Capítulo XXXII

5 1 0
                                    

Alessandro y Jamie descansaban ya en su cama.

—¿Qué demonios fue eso de la cena?—preguntó Jay a su esposo.
—Exactamente lo que te dije que sucedería—respondió él.—Confieso que me sorprende la actitud estoica de Gianna. Quizá ella no ama realmente a Andrea y por eso puede tomarse todo este asunto como se lo tomó... De otra manera no me lo explico, aunque ese brindis en su honor si que fue duro.
—Tenias que ser hombre para no darte cuenta, Alessandro. Gianna ama a Andrea tanto como ama a su abuelo, a sus padres, a Arallanes, a este barco inclusive, pero tiene que conservar un mínimo de dignidad; después de todo, tu amigo que es un idiota ya le pegó una patada en el trasero—
dijo ella.

—Eres bastante dura con Andrea—dijo él.
—Soy realista—recalcó ella.—Y no pretendas dormir, Alessandro Paolli. aún tienes que decirme qué sucedió en el cuarto de máquinas.

Alessandro torció un poco la boca, tenía que ser honesto si no quería cometer los mismos errores que Andrea y terminar necesitando los mismo consejos que su querido amigo y capitán de Morrigan.

—E—ella me besó—dijo Alessandro tímidamente.

—¿Que ella qué?—preguntó ella abriendo los ojos como dos platos.
—Jay, no es nada—dijo Alessandro tratando de restarle importancia a las palabras anteriormente dichas.—Te juro que me tomó por sorpresa, amor mío.
—¡No me toques!—
gritó su esposa poniéndose de pie.
—¿A dónde vas?—preguntó él al ver que su esposa se preparaba para salir.
—No debería decírtelo—dijo ella,—pero lo haré: Iré a pensar y si pretendes que algún día te perdone, no me sigas, Alessandro Paolli.

Él se quedó muy quieto en su cama, esperaba que Jamie se calmara y recapacitara, debía darle tiempo a eso. Ella se dirigió sin pensarlo al camarote de su amiga, no había muchos lugares a donde ir de todos modos; los fuertes toquidos despertaron enseguida a Zanetti.

—Pasa—dijo Gianna cuando llamó con tanta fuerza.
—Buenas noches—dijo ella sin ánimos de nada.
—¿Qué te sucede?—preguntó ella desperezándose.—Estás helada, ¿quién te hizo enojar así? Si fue Andrea, lo mataré, lo prometo...

Jamie sonrió con aire triste.

—Nunca aciertas, Gianna. La zorra ésa, la amiga de Amaraí, besó a mi Alessandro y el muy desgraciado tiene la indecencia de contármelo—dijo Jamie.
—Ven a aquí—dijo la otra saliendo de la cama.

Gianna se paró frente al armario y le dio ropa de dormir mas abrigada a la recién llegada.

—¿Tienes ron?—preguntó ella poniéndose la bata y anudándola a su cintura.
—Si, tengo pero el de Andrea es mucho mejor—dijo sonriendo.
—¿Y dónde está?—preguntó ella.
—En su camarote—respondió con aire travieso.
—Pero él debe estar ahí—se quejó ella.
—Debe estar durmiendo y duerme como una roca—dijo y sabía que eso era verdad así que guiñó un ojo a su amiga.

Primero pasaron por la cocina en busca de una jarra grande que les sirviera para obtener la mayor cantidad de ron que pudieran robar, luego fueron directas al camarote de Mielle, ambas tiritaban de frío pero eso no evitó que llegaran a su destino. En la puerta Jamie se detuvo en seco.

—¿De verdad vas a entrar?—preguntó nerviosa.
—Desde luego—dijo sonriendo y la arrastró hacia adentro.

Andrea dormía profundamente como era de esperarse, lo extraño es que Amaraí no estaba allí. ¿No era su mujer? ¿No estaban tan felices como para pasar la noche juntos? Pero Gianna decidió que era mejor no ocuparse de él y sus estupideces así que siguió con su plan.

Las joyas del abueloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora