Capítulo 52

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Acabo de despertarme, y aún con los ojos cerrados, capto un dulce olor a canela:

-Shh, no hagáis ruido -oigo decir a Meg.

-¿Seguro que está dormida?

Te aseguro que no, Víktor:

-Bien, a la de tres. Uno, d-

-AAAAAAAHHHHHHHHH -grito.

Todos dan unos cuantos pasos hacia atrás, y empiezo a reírme como una loca:

-Ten-tendríais que veros las caras.

-Os lo dije -exclama Víktor.

Sonrío, y quito las sábanas de encima mío. Dando pequeños saltitos, me acerco hacia la tarta que tiene Megara en las manos:

-Canela y chocolate, ¿cómo lo sabíais? Sólo la hacía mi madre...

Todos se encogen de hombros:

-Digamos que tenemos nuestros contactos.

Sonrío, y les doy un abrazo a todos. Meg en seguida hace que me vista:

-¡Vamos! ¡Vamos! Hay mucho que hacer.

-Pero tenemos-

-Nada de entrenamientos, hoy no es un día para sudar, soldado.

Eso hace que ría, mientras doy saltitos intentando ponerme los vaqueros:

-¿Qué vamos a hacer?

-Es una sorpresa, genio. Sin chicos.

-¿Sin chicos?

-Calla y déjate sorprender, anda.

Ruedo los ojos, y camino hacia ella peinándome con un hechizo... básicamente es para desenredar los nudos. Si no lo hago parezco Chewbacca.

Caminamos hasta la chimenea conectada a la red flu, y me obliga a entrar con ella:

-Sorpréndeme -bromeo antes de que tire los polvos.

-Ya verás -ríe- ¡Seekey!

Frunzo el ceño, ya que no he oído ese nombre en mi vida, pero un par de segundos después esos pensamientos se sustituyen por el deseo de no vomitar.

Paramos repentinamente. Mis ojos siguen cerrados con fuerza, ya que la cabeza me da vueltas:

-Abre los ojos.

-No quiero vomitar...

Ella ríe:

-Confía en mí, abre los ojos.

Muy lentamente, levanto mis párpados, encontrándome con un bosque lleno de cerezos. Delante nuestro hay una alargada mesa llena de pastas y té:

-Víktor te oyó mencionar que tu libro favorito era Alicia en el país de las maravillas.

-Es precioso... -digo sin poder parar de mirar de un lado a otro.

Me fijo en el cielo, que está teñido de un color azul claro mezclado con el dorado del amanecer, y también en las hojas caídas que transforman la tierra en una alfombra roja preciosa... Estoy impresionada.

Nos acercamos a la mesa y tomamos asiento. Sin esperar ni un momento, una de las valdas de pastas se arrastra hasta mí.

Río, mientras cojo un bollo recubierto de chocolate:

-¿Y todos estos asientos vacíos?

-No están vacíos -dice con una sonrisa en la cara- Pero no te preocupes de eso ahora, come.

Decido hacerla caso, ya que no me apetece ponerme en plan Sherlock Holmes ahora mismo.

Mientras daba un sorbo de té, el Sol dejó de iluminar de manera dorada el cielo, haciendo que el azul cubra todo.

Un brillo plateado proveniente de los árboles obliga a que cubra mis ojos durante unos momentos.

Al volver a luz a la normalidad, noté al borde de las lágrimas que efectivamente, las sillas ya no estaban vacías:

-Mamá, Cedric... -frunzo el ceño- Sirius... ¿tú-

-Sí, hace un par de meses -responde.

Miro a mi amiga:

-¿Cómo es esto posible?

-El bosque no es sólo la mayor reserva de cerezos de Europa, también tiene sus poderes mágicos.

Sonrío, y comienzo a hablar con todos como si nunca hubieran muerto. Mis abuelos son mucho más felices ahora, por fin juntos.

Recuerdo que mi abuelo escribía poemas preciosos sobre cómo añoraba el poder ver su sonrisa.

Mi madre siente mucho el no haberse podido despedir, pero obviamente no se lo puedo tener en cuenta.

Giro la vista hacia Cedric, notando cómo mi cuerpo tiembla:

-¿Y tú qué? ¿Qué tal se está en el cielo?

-Aburrido. Os hecho de menos...

Levanto la comisura izquierda de mi boca:

-Y estoy muy orgulloso de ti.

-¿En serio? No creo que haya muchos motivos para ello...

Bajo la cabeza:

-Sí que los hay, no te has estancado. Has llegado lejos sin estar yo presente, aunque ya sabes que yo siempre estaré para apoyarte.

Aprieto los labios, a punto de ponerme a llorar. Cedric siempre será Cedric. Miro a Sirius:

-¿Quieres que le diga algo de tu parte a Harry? -le pregunto.

Él asiente:

-Dile que ni sus padres ni yo le hemos abandonado.

Eso me enternece:

-Bueno, hora de los regalos.

-¿Regalos? -pregunto extrañada.

-Sí, todos hemos pensado en algo -responde mi abuela.

-He estado hablando con ellos, y me han dicho lo que querían regalarte.

Me entrega cinco paquetes de diferentes tamaños, envueltos en un papel azulado. Sonrío, y los abro de uno en uno.

Un libro que llevaba buscando meses, una foto mágica de mi familia... que no tengo ni idea de cómo la han conseguido, el nuevo disco de Los Duendes Grises, el pin de prefecto de Cedric, y el último sobre es para Harry.

Obviamente, Sirius y yo nunca tuvimos demasiado contacto, pero me parece un honor que el último regalo a su ahijado se lo entregue yo:

-Es todo tan... perfecto, gracias...

-Hoy cumples 17, tenía que ser especial -exclama mi amigo.

-Emily... -susurra Megara- Será mejor que te vayas despidiendo, dentro de no mucho desaparecerán.

Asiento:

-Os quiero mucho a todos, y no sabéis lo que añoro poder abrazaros...

-Recuerda que siempre estaremos aquí, cariño -dice mi madre a la vez que intenta en vano coger mi mano.

-Nunca te hemos abandonado, y nunca te abandonaremos tesoro -asegura mi abuelo.

Su silueta comienza a ser algo translúcida, así que aprieto los labios y observo calmada hasta que ya no soy capaz de verles:

-Muchas gracias Meg...

Ella sonríe:

-¿Quieres ir de compras? Yo invito.

Jokes And Sugar (Fred Weasley)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora