Capítulo XXXI

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Habían pasado dos meses en los que prácticamente todo estaba en su normalidad, al menos la normalidad que la tripulación podía vivir a bordo de Morrigan; Andrea le informó a Gianna que al día siguiente estarían en Puerto Montt Saint Michelle, el primero de Francia. Llegar a Francia y saber que se encontraría con Valirio, la ponía de mejor humor que los últimos días en lo que el constante desprecio de Andrea le recordaba que él no sentía nada por ella. Para colmo de males, Jamie se rehusaba a estar con ella a solas, siempre que la veía era con su esposo y eso no ayudaba mucho a hablar de cosas personales pero esa tarde las cosas cambiarían después de almorzar, al salir del comedor Gianna tropezó con Alexia que le habló por primera vez desde que le entregara la carta de Demon.

—Señorita Zanetti—dijo la muchacha tímidamente.— ¿Podría hablar con usted?
—Ahora no, debo hablar con el capitán—
respondió Gianna secamente.
—Pero es algo referente a Demon, señorita—replicó Alexia.

Cuando escuchó el nombre de aquel bicho mal llamado hombre, no pudo evitar enfurecerse.

—No tengo tiempo para ti y tus boberías—dijo de mala gana y se alejó de ella sin darle tiempo a más.

Alexia masculló algo pero no la escuchó y tampoco tenía mucho interés en hacerlo, entonces decidió ir en busca de su mentora Amaraí y Gianna fue en busca del capitán pero antes de encontrarlo, encontró a Jamie en cubierta y gracias a Dios estaba sola.

—Hola Jay—la saludó.

Ella no pudo ocultar que la Zanetti la ponía sumamente nerviosa.

—¿Qué te sucede?—preguntó poniendo una mano en su hombro y mirándola a los ojos.
—Bien—dijo ella dándose cuenta que no podría evadirse más,—quizá me odies después de esto pero no ha sido mi intención no ponerte al tanto... ¡Dios! Lo hablé con Alessandro y dijo que no era de nuestra incumbencia y me amenazó con dejar de hablarme si te decía algo. ¡Y no es que Alessandro tenga algo contra ti, no, él te aprecia de verdad, eso lo sé...!
—Tranquila, Jamie—
dijo esperado una horrible sorpresa.
—Está bien, Gianna. Sé que no eres tonta y has visto a Amaraí muy cerca de Andrea, pero es todo lo que has visto—dijo ella.—También sé que esto que voy a decirte va a dolerte pero yo ya no puedo más con este silencio: Vi a Andrea y a Amaraí besándose.

La verdad es que a pesar de verlos muy juntos los últimos días, Gianna no se esperaba aquello. ¿Por qué Andrea iba a engancharse con Amaraí? No tenían nada en común, no pudo esconder la sorpresa que afloró en su rostro pero tampoco había nada que hacer, si Andrea prefería estar con esa mujer, ella no tenía derecho a pedir nada más.

—Lo siento mucho, amiga y más siento no habértelo dicho antes—dijo Jamie.
—No te preocupes. No tienes obligación de contarme todo lo que ves y menos si esto ponía en peligro tu relación con Alessandro y créeme que lo entiendo a él—dijo y la abrazó.— ¿Cuándo los viste?
—¿Recuerdas el día que le llevé tus mapas a Andrea?—
preguntó y Gianna asintió pensativa.—Ella estaba en el camarote de él y cuando entré. Se besaban apasionadamente.
—¡Vamos, Jay!—
dijo al verla tan triste.—No pasa nada Andrea puede hacer con su vida lo que quiera, ya no me importa—dijo y de verdad trataba de creerlo.

En el fondo esperaba que aquello que Jamie había visto en el camarote de Andrea no fuera más que un hecho fortuito. La abrazó de nuevo y fue en busca del capitán, tras buscarlo durante un rato al fin lo encontró en la sala del timón.

—Hola, capitán Mielle—dijo.— ¿Estás muy ocupado?
—No—
dijo él secamente.
—No te quitaré mucho tiempo de cualquier manera. Necesito saber de cuánto tiempo dispongo en Francia—Gianna intentaba no pensar en él besando a la herbolaria.
—Todo depende de usted, señorita Zanetti—dijo él.—Pero sugiero que no sean más de siete días para no demorar más nuestro destino final.

Las joyas del abueloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora