Capítulo 14.

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Siento dos manos sacudirme una y otra vez, moviéndome a los lados con insistencia. Pero no quiero moverme, ¿por qué tengo que hacerlo? Me hago la dormida tanto como puedo mientras Diana sigue a lo suyo, llamándome a gritos y sin dejar de molestarme.

— ¿Sabes que puedes llegar a ser muy pesada? — Por fin me libero de ella quedándome sentada en la cama — ¿Qué quieres? — Contesto de mala gana.

— Qué humor por las mañanas — Me mira frunciendo el ceño, preocupada — ¿Qué es lo que te pasa desde anoche?

— No me pasa nada — Refunfuño, mirando para otro lado mientras aprieto las mandíbulas.

— Te conozco muy bien, Juli — Suspira y se sienta frente a mí para que así pueda mirarla a los ojos — Estás así por Edgar, ¿no es cierto?

— ¡No! — Me levanto de golpe, incluso creo que le asusta mi reacción — Crees que me conoces y no tienes ni idea de lo que me pasa.

Cierro los ojos para controlarme y de nuevo, el sueño de cada noche acude a mi memoria como si lo hubiera llamado. Durante unos minutos dejo que me absorba y me veo de nuevo en el escenario, tras eso, alguien, una silueta oscura aparece a mi lado y me coge la mano...

— ¡Juli! — Diana está de nuevo frente a mí cuando abro los ojos — Si no sé lo que te pasa es porque nunca me dices nada. Si dices que no es Edgar, ¿qué es? Soy tu mejor amiga.

— Lo sé... — Me derrumbo y me siento estúpida. No puedo estar así porque Elías tenga novia, yo no soy de esta manera, no dejo que los sentimientos se apoderen de lo que siempre he sido. — Es complicado y te va a parecer una locura.

— Déjame que opine por mí misma lo que va a parecerme — Cogiéndome la mano me arrastra hasta su cama, donde hace que me siente y me acompaña.

No sé qué decirle, ni siquiera sé si decirle algo. Diana no es que digamos la chica más comprensiva del mundo, no tengo ni idea de cómo puede tomarse mis novedosos y sorprendentes sentimientos por Elías.

— Sigo aquí — Sacude una mano frente a mi cara rápidamente — ¿Me lo vas a contar o no?

— Está bien — Contesto resignada — Pero sea lo que sea, prométeme que no se lo dirás a nadie y que serás más disimulada que con Edgar, ¿vale?

— Que sí, venga, que sí — Está ansiosa por saber, lo puedo notar.

Respiro hondo sin creerme que por fin lo voy a decir en voz alta, que se lo voy a contar todo a Diana y en el fondo, también voy a confirmarme a mí misma lo que siento.

— Es... Elías — Lo digo tan bajo que solo escucho un hilo de voz salir de mi boca.

— Elías — Asiente, como si nada — ¿Te ha pasado algo con alguna de sus canciones? — Niego con la cabeza, mirando a mis dedos, que juguetean con la colcha que cubre su cama — ¿No habéis discutido ni nada parecido? — Repito el mismo gesto — Podría estar interrogándote todo el día, pero no es mi especialidad.

— Me gusta, ¿vale? — Siento como si un peso de doscientos kilos saliera de mi pecho — Bueno, creo que me gusta.

Con semblante serio me observa durante unos segundos, después, se levanta tan despacio que me desespera y comienza a dar largas zancadas por la habitación. No me atrevo a decir ni una sola palabra más.

— Vale, ubiquémonos — Dice por fin — ¿Me estás diciendo que te gusta el profesor de música? — Asiento — Bien, ¿y me puedes explicar el cómo, cuándo y por qué? ¡No entiendo nada, Juli! Llevamos con él, ¿cuánto? Tres años, viéndolo cada día... y de repente, ¿te gusta y ya está?

— No es tan sencillo — Murmuro acobardada, para no dársele bien los interrogatorios, me tiene donde quiere tenerme, a punto de confesar hasta lo que no he hecho. — Además, ¡quise contártelo! Pero diste por sentado que me refería a Edgar y no quise llevarte la contraria, que pensaras que era él y no Elías era mejor en ese momento.

— Estás chalada, en serio, completamente loca — Para mi sorpresa, suelta una carcajada — Mira, no sé si me lo has contado para que haga que cambies de opinión, para que te aconseje... ¿qué se supone que tengo que hacer yo ahora?

— Supongo que... lo que siempre has hecho, ser mi mejor amiga — Me encojo de hombros, acercándome a ella para que nos fundamos en un abrazo, justo lo que ahora más necesito.

***

La verdad es que soltarlo me ha ayudado en parte, que Diana sepa esto y no tenga que estar guardándomelo constantemente, es un gran apoyo. Pero igualmente, hay cosas que ni han cambiado ni van a cambiar, yo me siento mejor, pero Elías sigue teniendo novia.

Supongo que las poquísimas esperanzas que podría tener, se han reducido a cero. Tengo que intentar que nuestra relación sea tan solo lo que ahora es. Y tengo que intentar disminuir todo lo posible todo lo que me provoca cada vez que lo tengo frente a mis ojos. Creo que es el primer paso para olvidarme de esta tontería.

El domingo, junto a Diana, perfecciono la canción que cantaré apenas dentro de unas horas, cada vez estoy más convencida de que tiene que ser esa.

A la hora de la cena, Fabio se reúne con nosotras, no Edgar... ni hoy ni en los últimos días. Se sienta con Irene, por supuesto, un par de amigas suyas, y otros dos chicos. Mario sin embargo sigue en su grupo de siempre, haciendo el burro, pegándose golpes que suenan por toda la sala, o lanzándose todo tipo de apuestas a voces.

Uno de ellos, no sé su nombre, quita la silla a otro que está a punto de sentarse, haciendo que caiga al suelo. Toda la mesa estalla en una carcajada que acaba siendo contagiada a los demás mientras el primer chico se levanta avergonzado antes de mirar a todos lados y reír también. Estoy mirando a esa dirección cuando, justo, Mario levanta la cabeza y me ve.

Me guiña un ojo mientras sonríe y saluda con la mano, y no es un gesto extraño, ni mucho menos incómodo, estoy a punto de devolverle el saludo cuando el codo de Diana impacta en mis costillas.

— ¡Oye! — Exclama — ¿No has oído nunca eso de que un clavo saca a otro clavo? Porque yo... sí.

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¡¡Hooola!! 

¿Vosotros pensáis lo mismo que Diana? Veremos cómo avanza la cosa...

¡Os leo siempre!

El sueño de Julieta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora