pudo oírlos; se detuvieron y llamaron a la puerta, era Jim.
—Como no quiso cenar, traje esto para usted—dijo el viejo mostrando un plato humeante de algo.
Ella sonrió.
—Te lo agradezco, Jim, pero no puedo comer nada—dijo amargamente.—Tengo el estómago revuelto pero gracias de cualquier modo.
Jim asintió algo preocupado.
—Si hay algo que pueda hacer por usted...—ofreció Jim.
—Ve a dormir—interrumpió ella.—Estaré bien y si necesito algo me las arreglaré sola.
—Señorita, una última cosa—dijo él.
—¿Si?—preguntó.El viejo se acercó hasta que ella pudo ver sus viejas arrugas iluminadas por la luz de las velas que alumbraban en la pequeña biblioteca.
—Quizá usted no lo desee, pero siento que si no lo hago siempre me lo voy a reprochar—dijo.—Lamento mucho su perdida, sé que está pasando un horrible momento y si en algo puedo ayudar no dude que lo haré.
Jim tomó su mano y la apretó cálidamente, ella tenía un nudo en la garganta, no podía contestar pero le sonrió y él pudo leer en los labios de la joven mujer un escueto gracias. El viejo salió dándole las buenas noches y tranquilo con su conciencia. La mañana llegó tan pronto que Gianna no se dio cuenta, continuaba metida en aquellos mapas y recordando cientos de cosas que Danielle le había dicho por si acaso pudieran servir de pista. La puerta de la biblioteca se abrió de súbito.
—¡Ah! ¡Aquí estás! ¡Siempre que desapareces estás aquí! Te están buscando tus marinos pero son tan tontos que pensaron lo peor y no se les ocurrió buscar aquí, con esos marinos no sé si llegarás muy lejos. Yo sé que no harías ninguna estupidez, Zanetti pero..., te levantaste muy temprano, ¿no?—dijo Andrea.
Ella lo miró detenidamente de arriba abajo se tomó su tiempo para contestar, antes quería ver si podía encontrar en él algo que le dijera por qué estaba tan enloquecida por él.
—¿Ahora no hablas?—preguntó.—No es buena idea, a menos claro, que hayas encontrado otra manera de comunicarte con el resto de los seres humanos. O quizá, pensándolo mejor, sea que saliste tan temprano de la cama que el frío te congeló la lengua, lo cual sería una bendición si me lo preguntan... ¿Tienes algo que decirme, Zanetti? ¿O vas a seguir callada por siempre?
—Dudo mucho que haya algo más que decirte—ella rompió por fin el silencio.—Pero si quieres respuestas te las daré porque estoy de buen humor: No salí temprano de la cama, más bien no dormí. Y no pongas esa cara, no ha sido por tu causa exactamente. Acércate.
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Las joyas del abuelo
RomanceGianna emprende un viaje en barco tras el último día de 1699 sólo para encontrar los tesoros más preciados de su abuela. Una compañía pirata que le cambiará la vida para siempre.