Capítulo 30

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"Tus ojos no tienen dueño porque no son de este mundo".

Me giro lentamente sin asimilar sus palabras. La sangre ha desaparecido de mi rostro. No sé cómo reaccionar. Me giro lentamente y al mirarle veo a Fabián más hundido que nunca.

Entiendo que quieras marcharte, pero me gustaría que me escuchases antes de huir de mí,— susurra dolido.

— No des cosas por hechas.

— Pasa, por favor. Siéntate,— tira de una forma casi imperceptible de mi mano, animándome a quedarme en su casa.

— Prefiero quedarme de pie,— asiente lentamente, como si temiese que a causa de un movimiento brusco por su parte, yo me marche.

— No quería contarte esto, nunca pensé que nuestra relación podía llegar tan lejos, ni que llegase a sentir lo que siento por ti, pero creo que ya no hay vuelta atrás y que te lo debo,— suspira.— De joven era... Bueno, era joven. Me comportaba como cualquier chico de mi edad: salía de fiesta con mis amigos, me divertía, me metía en algún que otro problema de vez en cuando, pero nada excesivamente grave. Mi padre viene y va de nuestras vidas desde que tengo uso de razón; nunca se lo eché en cara,— Fabián ha dejado de mirarme a los ojos, mientras rememora la historia de su vida.— En fin, una noche discutí muy fuerte con él y me marché de casa. Fue la primera noche que tonteé con las drogas. Cuando salía con mis amigos, bebía alcohol, pero no más que cualquiera de ellos. Esa noche fue diferente. Estaba tan mal que uno de mis mejores amigos se ofreció para llevarme a casa,— se detiene antes de terminar la frase.

— ¿Qué pasó después?— le pregunto dudosa, sin querer presionarle.

— Si yo no hubiese hecho el imbécil esa noche...— aprieta sus puños y yo toco su mano intentando que se relaje.

Ahora entiendo por qué quería que me sentase. Hago que se siente en un sillón y yo me siento en una butaca a su lado.

— Tranquilo,— susurro mientras acaricio su mano.— ¿Qué ocurrió?

— Tuvimos un accidente y mi amigo murió,— ahora son sus ojos los que aprieta.

— Oh, lo siento muchísimo, Fabián.

— Yo le maté,— continúa como si no se diese cuenta de que estoy a su lado,— a él y a los otros dos pasajeros del vehículo con el que impactamos,— me tapo la boca con mi mano,— fue mi culpa...

— Cariño, no fue tu culpa, fue un accidente,— niega con la cabeza sin mirarme aún y sus ojos se llenan de lágrimas.

— Si yo no hubiese bebido tanto esa noche, no hubiese destrozado la vida a la familia de mi amigo ni hubiese dejado huérfanos a dos niños a los cuales ni siquiera conocía. En el otro coche iba un matrimonio que volvía a casa de celebrar su aniversario. Lo supe cuando me acerqué al cementerio sin llamar la atención y vi a toda esa gente y a esos chicos llorando por sus padres,— mis lágrimas se han derramado antes que las suyas.

— Dios mío, Fabián. Debió de ser muy duro para ti,— asiente lentamente con la mirada perdida.— Será mejor que dejemos de hablar de esto. Sé que te duele y no quiero hacerte recordar.

— No te puedes llegar a imaginar todo lo que viví,— su dolor habla por él,— todo lo que sufrí y a día de hoy sigo sufriendo. No puedo olvidarlo. Aún cuando me encuentro por la calle con sus padres...— resopla y echa su cabeza hacia atrás tapándose la cara con las manos.

No le digo nada. Me siento estúpida por no saber cómo actuar frente a esto. Nunca me había visto en una situación como esta. No se me da bien consolar a las personas; seguro que Fabián sabría qué decirme si yo fuese ella afectada por algo así. Yo no soy tan perfecta como él y nunca lo seré; tampoco quiero serlo. Lo único que deseo es que el hombre del cual me he enamorado deje de sentir dolor.

Me canso de estar quieta mirándole y me siento a su lado para abrazarle por la cintura. Pego mi cabeza en su pecho y cierro los ojos sin decir nada. Noto como se tensa, pero me sorprende cuando noto que lentamente me rodea y deja un beso en mi cabeza. A veces las palabras sobran y lo que necesitamos es un simple abrazo.

Pasa bastante tiempo hasta que siento como Fabián coge aire y lo expulsa de forma pesada.

— Bebía y bebía para calmar el profundo dolor que sentía,— habla en voz baja.— En fin, todo derivó a un problema tras otro durante mucho tiempo, hasta que un día Xavier se cansó y dejó la casa de sus padres para venirse a vivir a la isla. Él dice que no tengo nada que agradecerle, que fui la excusa perfecta para mudarse y que sus padres no le mareasen,— ríe de forma sutil.— Yo sé que no es verdad. Me abrió los ojos. Me costó, pero entendí lo que me quería hacer ver. Me enfrenté a mi madre y mis hermanas. Ese día todos lloramos mucho. No he llorado nunca tanto como aquel día. Me di cuenta de que mis actos afectaban también a mi familia así que decidí intentar salir de ese pozo en el que estaba hundido.

— Me alegra ver que lo conseguiste.

— No fue fácil. Por aquel entonces no pensé que mi problema era tan grave. Empecé mi nueva vida entrando al cuerpo de bomberos. Me gustaba la idea de poder salvar más vidas de las que quité en el pasado. Seguía bebiendo, pero no tan seguido como antes y, a pesar de ello, mi condición física se vio muy resentida. Cuando salía de fiesta, no encontraba mi límite y Xavier siempre me intentaba controlar, pero yo le decía que me dejase en paz, que era un aburrido. Y llegó ese día...— su voz deja de estar tranquila y se rompe.

Me incorporo para mirarle a la cara, pero tiene su cabeza agachada.

— Lo estás haciendo muy bien, cariño,— le susurro mientras acaricio su pelo para intentar que se relaje.

— Nos llamaron de un colegio,— esta historia me la sé,— había habido una explosión en un laboratorio de química y allí que fuimos. La noche antes había salido y estaba cansado, pero eso nunca me había afectado en mi trabajo. Mi sobrino iba a ese colegio y...— se le quiebra la voz y le abrazo con fuerza.

No voy a permitir que se torture más.

— Lo sé, lo sé, tranquilo,— su cuerpo vibra y me doy cuenta de que está llorando.

— Era sólo un niño,— su voz se amortigua en mi hombro y yo le abrazo aún más fuerte.

— Ya está, no pasa nada. Todo irá bien.

Mi bombero ibicenco [COMPLETADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora