Capítulo XLII

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Gianna intentó rehusarse a asistir aquella noche a la cena en casa de Valirio pero Nicolás insistió con uno de sus discursos interminables y ella ya no pudo negarse. Decidieron salir todos juntos desde la casa de Nicolás, después de todo faltaba muy poco para la hora pactada; Valirio, su padre y Amy caminaban al frente, Jamie Alessandro, Nicolás y Gianna, atrás de ellos, tras éstos iba Andrea con Amaraí. Fue una cena como la de otras noches, la compartieron con Jim y Alexia que se encontraban allí y el ron fue moneda corriente, más que otras noches, por supuesto de la cosecha de Moreau. Andrea no podía ocultar su molestia cada vez que Nicolás o Gianna acotaban algo, para alguien que lo conociera muy bien aquello era fácil de percibirse a simple vista.

—Señorita Zanetti—dijo Andrea de pronto.—Tengo algo importante que comunicarle.

La recién nombrada señorita Zanetti no podía imaginar qué nueva sorpresa le tenía preparada aquel capitán voluntarioso que se había conseguido por lo cual esperó a que continuara hablando, ya tendría ella tiempo de retrucar cuando supiera lo qué él se proponía porque así como así no podía decir nada o reaccionar de ninguna manera.

—Zarparemos mañana al mediodía, no quiero perder más tiempo, el clima empeora cada vez...
—Es una pena, Gianna—
dijo Amy.—Me habría gustado conocerte más.

Gianna sonrió cortésmente a la joven y enseguida se dirigió a Andrea.

—Capitán, creo recordar que usted me había dicho siete días...
—Ya le expuse mis razones, el que esté a bordo vendrá conmigo y el que no, que sea feliz en la tierra—
rezó Andrea.
—Afuera, Mielle—dijo ella señalando la puerta.—Usted y yo vamos a hablar a solas.

Amaraí se puso de pie para ir con Andrea.

—¡A solas!—grito Gianna y ella volvió a sentarse maldiciéndola por lo bajo.
—Parece que la tormenta se soltó antes—masculló Alessandro.
—Antes, después, siempre, ya estoy acostumbrándome a ello—lo secundó Jim.
—Continuemos la cena—apuró el anfitrión.—Lo que Gianna y Andrea tienen allá afuera son meramente negocios y debemos dejar que lo arreglen como ellos quieran y puedan.

Nicolás no estaba muy convencido de que Gianna le siguiera el juego a Andrea, pero sabía que debía mantener la compostura y no caer en los juegos del capitán o podría terminar mal el asunto; ya tendría su momento, sonrió para sí porque se sentía cargado de adrenalina, como un adolescente.

—¿Qué demonios te sucede, Mielle? ¿Quién crees que eres para cambiar mis planes así?—le gritaba ella.
—¿Cuál es tu problema? Aún te queda esta noche para hacer feliz a tu amante, para regalarle un momento inolvidable a ese tonto murciélago que no olvide nunca más... Por que como yo lo veo, eso es precisamente lo que te molesta, salvaje preciosura... Imagino que ya le dejaste probar las mieles de tu cuerpo—dijo Andrea.
—¡No metas a Nicolás en esto!—gritó ella ya furiosa.—Y aunque no debería, voy a decirte lo que me molesta: es tu actitud de berrinche por la cual cambias mis planes, pero si no tengo otra solución haré lo que tenga que hacer, capitán Miell. ¡Maldito imbécil!

Ella entró al comedor hecha una furia, Andrea se quedó unos segundos en el pasillo intentando disimular que las palabras de ella le habían calado porque además tenía razón: hacía todo aquello porque estaba harto de verla derretirse en las manos de ese maldito francés amariconado que era como lo veía él.

—Debí decirle que me encanta cuando se pone furiosa, que mueve mi cuerpo como si fuera mi motor—pensó Andrea.—Pero eso sería mucho peor, Gianna y yo ya no estamos para darnos nada, finalmente he conseguido que me odie, que no sienta por mí lo que decía sentir.

Las joyas del abueloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora