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La presura en llegar a casa era simplemente una pequeña pista de lo que él ansiaba con ganas y a los minutos, no me queda duda alguna

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La presura en llegar a casa era simplemente una pequeña pista de lo que él ansiaba con ganas y a los minutos, no me queda duda alguna. Enseguida, a cruzar el umbral de la puerta principal, me indica con aquella presencia completamente avasalladora que le espere en su cuarto y sin dudarlo, lo hago.

Su cuarto en Londres era bastante diferente al de la casona. Algo más reservado tanto en decoración como en tamaño, pero tremendamente elegante. Bellísimo no hay duda.

Alcanzo a retirar mis tacones, cuando él se hace presente. Mis ojos, de manera casi tímida, le examinan de pies a cabeza y tiemblo simplemente al abanico de posibilidades que hay para nosotros en ese momento. Él se había dispuesto a estar completamente cómodo, sin la parte de arriba de su traje ya, sin corbata y sin zapatos, abriendo los botones de su camisa, también.

Se acerca y es en ese momento donde noto la copa de vino que trae sujeta en una de sus manos. Me la ofrece y me permite tomar un sorbo de esta, para después él hacer lo mismo, dejándola vacía. En cuanto vuelve a mí, no espera por nada y sus manos se escabuchen por debajo de mi vestido y el atrevimiento de su acto me hace reaccionar con gracia.

—Claro que te quiero...— dice de pronto, dándome la impresión como si estuviera respondiendo una pregunta para así mismo. —¿Cómo no podría hacerlo?— susurra enseguida y el movimiento tan suave de sus labios me ha dejado hechizada.

Subo la mirada y en cuanto sus ojos azules dan con los míos, siento como sus dedos toman los bordes de mi braga y sin mayor esfuerzo se deshace de ella.

—¿Qué es lo que quieres, Catherine?— sus palabras, levemente, me sorprenden, sin embargo, no puedo evitar contener mi medrosa sonrisa.

—Pensé que ya lo sabrías...

—Quiero oírte. Dime exactamente lo que quieres.— sigue y sé muy bien a lo que se refiere; lo que él desea en ese instante. —Tómame. Hazlo como quieras, pero hazlo. Tómame. — le pido una vez más y puedo ver como el fuego se intensifica a través de su mirada.

De golpe, él se acerca. Junta nuestros cuerpos en un duro movimiento, rodeando mi cuerpo con sus brazos casi por completo.

—¿Cómo quieres que lo haga?

—Como te plazca...— repito, y él enseguida se hace escuchar.

—Quiero que me digas lo que quieres.— dice y sus manos se posicionan detrás de mi espalda, una sujetándome y otra sobre el cierre de la prenda. —¿Quieres que sea rudo o tierno? ¿Rápido o lento?— y lentamente, sus dedos comienzan a deslizar el cierre.

Reconozco lo pesada que mi respiración se ha vuelto y en cuanto hago contacto con sus ojos azules, siento que mi corazón se dispara a las nubes.

—Lo quiero todo...— le digo con la máxima honestidad del momento y la sonrisa que me dedica es exquisita.

No había duda de que mi respuesta le había fascinado.

Cuando el cierre llega a su tope, su rostro se aproxima por completo al mío, haciendo que nuestras respiraciones se mezclen y se sientan como una sola.

{ I } SUEÑOS INOCENTESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora