Capítulo 9

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"Un beso distante, un instante de placer".

— ¿Tú? Voy a poner una orden de alejamiento contra ti porque esto ya no es normal. ¡Qué te he hecho yo, Señor, para ponerme tantas trabas en esta vida que me ha tocado vivir!— dramatizo.

— Veo que sois amigos— dice el otro bombero divertido.

— Íntimos— dice Fabián.

— Tengo una buena y una mala noticia— dice Martha llegando a mi lado.

— Joder, ¡la buena, por Dios!— grito.

— La buena es que Kira me ha dicho que Oscar, su jefe, tiene sitio en su casa.

— ¡Viva! ¡Gracias, Señor, sabía que no te habías olvidado de mí!— digo poniéndome de rodillas.

— No cantes victoria tan rápido— murmura Martha y yo me vuelvo a poner en pie.

— ¿Cómo dices?— susurro con temor.

— La mala es que sólo tiene dos sitios libres. He intentado llamar a Moon pero no consigo contactar con ella.

Inspiro profundamente. No me puede estar pasando esto a mí.

— ¿Algo más?— grito mirando al cielo.

— ¿Qué vamos a hacer?— pregunta Martha agobiada poniéndose la mano en la frente.

— Puedes pasar la noche en mi casa si quieres— me dice Fabián y yo alzo una ceja.

— Más quisieras tú— le digo borde.

— Tú misma— se encoge de hombros y da media vuelta.

— ¡Espera!— le detiene Martha.— Muchas gracias, de verdad. Nusa está también muy agradecida.

— ¡Yo no...— Martha me tapa la boca con su mano.

— Yo no te voy a obligar a nada— me dice Fabián.— Si eres una desagradecida no es mi culpa. Sólo te iba a hacer un favor, no hay segundas intenciones. Cree el ladrón que todos son de su condición— murmura eso último.

Vuelve a girarse y comienza a caminar en dirección contraria. Martha me suplica con la mirada. Yo me debato entre qué hacer pero no me queda otra opción.

— ¡De acuerdo! ¡Lo siento!— alzo la voz para que me escuche.— Tienes razón, gracias por hacerme este favor.

— De nada, aunque la oferta ya no está en pie— me dice cruzándose de brazos orgulloso.

— ¿Cómo dices?— pregunto atónita ante la vacilada que me acaba de meter.

— Que vayas buscando cartones porque esta noche duermes en la calle.

Le miro con rencor. Estoy apunto de gritarle cuatro cosas pero el primer bombero, el cual seguía junto a nosotras, me interrumpe.

— Si quieres puedes dormir en mi casa— me dice guiñándome un ojo.

Le miro de arriba a abajo y tendría que estar loca para no aceptar su ofrecimiento. Cuando voy a abrir la boca para aceptar el ofrecimiento, de nuevo me vuelve a interrumpir.

— Vámonos— dice Fabián mientras me sujeta del brazo y tira de mí hacia uno de los camiones de bomberos.

No puedo hablar por la sorpresa. Miro hacia donde estaba antes y veo a Martha riéndose y al bombero negando con la cabeza divertido en dirección a su amigo.

Llegamos al camión y por fin nos detenemos.

— Escucha,— me dice,— mi turno ha acabado pero debo pasar por el parque de bomberos para cambiarme de ropa— yo asiento.— ¿Te importaría venir en el camión con nosotros? No quiero que te quedes aquí sola.

— ¿Hablas en serio?— le digo emocionada y él asiente dudoso.— ¡Siempre he querido ir en un coche de bomberos! ¡Menuda pasada!— salto emocionada y Fabián ríe divertido por mi reacción.

•••

En el parque de bomberos, Fabián me presenta a sus compañeros y todos me reciben de forma amistosa. Mientras él se va a cambiar, el resto me pregunta sobre mí y no paran de bromear sobre Fabián.

— Venga, se acabó el espectáculo— dice dando unas palmadas y entrando a la salita en donde todos estamos y los chicos le abuchean.

Me obligo a cerrar la boca para que no se me caiga la baba al verle. Se ha quitado el traje, pero sigue llevando el uniforme de esa estación. Lleva una camiseta azúl marino ceñida con el escudo de los bomberos de la isla que le queda como un guante y unos pantalones largos oscuros. Nunca le había visto tan sexy como ahora. Será por lo que dicen de los hombres con uniforme.

— ¿Nos vamos?— me pregunta y yo asiento.

Nos despedimos y salimos para montar en su coche. Arranca y entablamos una conversación animada. Me siento muy a gusto hablando con él.

— ¿Has cenado?— me pregunta y yo recuerdo la desastrosa cena con Sergio.

— No— y no miento.

Las cuatro ostras contadas que he comido no cuentan como "cena".

— Menos mal porque yo muero de hambre— me dice con una gran sonrisa que hace que algo dentro de mí se revuelva.

¿Pero qué te pasa, Nusa?

Pocos minutos después nos detenemos en un restaurante chino para comprar comida para llevar.

— ¿Te gusta la comida china? — me pregunta antes de que salgamos del coche.

— ¿Bromeas? ¡Me encanta!

Cuando nos dan nuestro pedido, volvemos al coche para ir directos a su casa. Mis tripas rugen, algo que hace reír a Fabián pero al rato las suyas comienzan a rugir también y ahora ambos reímos.

Aparca el coche en un aparcamiento privado rodeado por apartamentos.

— No es gran cosa pero a mí me gusta— dice introduciendo la llave en la cerradura.

Abre la puerta y todo se ilumina dejando ver un pequeño salón. Las paredes son blancas y los muebles oscuros. Huele a Ikea por todas partes.

— Se nota que es un apartamento de hombre— pienso en voz alta.

— ¿Por qué lo dices?— me pregunta con curiosidad.

— Pues porque... no te ofendas pero, no tiene personalidad.

— ¿Por qué cuando alguien te dice "no te ofendas" presientes que te va a ofender?

— Lo siento yo...— me corta.

— Tranquila,— ríe,— sólo bromeaba. Ven, te enseñaré la mejor habitación de mi casa: la mía— me guiña un ojo y yo ruedo los ojos.

— Ya empezamos...— murmuro.

Le acompaño y abre una puerta del salón y cuando enciende el interruptor abro los ojos con sorpresa.

— Vaya...— murmuro.

— Eso dicen todas— le doy un golpe en el hombro.

La habitación es muy grande. Hay unos enormes ventanales que dan al mar, una gran cama con un nórdico blanco y una alfombra de pelo que dan ganas de tumbarse sobre ella por lo suave y mullida que parece. Las pareces son blancas pero están llenas de estanterías con un montón de fotos.

— Esto es increíble, Fabián— digo atónita.

— Lo sé— dice y le miro para ver que me él me mira a su vez fijamente.

Mi bombero ibicenco [COMPLETADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora