Capítulo XX

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Ya era imposible eludir cualquier situación con Andrea así que fue directa hasta a la cama sin siquiera dirigirle la mirada, sabía muy bien que cuando él se proponía algo lo lograba a costa de quien fuera y en esos momentos, para su desgracia, era ella. Se sentó en una esquina de la cama y él se quedó de pie ante ella aunque primero cerró la puerta por dentro por si a alguien se le ocurría molestarlos. Después de dos semanas en las que apenas se habían dirigido palabra alguna, aquello era como volver a comenzar para ambos. Sabía por Jamie que alguna vez en aquel lapso de tiempo, Jim y Andrea habían discutido por la ocasión en que Jim encontró al capitán con ella pero también sabía que ellos habían olvidado cualquier roce y seguían tan amigos como desde un principio. El capitán carraspeó un poco y encendió su pipa dejándole ver a Gianna que aquella no iba a ser una noche corta precisamente y mucho menos una charla amistosa y breve.

—Gianna, ya que ha decidido no hablar conmigo bajo ninguna circunstancia—dijo él algo cabizbajo,—yo..., he considerado tratar con usted de ahora en adelante, estrictamente de asuntos no personales. Ya sabía perfectamente que entre nosotros no iba a suceder nada serio y creo que fui muy claro en ese sentido con usted...
—No tiene que decir nada más, capitán Mielle—
dijo tratando que no siguiera.—No hace falta ningún tipo de explicación, sé muy bien lo que me dijo y si lo que quiere es ser estrictamente profesional salga de mi alcoba en este momento, por favor.
—Me voy a ir pero no sin antes decirle...—
Andrea echaba chispas por los ojos como un endemoniado casi incapaz de controlarse,—qué nunca me equivoqué contigo, eres mimada, rica, te sientes poderosa y en el fondo: tienes miedo. Si, tienes miedo de hacer lo que siempre soñaste, tienes miedo de ser tu misma, de arrancar un poco del estigma que te dieron tus padres al sobreprotegerte... ¡Pobre Danielle! Si viera lo que han hecho contigo, volvería a morir.
—¡No metas a mi abuelo en esto!—
le gritó colérica.—He sido tan justa como he podido contigo...
—Tan justa que te revuelcas conmigo—
dijo él sarcásticamente.

En ese momento sólo quería matar a Andrea, estaba furiosa con él porque además le echaba en cara aquello precisamente.

—Lo habría hecho con cualquiera—fue lo único que dijo y lo que se le ocurrió para lastimarlo aunque no fuera verdad.
—Seguro—dijo él bajando la voz.—Se nota.

Iba a retirarse pero ella fue más rápida y lo detuvo; por un momento él pensó que ella iba a recapacitar pero no fue así.

—Una última cosa, capitán Mielle... Ninguna orden se ejecuta en el barco hasta que no lo autorice yo—dijo secamente.

Andrea le dio la espalda, hizo un ademán con la mano y salió dando un portazo que debe haberse escuchado en todo el golfo. En un primer momento no sabía a ciencia cierta cómo habían llegado a los gritos y los reproches, luego no sabía cómo iban a superar todo aquello, después de todo, Andrea y ella eran la cabeza de aquella expedición y al siguiente momento comenzó a temblar de impotencia y dolor, si, él le dolía. Quizá Mielle tenía razón respecto a ella y no era más que una niña miedosa que anhelaba volver con su padre al lugar donde estaba siempre protegida. Se quitó la ropa y se metió en la cama, no tenía sueño, no podía dormir pero al menos bajo las sabanas se sentía más segura. Maldijo a Andrea tantas veces como pudo antes que ese espantoso dolor de cabeza se apoderara de ella. Cuando empezó a amanecer escuchó los gritos de los marineros en borda y de Andrea también, el dolor de cabeza era cada vez más agudo entonces recordó que Amaraí era una buena herbolaria y que seguro tendría algo para ayudarla con ese maldito dolor de cabeza. Se vistió y salió en la búsqueda de la herbolaria pero se topó con Jamie que venía por ella para desayunar.

—Vamos, estamos esperándote para el desayuno—dijo con una sonrisa.
—No, no puedo comer—respondió Gianna un poco mareada.
—¿Te sientes bien? ¿Qué tienes?—preguntó Jamie tomándola del brazo.
—Estoy bien—mintió.—Sólo es este terrible dolor de cabeza que no me deja en paz. Necesito que Amaraí me dé una de esas cosas que ella prepara.
—Pues está en la cocina, date prisa—dijo Jamie.
—Espera, ¿está Andrea en la cocina también?—preguntó.
—No, él estaba en la sala del timón con Alessandro—respondió Jaime sin reparar mucho en la pregunta.— ¿Sucedió algo?
—Te lo contaré más tarde, Jamie—
dijo Gianna.—En cuanto me haya quitado este dolor de cabeza.

Las joyas del abueloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora