Steve Rogers

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Título: Destino.

—Esto está mejorando, ¿tú sientes lo mismo?. Estamos haciéndolo más fácil o solo necesitaremos a quien culpar cuando esto acabe. Dicen que lo único que necesitas es amor —Steve tenía su mano en la mía.

Al decir esas palabras me sentía liberada.

—Siento haberte decepcionado. No soy bueno cumpliendo las expectativas de los demás —tenía razón.
—Yo solo quería que esto funcionará pero al parecer ninguno de los dos quiere seguir. Está bien, enserio.

La liberación anterior ahora reemplazada por un agudo dolor en mi pecho, como si algo estuviese mal, un sentimiento de vacío llena mi mente.

—Supongo que no estamos hechos el uno para el otro, no aún —lo ultimo salió como un susurro. Steve asentía con su cabeza— Supongo que esto es una despedida —le dije mientras me levantaba de la silla y le sonreía.
—Tal vez si estamos hechos el uno para el otro pero ahora no era el tiempo para encontrarnos —se levantó y se acercó a mí.
—Tal vez —le di un beso en la mejilla y salí de la cafetería.

Tome un taxi que me llevaría al aeropuerto. Mi próxima misión era en París y no podía esperar para estar en peligro de nuevo. ¿Masoquista?. Tal vez.

[ 2 meses más tarde ]

Bajaba mis cosas del taxi, estaba frente a mi antiguo edificio.

Lo vi bajando las escaleras que daban para la calle. Cerró la puerta y giro, me vio, sus ojos se iluminaron y me sonrió. Le sonreí de vuelta y el taxista bajo la última maleta, le pague y cogí las maletas para entrar. Steve se acercó a mí y me ayudó.

—Me da gusto que regresaras, ilesa —le sonreí de nuevo; siempre tan protector.
—Gracias. Igual me da gusto verte —confieso.

Steve abre el edificio y me indica que entre. Subimos 3 pisos y me detengo frente a la puerta. Suspiro pesadamente.

—¿Te pasa algo? —me mira preocupado.
—Recuerdos.
—¿Buenos recuerdos? —pregunta y me sonríe.
—Los más felices —aseguro mientras saco la llave y abro— Muchas gracias por ayudarme, Steve —le digo antes de meter todas las maletas.
—No hay de que. Ya sabes, si necesitas algo, estoy aquí a lado.
—Gracias —me despido de él y cierro la puerta.

El ligero olor a polvo llena mi nariz y una foto de nosotros se clava en mis ojos, camino por el departamento, su pijama aún está en los cajones y el olor de él aún sigue presente en su almohada.

Quisiera poder decir que la ruptura no me dolió, pero si lo hizo. Sentí que mi mundo se venía abajo y no podía hacer absolutamente nada. Los vanos recuerdos de tratar de olvidar su cuerpo sobre el mío me llenan las entrañas de un raro sentimiento de pérdida.

Tal vez jamás vuelva a París, en la mayoría de los bares me conseguía citas de una noche que nunca pasaban más allá de un par de copas de vino y besos salvajes. Ellos jamás llegaron a conocerme de la forma en la que él lo hizo.

Quito mi ropa y me meto a la bañera, dejo que el agua recorra mi espalda y en solo unos minutos me siento en un rincón tratando de olvidar todo. Quiero dejar de pensar en aquella tarde en la que todo parecía estar bien. Quiero dejar de pensar en lo vino después de eso. Quiero olvidar que me convertí en lo que jure jamás ser. Quiero olvidar todo el alcohol que bebí. Quiero olvidar las riñas con todos los idiotas cuando les dije que no quería tener sexo. Quiero olvidarlo a él.

Salgo de la ducha y me pongo algo cómodo. Oigo la puerta y camino por el corto pasillo hasta ella.

—¿Quien es? —espero una respuesta, pero no hay ningún sonido— ¿Quien es? —repito y escucho un disparo, rápidamente me refugio detrás de la pared de la cocina.

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