Capítulo 6

4K 357 12
                                    

"Una bala perdida hecha a mi medida".

24 de junio de 2016

Volvemos al lugar de antes junto a los demás. Doy las gracias a la Nusa del pasado por haber decidido no maquillarse.

Gracias, guapa.

El sexo con Sergio no ha estado mal, pero nada del otro mundo. No se acerca a lo bien que me lo paso con Pol.

Son las cuatro de la madrugada y hay aún más gente de la que había hace un par de horas.

Yo voy junto a Moon y me sonríe de forma cómplice. Veo como Sergio choca su mano con un amigo y yo niego.

Hombres.

Miramos hacia donde está Xavier al escuchar alboroto y risas. Nos acercamos para ver qué hay que es tan interesante.

— ¡Creí que no vendrías!— abraza Xavier a alguien.

Cuando se separa de él, mi mirada y la suya se encuentran, quedando yo en shock y él mostrando una gran sonrisa. Veo que me va a hablar pero la chica menuda que antes había preguntado por él, le abraza con efusividad.

— ¡Fabián!— grita y él la devuelve el abrazo.

Noto como alguien pasa un brazo por encima de mis hombros y se apoya en mí. Sergio da un beso en mi mejilla y yo le sonrío por educación, pero nunca me han gustado los pesados.

— ¿Cómo ha conseguido el bombero torero escaparse del curro en la noche de San Juan?— dice en español Sergio y yo no le entiendo.

Fabián mira hacia nosotros y creo ver como frunce el ceño ligeramente pero seguramente hayan sido imaginaciones mías.

— Ya ves— se limita a contestarle encogiéndose de hombros pero sin perder la sonrisa.

Al verle tengo la necesidad de acercarme a él y pedirle disculpas por cómo le trate en la hamburguesería pero luego recuerdo el mensaje que me envió y los remordimientos se van tan rápido como llegaron.

— ¿Bailas?— me pregunta al oído Sergio y yo asiento; total, no tengo nada mejor que hacer.

Después de bailar con él canciones que, gracias a Dios, son para bailar separados, me despido de él y me alejo caminando por la playa. Hay una sensación rara en mí. No sé qué es lo que me pasa pero siento una especie de agobio. El problema está en que no tengo motivo alguno para sentirme así. Puede que sólo sea por todo lo que estoy viviendo; ésta está siendo una experiencia muy intensa.

Ando distraída en mis pensamientos cuando unos chicos se ponen frente a mí haciendo que me detenga en seco.

— Hola, guapa, ¿cómo una chica como tú está andando tan sola?— me pregunta uno de ellos.

Yo les ignoro y me doy la vuelta pero uno me detiene sujetándome del brazo. No tengo miedo. La playa está llena de gente y sólo necesitaría gritar para que alguien viniese a ayudarme.

— Suéltame— siseo.

— ¿Por qué no te vienes con nosotros? Te aseguro que nos lo pasaremos muy bien— dice echándome su asqueroso aliento por toda la cara.

— Ha dicho que la sueltes— dice una voz a mis espaldas.

Me giro y veo a Fabián mirando serio al chico que me tiene sujeta. Él suelta mi brazo y alza sus manos en señal de rendición.

— Tranquilo, amigo— dice riendo.— No sabía que tenía novio.

— Pues ya lo sabes— dice tan serio que ni siquiera le reconozco como el chico que no me dejaba de marear.

Fabián me sujeta de la cintura y me atrae hacia él. Los chicos Dan media vuelta y siguen con su fiesta particular.

— No necesitaba ayuda— le digo zafándome de su agarre.

— Yo hubiese jurado lo contrario— dice cruzándose de brazos y mirándome ocultando una sonrisa.

— ¿Hoy no te has olvidado los dientes?— me burlo de él.

— No, mi amor, me les he puesto para ti— dice mostrando una sonrisa forzada que aunque no quiera, me hace reír.— ¡He conseguido sacarte una sonrisa!— grita.— Oh Dios,— pone una mano en su pecho,— creo que me está dando un infarto,— dice dejándose caer al suelo de rodillas.

Yo ruedo mis ojos.

— ¿Quieres dejar de hacer el payaso?— digo pasándole de largo y él se levanta.

— Deberías estar agradecida por brindarte mi presencia. ¡Los ibicencos estamos en peligro de extinción!— dice de forma dramática.

— ¿En peligro de extinción? Mira a tu alrededor, ¡esto está lleno de gente!— digo alzando mis brazos caminando de espaldas y él me sigue.

— Pero todos son de fuera de la isla. La gente viene buscando fiesta, haciendo alarde de su dinero y poder decir que estuvieron aquí pero, ¿sabes qué? Que con esa mentalidad pierden la oportunidad de conocer lo que éste paraíso tiene para mostrarles.

Habla con tanta pasión que me cuesta encontrar palabras para contestarle.

— ¿Cómo es donde tú vives?— me pregunta poniéndose a mi lado para caminar junto a mí.

— Increíble— digo con una pequeña.— Budapest es una ciudad llena de juventud, con tantísimas ganas de vivir, de disfrutar, tan alternativa... Nunca veré ningún sitio parecido.

— Entonces es una suerte que yo tenga una casa para quedarme y poder conocer ese maravilloso lugar— me dice y le miro con sorpresa.

— ¿Tienes casa allí?

— Claro, la tuya— me dice sonriendo y yo ruedo mis ojos.

— Más quisieras tú.

— Tú tienes las puertas de mi casa aquí, abiertas de par en par.

— Estás loco— niego con la cabeza.

— Loco de amor.

— ¿Quieres dejar de decir esas cosas?— le digo ofuscada.

— ¿Cuáles?— pregunta haciéndose el idiota.

— Lo sabes perfectamente— le digo caminando más rápido y él aligera su paso para seguirme el ritmo.

— A veces soy un poco estúpido y necesito que me repitan las cosas unas cuantas veces.

Le ignoro y sigo caminando. Llego a la hoguera en la cual estábamos en un principio y la gente ya se ha marchado.

— ¿Te han dejado sola, morena?— dice Fabián divertido.

— Yo no le veo la gracia— contesto enfadada sentándome en la arena.

— Vamos— me tiende su mano.

— ¿Qué?— le digo de mala gana

— Te acercaré a tu casa.

— No, gracias.

— Estoy seguro de que ni siquiera sabrías volver tú sola desde aquí.

— Ése es mi problema— le digo orgullosa.

— De acuerdo,— se encoge de hombros y se marcha.

Miro a mi alrededor y pocas personas quedan el la playa. No quiero irme con él pero sé que si no lo hago me arrepentiré.

— ¡Espera!— le grito poniéndome en pie y sacudiendo la arena de mi pantalón.

— ¡Es-manzana!— me grita con una cara de sorpresa fingida.

— ¿Me llevarás?

— Hasta el fin del mundo, morena— ruedo mis ojos.

— Calla y vámonos— le digo.

Él vuelve a la fogata encendida y tira arena sobre ella para apagarla. Yo le miro frunciendo mi ceño.

— ¿Qué pasa?— me pregunta alzando una ceja.— Mi mamá me enseñó a ser un chico responsable.

Mi bombero ibicenco [COMPLETADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora