Capítulo 22.

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Me he ocultado tan bien como he podido. Agazapada entre unos cuantos árboles espero a Elías aún a falta de dos minutos para la hora acordada. 

Miro para todos lados sin parar, antes, cuando le he dado la nota, no era yo misma. Ahora que me doy cuenta de lo que estoy haciendo siento pánico, ¿qué pasa si nos pillan a Elías y a mí ahí solos y a estas horas? Y lo más raro, ¿cómo es que él ha accedido a venir? Un momento... quizá no lo haga, quizá no venga y le he malinterpretado.

Me muerdo el labio inferior cada vez más nerviosa, si yo no puedo ver nada desde ahí, eso significa que nadie puede verme a mí, ¿no? Espero que así sea.

— Julieta... — Tras un par de pisadas rápidas escucho su voz y hasta pego un pequeño salto del susto — ¿Cómo se te ocurre hacerme venir aquí? ¿Te das cuenta de qué...?

— Pero has venido, ¿no? — Le interrumpo, conteniendo en mi interior la alegría que siento porque esté aquí conmigo.

— Si, he venido — Está de otra manera, al menos parece humano cuando sus ojos verdes coinciden con los míos — ¿Qué ocurre?

Voy hasta uno de los troncos más gruesos y me siento, él me sigue y también lo hace, aunque a cierta distancia y entrelazando las manos con inquietud. Creo que le he traspasado mi nerviosismo.

— Quería hablar contigo... a solas — Susurro por fin.

— Puedes hacerlo después de clase — Me contradice.

— Ya me has demostrado que no, no puedo hacerlo — Protesto — Cada vez que lo intento tengo miedo de que vayas a morderme en algún momento... — Bajo la cabeza avergonzada al pronunciar eso — Por tu mal humor, me refiero — Aclaro enseguida. — Y he jugado mi última carta haciendo que vinieras aquí.

— Siento todo lo que ha pasado estas semanas, es un época difícil — Me fijo en que se entretiene arrancando hierba con sus dedos y haciendo un montoncito.

— Sé que las actuaciones están a la vuelta de la esquina y... que no sale tan perfecto como debería, pero no somos maquinas, Elías — Explico tan bien como puedo — Nos cansamos, tenemos nuestro límite.

— Lo sé, Julieta — Alza la cabeza al cielo y se pasa la mano por su pelo castaño. — Intentaré que cambien las cosas. Si te has arriesgado a esto es porque tiene que haber una buena razón. — Me mira y me muestra una pequeña y encantadora sonrisa.

— La hay — Asiento, algo más cómoda porque sea casi el Elías de antes.

Apoya ambas manos en el cómodo suelo repleto de hierba y deja su peso sobre ellas. Yo no puedo hacer otra cosa que mirar los músculos marcados de sus brazos, que mirarlo e incluso admirarlo a él.

— ¿Qué tal va lo tuyo con Mario? — Pregunta, pillándome desprevenida. — También tengo que pedirte disculpas por lo que te dije acerca de él, entiendo que el principio de las relaciones es así.

— Eso está olvidado, Elías — Muevo la cabeza a ambos lados para quitarle importancia — Supongo que lo nuestro va... bien, si. Me cuida, me presta atención, no puedo pedir más de lo que cada día me da.

— Me alegro entonces por vosotros — Echa el aire por la nariz, lanzándome una fugaz mirada.

— ¿Puedo preguntar por tu... novia? — Es la primera vez en mucho tiempo que la nombro y compruebo con desagrado que ese pinchazo de dolor sigue instalado en mi pecho.

— No estamos en horario de clase, así que creo que puedes hacerlo — Saca una triste sonrisa — Pero yo no puedo decir lo mismo que tú... nuestra relación no está en nuestro mejor momento y eso está afectando a mi trabajo más de lo que debería.

— Es... normal — Murmuro. — Seguro que podéis arreglarlo.

— ¿Sabes Julieta? — Se queda sentado, sacudiéndose una mano contra la otra — Además de todo lo que has dicho, hacen falta muchas más cosas para que estar con una persona salga bien. Debes dedicarle tiempo a la relación, debes tener ganas de estar con esa persona todo el rato, como al principio.

— Quizá solo sea otra etapa, ¿no crees? — Me sorprende a mí misma que estemos manteniendo esta conversación, pero desde luego no seré yo quien lo deje.

— No — Mueve la cabeza a ambos lados y se levanta con rapidez — La verdad es que no lo creo. Te quedan muchas cosas por aprender todavía, Julieta — Sacude un poco sus pantalones y termino por levantarme yo también — Y ahora, volvamos al orfanato no vaya a ser que alguien nos eche en falta.

***

Estoy tumbada sobre mi cama, todas las luces están apagadas y ni siquiera sé la hora que es, pero me da igual. Hacía unos cuantos días que no pasaba, pero ha vuelto a suceder, mi sueño.
Todo ha sido como siempre, pero algo no... Una caricia, eso es lo que he sentido dormida y lo que sigo sintiendo ahora mismo con los ojos como platos.

Esa persona que aparece conmigo cantando, sea quien sea, ha acariciado mi brazo, desde el hombro hasta la muñeca, y ahora mismo parece que ese tacto es real, como si hubiera pasado y no solo lo hubiera imaginado.
Hasta siento que me falta el aire por lo que creo estar descubriendo.

Hasta ahora, y aunque mi relación con Mario vaya genial, solo hay una persona capaz de hacerme sentir todo esto, y por desgracia no es él.

Termino levantándome cuando los primeros rayos de un tímido sol asoman por detrás de las lejanas colinas que puedo ver desde mi ventana.

Tengo mi ropa de ducha en la lavandería, por lo que tengo que cruzar todo el pasillo pasando por delante de cada habitación de mis compañeras. Lo hago en silencio para no despertar a nadie, pero risas y dos voces de chica llaman mi atención cuando reconozco que es Irene con alguna de sus amigas. Me quedo parada cuando escucho mi nombre, si, claramente una de ellas lo ha dicho.

No debo hacerlo pero pego la oreja a la madera conteniendo la respiración, como alguien me vea aquí seguramente me meta en algún lío, pero como últimamente parece que los busco, escucho con atención.

— Así que, ¿Mario ya te ha ganado la apuesta? — Pregunta la amiga, de la que no recuerdo el nombre.

— En teoría, si — Habla ahora Irene con su irritante voz — Aunque la apuesta constaba de dos partes; la primera está conseguida, que era acercarse a ella.

— ¿Y la segunda? — La otra está tan ansiosa como yo, o más.

— Era difícil, pero parece que no le ha costado demasiado viendo lo visto — Suelta una carcajada — La segunda era que Julieta se enamorara de él y que justo antes del campeonato, Mario le rompiera el corazón diciéndole que no sentía nada por ella. Así Julieta será incapaz de actuar.

Las dos ríen como si fuera lo mejor que han hecho en toda su vida, sin darse cuenta del daño que pueden hacerle a una persona. A mí en concreto.

¿Cómo he podido ser tan estúpida? Apoyo la espalda en la puerta y dos lágrimas recorren lentamente mis mejillas.

Yo creyendo que Mario era distinto, que se había fijado en mí y ya está, y solo resulta que soy una apuesta más para él y que seguramente todo el orfanato menos yo y obviamente Diana y Fabio, está enterado.

No sé dónde voy a meterme ahora que lo sé todo, pero me gustaría encontrar un sitio donde poder esconderme y no salir durante mucho tiempo.

____________

¡¡Hooola!!

Vaya, vaya... ¿os gustaba Mario? Si era así, ya lo siento...

¡Espero que os haya gustado, os leo!

El sueño de Julieta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora