Capítulo 11.

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Tengo que sacudir la cabeza incrédula por lo que produce su sola presencia en la sala. A pesar de que esté repleta parece que solo lo veo a él, ¿cómo es posible algo así?

— La hemos perdido — Escucho la voz de Diana a la lejanía, como si no estuviera a mi lado. Intento recomponerme para mirarlos con una sonrisa inocente.

— Oye, ¿por qué no vais a bailar? — Me ofrezco de nuevo como Cupido, empujándoles a ambos y que así no me pregunten nada. Al final, casi obligados, se dan la mano, juntándose al grupo que se mueve al compás de la música.

Me alejo todo lo posible de donde estaba porque Elías viene en mi dirección, aunque no es que venga hacia mí, si no a la mesa de refrescos. Desde mi nueva especie de escondite veo a todos los demás que no se percatan de mi presencia en absoluto, bailan juntos, se sonríen... y siento un golpe en el estómago, ¿por qué nunca he tenido algo así con nadie?

— ¿Acaso te escondes de alguien? — Trago saliva cuando escucho la voz de Elías en mi nuca, ¿cuándo lo he perdido a él de vista?

Me doy la vuelta mordiéndome el labio inferior, después mis ojos se cruzan con los suyos y por primera vez no quito la vista inmediatamente, me encanta el color verde grisáceo que desprenden, parece que absorban todo en segundos.

— No, bueno... supongo que me mantengo al margen — Me encojo de hombros, sintiéndome a gusto y no incómoda. — Pensé que no vendrías.

— He organizado la fiesta yo mismo, tenía que venir — Sonríe y creo que algo en mí se descompone por dentro. ¿Desde cuándo es así de guapo mi profesor de música? — Aunque habiendo hecho ya acto de presencia, me iré a la cama enseguida.

Asiento mientras ambos miramos dirección a las parejas de baile. Edgar e Irene vuelven a besarse, como si estuvieran pegados o algo así, ahora mis ojos van a Fabio y Diana, que parecen discutir en susurros mientras bailan, nada nuevo en ellos.

— Oye, enhorabuena por estar en la lista, aunque imagino que no es ninguna sorpresa para ti — Vuelve a hablar, como si quisiera tener conversación conmigo.

— Nunca se sabe lo que puede pasar... — Susurro — Pero, ¿puedo hacerte una pregunta?

— ¿Tiene que ver con que haya cuatro solistas? — Asiento y se pasa la lengua por los labios, bebiendo un sorbo de su refresco antes de seguir hablando — Podría haberme decantado por Edgar y por ti, era lo más fácil. Pero Irene es buena y Mario, estoy seguro de que tiene muchas cosas por mostrar. Quiero probar algo nuevo, ¿sabes? Trabajaremos duro porque creo que podemos llegar lejos.

Creo que lo entiendo y, aunque no lo hiciera, no me quedaría otra opción. Ya no porque su decisión está tomada y somos cuatro solistas. Lo conozco bien como profesor y, si dice que quiere innovar, es que tiene ideas que quizá puedan gustarme.

Voy a contestarle cuando algo fuerte me golpea la espalda, desplazándome varios metros hacia adelante, está a punto de hacerme caer, pero en el último momento siento un agarre firme que me mantiene en pie.

— ¡Chicos! — Exclama ahora mirando al grupo — ¡Tened cuidado, hay mucha gente y podéis hacer daño a alguien! — Sin soltar su mano de mi brazo, se dirige a mí — ¿Estás bien?

— Sí, gracias — Si la situación no podía mejorar más al sentirme genial charlando con él, sin duda podría empeorar. Siento la vergüenza recorrerme las mejillas — Voy a por algo de beber — Despacio, suelto su mano y me alejo a pasos rápidos, perdiéndole así de vista.

No sé quien ha sido el estúpido que ha tenido que echarse encima de mí, pero desde luego lo estoy odiando por interrumpir la conversación más larga que he tenido hasta ahora con Elías, y además, interrumpirla de la peor manera, aunque me quedo con que me ha salvado y sonrío como una estúpida ahora que nadie puede verme.

En mi soledad escucho una canción que me gusta bastante aunque ahora no recuerdo el nombre ni quien la canta, y paso mi peso de un pie a otro mientras me balanceo y canto en susurros.

— ¿Julieta? — Ahora no es Elías, ni nadie al que pueda reconocer solo por su voz — ¿Estás bien? — Cuando levanto la vista me encuentro con Mario.

— Sí, claro — Contesto extrañada, ¿qué hace Mario hablándome a mí? Después de lo de Irene y Edgar, esto es lo más raro que ha pasado en mucho tiempo. Debe estar acabándose el mundo o algo parecido.

— Oye, lo siento mucho — Parece arrepentido por algo — Me han empujado y tú estabas justo detrás, espero no haberte hecho daño.

— O sea que... ¿has sido tú? — Pregunto de mala gana, aunque luego me contengo... está pidiéndome disculpas y es más de lo que esperaba.

Sonríe y por primera vez me fijo en él, no es la primera vez que lo veo, está claro, pero sí que puedo fijarme en su pelo oscuro y sus ojos castaños, hasta en un pequeño hoyuelo de su barbilla.

— Me quedo más tranquilo viendo que estás bien — Dice, algo avergonzado.

— No pasa nada — Sacudo la mano quitándole importancia. Pienso que una vez que me ha pedido disculpas se marchará, pero sin embargo se queda a mi lado, metiendo ambas manos en los bolsillos de sus pantalones vaqueros.

— Parece que esta noche nos han dejado solos, ¿te apetece bailar?

Lo miro de arriba abajo sin disimulo, ¿quiere bailar conmigo él? El chico rodeado de gente que nunca se ha percatado de mi presencia... bueno, pues si eso quiere, lo haré. Es eso o quedarme aquí bailando conmigo misma lo que resta de la fiesta.

Acepto y lo sigo hacia donde están todos los demás, no me coge en ningún momento, tampoco yo a él, pero al menos tengo compañía. Me observa y me sonríe de vez en cuando y yo hago lo mismo, incómoda porque no tengo nada que decirle, no lo conozco en absoluto.

— ¿Estás pensando en lo raro que resulta esto, verdad? — Se acerca un poco más a mí para que pueda escucharlo bien. — Yo también, pero he pensado que... bueno, viajaremos juntos durante meses, incluso quizá cantemos juntos, así que, ¿por qué seguir siendo indiferentes el uno con el otro? Nuestras respectivas parejas se llevan bastante bien...— Señala a Edgar y a Irene, que, por supuesto, siguen acaramelados.

— Me parece una gran idea esto de acercar posturas — Admito, dejando que la tensión escape por fin de mi cuerpo — No tiene que ser tan raro que al menos tengamos una relación cordial.

— Estoy de acuerdo — Sonríe, extendiendo ambas manos, me percato de que quiere que las coja, así que dubitativa al final lo hago — Y ahora bailemos como es debido. 

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¡¡Hooola!!

Ya sé lo que estaréis pensando... y no queráis matarme que la historia acaba de empezar. 

¡Os leo siempre!

El sueño de Julieta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora