Las joyas del abuelo

Capítulo XXXVIII

La cena en casa de Valirio era una especie de estancia cubierta de incertidumbre donde la gente que no estaba pensando en dónde estaba Gianna, estaba pensando que estaba de nuevo metida en la cama del señor Moreau. Amaraí sintió que no podía dejar pasar aquella oportunidad de dejar a la joven mujer muy mal parada una vez más.

—¿Dónde está Zanetti?—preguntó la herbolaria.
—No ha vuelto de casa de Moreau—respondió Andrea lacónico.—Deben estar bajo las sábanas, tibios...

Jamie fulminó a Andrea con la mirada y Valirio enojado dijo:

— Y si así fuera, ¿qué? Ambos son adultos, son libres, ¿no? De cualquier manera, yo no me preocuparía Andrea, Nicolás es un caballero.

Andrea iba a decir que el problema radicaba en que Gianna no era una dama pero la verdad era que no tenía ganas de discutir, prefería martirizarse a sí mismo mentalmente y pensar en lo que estarían haciendo el murciélago como él lo llamaba y su adorada Gianna. Todos se fueron a dormir apenas terminaron de cenar, menos Valirio que decidió esperarla por si se le ofrecía algo o por sí acaso sucedía algo que él tuviera que ver con sus propios ojos, lo cierto es que estaba impaciente por verla llegar. Nicolás la llevó a casa cerca de la medianoche entre sonrisas y confidencias, era como si se conocieran de toda la vida y la heredera apreciaba aquello.

—Gracias—dijo sonriendo.—Pasé una tarde y noche excelente.
—¡Vamos! Abrázame—dijo él abrazándola con cariño.—Te veré mañana en la plaza. No se te vaya a ocurrir faltar porque te vendré a buscar y estarás muy arrepentida de ello.

Lo vio alejarse y cuando lo perdió de vista, entró en la casa tan silenciosa como podía; fue directa al salón porque vio que aún había luz y supuso que su anfitrión estaría allí y quería darle una explicación de porque había llegado tan tarde. No se equivocó y lo primero que vio fue su silueta poniéndose de pie tras descubrir que finalmente ella había vuelto.

—Lamento venir a estas horas, Nicolás y yo...
—Shhh—dijo él rodeando su cintura con sus enormes brazos.—No me debes explicaciones, Gianna.

Lo miró confundida, incómoda por la situación, quise zafarse tan pronto se dio cuenta de lo que estaba por suceder pero entonces él la besó; la besó a la fuerza encontrándose con sus labios de una manera que no debía ser, ella lo empujó con todo el poder del que era capaz pero él seguía aferrado a aquel beso que por ser como era provocaba en ella sólo reacciones negativas.

—¿Qué diablos te pasa?—preguntó molesta cuando al fin se apartó de ella.— ¡Esperé esto de todo el mundo, menos de ti!
—Gianna, perdóname, no pude resistirme—se disculpó él.
—¡No mientas!—dijo ella furiosa.—Lo haces para probarme, para ver hasta dónde soy capaz de llegar, para asegurarte que no vengo del lecho de tu mejor amigo.
—No, Gianna...
—No digas nada, en el fondo eres como Andrea; si te sirve de algo, Nicolás es mi amigo y por el momento no voy a acostarme con él, si algún día lo hago es mi maldito problema y el de él obviamente. Y tú me has decepcionado, eres peor que Andrea por que de él habría esperado algo así en cualquier momento, ¿quién te convenció de qué podría haber sucedido algo entre Nicolás y yo?—preguntó.—Tomaré mis cosas y me iré ahora mismo a Morrigan, que es de donde nunca debí salir. ¡Gracias por tu hospitalidad pero a este precio no la quiero!

Gianna se encerró en su alcoba para guardar las pocas pertenencias que tenía en casa de Valirio pero le faltaba su sombrero rojo y aunque tardó unos momentos, pronto recordó dónde lo había usado y dejado por última vez. Ya con todas sus cosas en un pequeño bolso llamó con premura a la puerta de Andrea.

—¿Qué quieres?—preguntó malhumorado tras abrir la puerta, era evidente que ya dormía.
—¿Viste el sombrero de Danielle? Lo usaba el día que...
—Si, Zanetti, lo vi. Yo lo tengo pero no te lo voy a dar pues no son horas, déjame dormir—la interrumpió y luego le cerró la puerta en sus narices.
—¡Dámelo!—gritó desde afuera Gianna.
—¡Largate, Zanetti, no te voy a dar nada!—gritó él también.