Capítulo 47

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"No quería a la vida porque la vida a él no le quería"

22 de agosto de 2016

Ducha y maqueo para ir a trabajar. Me vendrá bien salir de esta pocilga a la que llamo hogar de forma irónica. Nunca había sido tan consciente de la soledad que podía llegar a sentir por vivir sin ningún compañero. Me he pasado todo el verano de aquí para allá, conviviendo con mis amigos de toda la vida, pasando noches de desenfreno y disfrutando de los que dicen ser los mejores años de la vida de cualquier persona. ¡Unas vacaciones en Ibiza son un sueño!, cualquiera te dirá eso, y no te mentirán. Ha sido el viaje más increíble de mi vida, pero la depresión postvacacional es aún más notoria. Y, si a eso le sumas que he perdido por completo a la única persona que he llegado a amar en toda mi vida, el cóctel formado es una bomba de relojería para el estómago de cualquier ser humano fan de películas de Disney.

¿Por qué tengo tan mala suerte? ¿Qué probabilidades había de que Fabián llegase a mi casa justo en el momento en el que estaba Pol conmigo? Un drama se rifa y parece ser que yo tengo todas las papeletas para que me toque.

Dejo cargando el móvil, el cual ha muerto por la cantidad de experimentos sociales de YouTube que he visto durante toda la tarde. Es lo que siempre hago cuando necesito llorar; lo recomiendo. Cuando salgo de casa sin mi teléfono, tengo la sensación de ir desnuda. Dependencia, lo llaman.

Camino aburrida por no poder ir escuchando música hacia el trabajo. No soy tan egocéntrica como para pensar en si las sensaciones que vivo últimamente han sido creadas únicamente pensando en mí, pero me encantaría conocer a alguien que haya pasado por todo esto para que me aconsejase sobre cómo actuar. ¿Qué debería decirle a Fabián cuando le vea? Suponiendo que le vuelva a ver, claro está. Los remordimientos me martirizan, pero a la vez pienso en que no debería sentirme culpable por lo que he hecho. Y aquí está la contradicción. En el papel, yo no he hecho nada malo, pero he herido a alguien a quien he querido con todo mi corazón y, a pesar de todo lo que nos ha pasado, sé que fue recíproco. No he hecho nada malo, pero cuando le vi delante de mi puerta, quise abrazarle y pedirle que no se marchase de mi lado. ¿Me arrastraría, le pediría perdón y me arrodillaría ante él si fuese necesario para que volviese conmigo? No lo dudo. La Nusa del pasado seguramente querría abofetearme por esto, pero la Nusa del pasado no conoce el amor.

Entro al bar y el primero al que veo es al último que quiero ver.

— Nusa,— camina fuera de la barra para acercase a mí,— ¿cómo estás?

— Pol, no quiero ser borde, pero hoy no estoy de humor para hablar,— le corto pasando de largo.

Dejo mi mochila en el almacén y voy directa al fregadero para limpiar vasos y así distraerme un poco.

Las horas pasan y el local comienza a llenarse de gente buscando copas para desinhibirse y pasar un buen rato. Adoro mi trabajo. Cualquiera que lo vea desde fuera puede llegar a pensar que es agobiante por la cantidad de gente que hay siempre, estresante y porque me gustaría estar en sus lugares, divirtiéndome, pero no. Aunque en momentos como éste, cuando veo entrar por la puerta a Fabián, sí me gustaría ser un simple cliente más para poder salir corriendo y huir de aquí.

Mi estómago se revuelve. ¿Cómo debo actuar? Quizás haya venido para arreglar las cosas. Quizás me quiera escuchar, decirme que olvidemos todo y empecemos de nuevo.

— Hola,— me da igual que el bar esté a rebosar y que la gente se impaciente por no ser atendido; nada me puede importar menos.

Fabián me mira de forma intensa antes de contestarme con un simple saludo con la cabeza.

Mierda... Realmente está enfadado. Me lo merezco.

— Fabián...,— me mira algo triste, pero decidido.

Pase lo que pase, siento que éste puede ser o nuestra reconciliación o nuestro adiós definitivo.

— ¿Has venido a verme?

Muy bien, Nusa. Un hombre se recorre medio continente para verte y crees que ha venido precisamente al lugar en donde trabajas por pura casualidad.

Fabián asiente, pero cuando va a abrir la boca para hablarme, Pol aparece en escena dejándole con la palabra en la boca.

— ¡Nusa!— su grito regañándome me sobresalta.— ¿Por qué no mueves ese culo que tanto me gusta y haces tu trabajo?

Le mato. O le mato o me mato yo.

La cara de Fabián es todo un poema. Intento que se quede, pero de nada sirve porque se marcha perdiéndose entre la multitud.

Me enfado. La rabia y la impotencia que siento se apodera de mí e importándome poco la clientela, saco de la barra a Pol y le llevo hasta el almacén a empujones.

— ¿¡Qué cojones haces, Nusa!?— me grita furioso.

— ¡No! ¿Qué acabas de hacer tú?— le doy un empujón en el pecho y él me sujeta de las muñecas.

— Relájate, guapa,— su soberbia me enferma.

— Le has visto, joder, ¡has visto perfectamente a Fabián!— me retuerzo como una loca intentándome zafar de él.

— Me importan una mierda tus novios, Nusa. Ahora mismo solo me importa mi negocio,— me suelta empujándome hacia atrás.

— Eres una mierda de amigo. Solo piensas en ti mismo...— camina hacia la puerta ignorándome.— ¡Me das asco!— no sé si son los nervios por haber visto a Fabián, por la actuación de Pol o por sus palabras, pero soy completamente incapaz de retener mis lágrimas.

— ¿Que yo te doy asco?— Pol se gira y camina mirándome de una forma que nunca había visto en él.— ¿Quieres saber lo que me das tú? Nusa, tú me das pena,— escupe sus palabras con desprecio.— Me da pena tu forma de actuar. Tú siempre has sido fuerte. La Nusa que yo conocía nunca se hubiese dejado manejar por ningún hombre.

— Yo no me dejo manejar por nadie,— le digo a la defensiva,— no lo entenderías.

— No, Nusa,— dice calmando su voz,— no lo entiendo. No te entiendo a ti. Ese hombre no tiene sangre en la venas. Puede que yo nunca me haya enamorado de nadie, pero te aseguro que si veo a la chica a la que quiero con otro, hago cualquier cosa menos amedrentarme e irme corriendo como a hecho ése. A ti eso no te gusta.

— No entiendo a qué viene esto ahora. ¿Por qué no te metes en tu mierda de vida y me dejas a mí en paz? Que tú estés amargado, no quiere decir que los demás debamos estarlo.

No me replica. Me mira serio y el silencio entre nosotros se ve amortiguado por el sonido del bullicio de fuera.

— ¿Y soy yo el que da asco?— no me da tiempo a contestarle porque se marcha, aunque dudo que le hubiese contestado algo.

No me reconozco. Pol tiene razón. ¿Quién soy?

Mi bombero ibicenco [COMPLETADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora