Capítulo 38

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"Santiago de Chile se despierta entre montañas".

Me encuentro frente a la puerta de la casa de mis padres. Han pintado la fachada de amarillo. Se me hace raro verla tan colorida. Antes era de un verde oscuro feo y sucio.

Llevo cinco minutos aquí parada. No sé qué decir ni qué hacer cuando la puerta se abre de repente y veo a mi madre con la cabeza agachada mirando sus llaves. Mi corazón la late con fuerza. Aún no se ha percatado de mi presencia, pero cuando lo haga no sé cómo va a reaccionar. Estas milésimas de segundo se me hacen eternas. Antes de cerrar la puerta, alza su cabeza y la vuelve a bajar ignorándome. De pronto, vuelve a mirarme, pero esta vez su expresión es de sorpresa absoluta. Trago saliva intentando deshacer el nudo de mi garganta.

— Hija...,— por fin mi madre rompe el silencio que nos envolvía.

— Mamá...— corre hacia mí y me abraza y yo le devuelvo el abrazo encantada.

Dios, no me esperaba esta reacción. Ni gritos, ni reproches, ni enfados, solo lágrimas de nostalgia.

— Pero qué guapísima estás, cariño,— río mientras me dejo tocar toda la cara por la mujer que me crió, me cuidó y luchó por mí durante tantos años.— Pero estás muy delgada,— murmura arrugando su frente.— ¿Estás comiendo bien?— vuelvo a reír.

— Berta, ¿qué son todos esos gritos?— una voz profunda nos separa de nuestro abrazo.

Miro de nuevo hacia la casa y veo a mi padre en la puerta. Cuando él nos ve, su gesto cambia a uno de sorpresa, y de nuevo a uno serio. Me mira fijamente; yo también lo hago. Parece ser que de su parte no recibiré un emotivo abrazo como el de mi madre. La tensión se puede cortar con un cuchillo. Mi madre va a hablar para finalizar este incómodo momento, pero mi padre no le da tiempo a hacerlo: se gira y vuelve a entrar en la casa cerrando la puerta a su paso.

Eso ha dolido. No me esperaba un gran recibimiento por su parte, pero al menos sí un poco de comprensión, o aunque sea haber intercambiado unas palabras conmigo.

— Dale tiempo,— dice mi madre como si hubiese escuchado mis pensamientos y yo me encojo de hombros intentando parecer que no me importa en absoluto la opinión de mi padre.— Vamos, entra en casa. Tu habitación sigue tal y como la dejaste.

11 de agosto de 2016

Hoy me he propuesto hablar con mi padre, aunque sea sobre el tiempo. Ayer se fue poco después de haber llegado yo y hoy no se lo permitiré. Si estoy aquí es para volver a encauzar mi vida y sin mis padres en ella, esto no me serviría de nada.

Después de darme una ducha, voy a la cocina y veo que mi madre ha preparado el desayuno para los tres.

— ¿Papá aún no ha llegado?

Mi padre se dedica a la ganadería, el trabajo familiar. Mi madre también le ayudaba, pero antes de marcharme ya estaba un poco mal de salud y no podía ir tan a menudo. Supongo que ha dejado de ir definitivamente. ¿Qué clase de hija no es capaz de llamar a su madre para saber cómo está? Pues una muy mala, no hay más que decir.

Mi padre, como si le hubiese invocado, aparece mientras se quita los guantes del trabajo. Me mira serio y vuelve a marcharse sin decir ni una sola palabra como hizo ayer. Resoplo enfadad.

— ¿No me vas a decir nada?— le digo en un tono de voz que estoy segura que le crispa los nervios.

Se detiene y cuando creo que se va a girar para contestarme dice:

— Me voy a dar una ducha.

Miro a mi madre exasperada.

— Hablaré con él,— dice acariciándome la cabeza.

Dudo que sirva de mucho...

12 de agosto de 2016

— ¿Por qué no te compras un vestido bonito para el festival de la semana que viene?— me pregunta mi madre asomándose por la puerta de mi habitación.

Se me había olvidado. Por estas fechas en Acsa se celebran unas pequeñas fiestas a las que acude todo el pueblo y gente de los alrededores.

— No tengo muchas ganas...— murmuro mientras sigo mirando mi móvil.

— Quizás haya algún chico guapo que llame tu atención.

Al instante se me viene a la cabeza Fabián. Si no es a él, no hay ningún chico al que quiera impresionar.

— ¿Y esa cara?— pregunta mi madre inquisitiva mientras se acerca al borde de mi cama.— ¿Es que ya has echado el ojo a algún mozo del pueblo?

Me pongo roja como un tomate. Nunca me ha gustado hablar sobre este tipo de cosas con mi madre.

— Por supuesto que no, mamá,— niego a la defensiva.

— De acuerdo, de acuerdo. No has visto a ningún chico que te guste... ¿Es que hay algún chico esperándote en Budapest?— pregunta sonriendo.

— ¡No, mamá! A mí no me espera nadie,— no sé cuál habrá sido mi cara, pero creo que a mi madre no le ha hecho mucha gracia.

— Nusa, ¿te ha ocurrido algo?— me pregunta preocupada.

— Algo, ¿de qué?— me hago la loca, como si no supiera perfectamente de lo que me está hablando.

— No lo sé, hija, pero te veo muy rara.

— Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos. Es normal que me veas diferente.

— No es eso... Hay algo en ti que no me cuadra. ¡Y no me digas que son imaginaciones mías!— pone sus brazos en jarra.— A una madre no se la puede engañar fácilmente.

— Vale, mamá,— le digo cansada y me giro para no mirarla a la cara.

— ¿Te han roto el corazón?— me tenso al escuchar eso.

¿Me han roto el corazón o me lo he roto yo misma? He venido aquí a desconectar de todo, no a que me líen más la cabeza de lo que ya estaba.

— Si no quieres hablar, ni te forzaré,— dice mi madre a mi espalda.— Pero quiero que sepas que estoy aquí para escucharte si lo necesitas.

Escucho como mi madre camina hacia fuera de la habitación.

— Mamá,— murmuro sin darme la vuelta,— gracias,— logro que mi voz no salga rota por las lágrimas que estoy derramando en silencio.

Nunca pensé que un desamor podría llegar a doler tanto.

Escucho como el timbre de la puerta suena y supongo que es alguna vecina que viene a visitar a mi madre.

— Perdone, pero no le entiendo,— escucho decir a mi madre.

Seco mis lágrimas y me levanto de la cama para ver quién puede ser la persona que está hablando con mi madre.

Me miro en el espejo de mi habitación y soy todo un cuadro. Tengo la nariz roja y los ojos hinchados de haber llorado. Me siento ridícula.

Salgo mientras me pasó un pañuelo por la cara y escucho a alguien intentando hablar con mi madre en inglés. Frunzo el ceño porque es raro ver a extranjeros por aquí. Quizás sea algún viajero que se haya perdido.

— ¡Nusa! ¡Nusa!— esa voz masculina le pronuncia mi nombre con su acento repetidas veces a mi madre y es ahí cuando le reconozco.

— ¡Sí, es aquí!— le responde mi madre en húngaro emocionada.— ¡Nusa! ¡Ven, corre! Creo que tu enamorado ha venido a buscarte,— grita feliz y baja la voz al verme tan cerca de ella.

— No es mi enamorado, mamá,— miro a la persona que está al otro lado del umbral de mi casa y frunzo el ceño.— Xavier, ¿qué haces tú aquí?

Mi bombero ibicenco [COMPLETADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora